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Tras su llegada al continente americano, los europeos entablaron arduos debates para determinar si sus habitantes eran seres humanos con alma o salvajes susceptibles de ser domesticados. Esa polémica quedó resuelta por la bula papal Sublimes Deus de 1537, expedida por el Papa Paulo Tercero, con la que se estableció el derecho de los indios o naturales a abrazar el cristianismo predicado de manera pacífica.

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Esta idea coincidía con el humanismo renacentista y las órdenes religiosas se encargaron de ponerla en práctica durante las primeras décadas del período colonial. Esta es la historia de la educación novohispana, de las instituciones que se fundaron durante la época virreinal y de los medios que se emplearon para la transmisión de conocimientos, tanto en el ámbito familiar como dentro de las aulas.

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Una historia que nos habla de procesos pedagógicos, pero también de modelos y prácticas cotidianas. El humanismo renacentista es el primero que empieza a generar una idea de que la educación no es para una minoría, sino que es para toda la población.

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No solamente es para los que van a ser clérigos, que era la idea en la época medieval, sino que es para hombres, para niños, para clérigos, laicos y hasta para las mujeres. Lo cual es una verdadera novedad en la época del Renacimiento. Ejemplos del humanismo los tenemos en la Nueva España, con la influencia de Erasmo y Fray Juan de Zumárraga, primer obispo, o la influencia de Tomás Moro en don Vasco de Quiroga y los hospitales pueblo.

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La llegada de la Compañía de Jesús a la Nueva España en 1572 fue un acontecimiento trascendental para la vida religiosa, intelectual y social del virreinato.

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Su adaptación a las tierras americanas produjo una rica síntesis de influencias mutuas que se reflejó, por una parte, en el éxito de los colegios que fundaron y por otra, en la creación y consolidación de la cultura y sociedad barroca novohispana.

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Los jesuitas llegaron para complementar el trabajo que habían iniciado franciscanos, dominicos y agustinos, pero además de adoctrinar a los naturales, entre sus planes estaba educar a los críos. Para ello abrieron colegios en las principales ciudades del virreinato, cuya misión era fomentar la educación moral, religiosa e intelectual de los jóvenes.

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Los jesuitas siempre se establecieron en las ciudades. Nunca los jesuitas cobraron por dar clases, por enseñar gramática, por enseñar artes, incluso el Colegio de San Ildefonso, que luego en el siglo XIX sí fue un centro de estudios la presidencia durante todo el tiempo en que estuvieron los jesuitas en la Nueva España, con la única diferencia de que a los jóvenes que residían en San Ildefonso se les añadían unas lecciones especiales.

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Pero vamos a salir fuera de las escuelas. Dos días por semana salían por las calles con la catequesis. Qué era esto? El jesuita que dirigía el catecismo iba diciendo Todo fiel cristiano está muy obligado. Y con esa cantinela continuaba reuniendo niños, así como el flautista de Hamelín se le iban añadiendo a su cola hasta que llegaban a una plaza, en una esquina en la cual enseñaba el catecismo a todos, esclavos y libres, niños y adultos de cualquier calidad.

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Pero había otras actividades. Fundamental era la representación de obras teatrales, no en un recinto, sino en la calle. La participación en certámenes literarios, los desfiles o mascaradas que unos serán serios y otros jocosos, se disfrazaban y los estudiantes de los colegios que fueran españoles o fueran indios, se vestían como indios, tocaban instrumentos indígenas e iban cantando como si fuera un mitote indígena.

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Es decir, tan pronto como los jesuitas se integran a la sociedad novohispana, no tienen la menor vacilación en acoger las tradiciones indígenas relativas a los grandes señores aztecas.

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Los jesuitas fueron acogidos favorablemente, en parte por su buena fama como educadores. Gozaron de la protección de las autoridades religiosas y civiles y de las familias más acomodadas de la sociedad criolla, pero también buscaron acercarse a los sectores menos favorecidos de la sociedad, lo cual contribuyó a consolidar su presencia en la Nueva España. La labor de los jesuitas fue muy apreciada durante las epidemias de viruela y otras enfermedades que asolaron a la población indígena. A fines del siglo XVI.

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Gracias a la diversidad de actividades que llevaron a cabo los jesuitas, su repercusión fue enorme en todos los niveles de la sociedad. En 1588 la Compañía fundó el Colegio de San Ildefonso, residencia de la Orden, mientras estuvieron en la Nueva España y que con el tiempo se convertiría en una de las instituciones educativas más importantes de la Ciudad de México.

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También establecieron misiones en las regiones apartadas del noroeste para la conversión de las tribus bárbaras de aquellas tierras. Algo fundamental en la labor de los jesuitas en la Nueva España.

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Las misiones en el noroeste. Porque cuando llegaron se encontraron que todo el centro estaba ocupado por franciscanos, agustinos, dominicos. Y a ellos qué les quedaba?

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Los jesuitas no son buenos para competir.

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No aceptan antagonismos de ninguna parte. Pero todo el norte, el noroeste, no tenía misioneros.

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Ese territorio se lo asignaron a ellos porque el gobernador del río Loza dijo No quiero que me manden más soldados.

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No quiero que vengan más encomenderos. No hacen más que crear problemas. Por favor, mándenme jesuitas para que me pongan en orden a la población y para que sea más fácil gobernarlos.

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Como ustedes ven, la educación tenía que hacer que los indios rebeldes fueran sumisos, que los trabajadores que no trabajaban se pusieran a trabajar, que los esclavos que querían escaparse se aguantase con el patrón.

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Para los jesuitas, los pueblos conquistados se convirtieron en campos de experimentación de las teorías en boga, como el humanismo y la utopía de Tomás Moro, que pretendían ser el sustento para la creación de una sociedad ideal.

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Paralelamente comenzó a establecerse la enseñanza privada para españoles y mestizos.

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En el Seminario Conciliar de Puebla, preceptores laicos impartían cátedras para quienes iban a dedicarse a la docencia en 1601.

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El virrey don Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey, promulgó las primeras ordenanzas para reglamentar la instrucción particular, la educación primaria y la capacitación de los maestros. La preparación de las mujeres estaba confinada al entorno familiar, aunque también había grupos de ancianas conocidas como amigas que enseñaban a sus alumnas nociones elementales de religión, lectura y labores manuales.

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Pero no podía considerarse una educación formal.

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Las opciones para las niñas que habían salido ya de la amiga podrían ser ir a un colegio o a un convento. Pero para cuantas? Poquísimas, poquísimas. En primer lugar, los colegios no eran centros de enseñanza. Los colegios eran como asilos de beneficencia, recogimiento, donde las niñas pobres huérfanas podían estar protegidas de los peligros del mundo. Esto era algo que les preocupaba mucho.

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Encomenderos y terratenientes aportaron recursos para fundar o sostener colegios femeninos para niñas en la capital del virreinato. Puebla, Querétaro y otras ciudades. Ejemplos notables fueron el Colegio de la Caridad y el de San Miguel de Belén.

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El Colegio de la Caridad es de muy antigua fundación, mediados del siglo XVI. Se pensó primero para niñas y mestizas, pero muy pronto, en 1548, se convirtió en colegio exclusivo para niñas españolas. De limpio linaje, huérfanas. Naturalmente, esto se acreditaba de algún modo. Pero el hecho es que eran niñas distinguidas y eran niñas de buena familia que por lo tanto aprendían las habilidades, las gracias propias de una niña que iba a tener una vida cortesana.

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Aprendían a coser, bordar, cantar, bailar y tenemos noticia de que en una ocasión compraron cierto número de catecismo. Hay que tener en cuenta que el catecismo, el librito del Catecismo de la doctrina cristiana, tenía el alfabeto y las tablas de multiplicar. La mayor parte de las internas del colegio de San Miguel de Belém eran mestizas, mulatas, mujeres adultas, jóvenes, solteras, viudas, casadas. De cualquier manera, eran recibidas como una obra de caridad.