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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Ernest Hemingway nació en 1899 en WOP Park, en Illinois. Forma parte ya de la mitología del siglo XX, no sólo gracias a su obra literaria, sino también a la leyenda que se formó en torno a su azarosa vida y a su trágica muerte. Durante la Primera Guerra Mundial se enroló en la Cruz Roja.

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Estuvo en la Guerra Civil española y en otros conflictos bélicos en calidad de corresponsal. En la década de los veinte se instaló en París, donde conoció los ambientes literarios de vanguardia. Es el autor de Adiós a las armas, de Por qué no las campanas de fiesta. En 1954 obtuvo el Premio Nobel de Literatura y siete años más tarde, sumido en una profunda depresión, se quitó la vida el viejo. El mar es una novela escrita desde el corazón, pero a la vez es una lección de literatura, de tensión, de emoción.

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Y ocupar un lugar en el bote de Santiago y asistir a su lucha es un privilegio que todo el mundo debería disfrutar, por lo menos una vez en su vida.

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Vamos allá. Era un viejo que pescaba solo en un esquife en la corriente del Golfo y llevaba 84 días sin hacer una sola captura. Los primeros cuarenta días le había acompañado muchacho, pero sus padres le obligan a embarcarse en otro bote con el que pesca tres peces. La primera semana al muchacho le da lástima ver al viejo volver cada día con el esquife vacío y siempre procura ayudarle a cargar con los rollos de sedal, con el bichero y el arpón y con la vela que llevaba cerrada en torno al mástil como un estandarte de una eterna derrota.

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El viejo era flaco y reseco y tenía la nuca surcada de profundas arrugas, las manchas marrones del cáncer benigno de piel que produce el reflejo del sol en el mar tropical. Tenían sus mejillas.

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Dichas manchas se extendían por ambos lados de la cara, y sus manos tenían las agrietadas cicatrices que causa el sedal al manipularlo cuando pican peces grandes. Pero ninguna de ellas era reciente. Eran viejas como surcos en un desierto sin peces. Todo en Santiago es viejo, menos sus ojos, que tienen el mismo color que el mar y son alegres e indómitos. Una tarde el chico le invita a una cerveza y se sientan en la terraza. Quienes han tenido Ãxito ese día y han llegado, han limpiado los Marlins y los llevan tendidos sobre dos planchas para llevarlos a la lonja, donde les espera el camión de hielo para llevarlos al mercado de La Habana.

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El chico le propone ir a por unas sardinas para el día siguiente, pero el viejo le dice que mejor se vaya a jugar al béisbol. El chico le dice que le traerá por lo menos dos cebos frescos para el día siguiente. El viejo dice que irá lejos, así podrá volver cuando cambia el viento. Quiere estar mar adentro cuando despunta el día.

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Los subieron juntos por el camino que llevaba a su cabaña. Encontraron la puerta abierta y entraron. El viejo apoyó en la pared del mástil con la vela recogida y el chico dejó al lado la caja y los demás utensilios. El mástil era casi tan largo como la única habitación de la cabaña, construida con las duras pencas de la palma real que la gente llama guano y en la que había una cama, una mesa, una silla y un rincón en el suelo de tierra para cocinar con carbón.

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El viejo le dice que tiene una olla de arroz con pescado para cenar, pero el chico sabe que es mentira. Le deja allí sentado leyendo el periódico y cuando vuelve se lo encuentra dormido. Le echa una manta por encima de sus viejos, pero aún vigorosos hombros, y le despierta. Le ha traído para cenar frijoles negros con arroz, plátanos fritos y un poco de estofado. Cenan mientras hablan de béisbol y de Yordi Mayo y el viejo le cuenta que cuando tenía su edad se embarcó en un buque que hacía la travesía a África y que vio leones en las playas al atardecer.

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Durante muchos años, Ernest Hemingway buscó una variante a la lucha de Ahab con la ballena. Una de las historias fundacionales de la narrativa norteamericana la pesca fue su más sostenida pasión y aunque repudiaba la figura del erudito y esquivó toda discusión intelectual, se volvía puntilloso ante un texto que tratara de pesca. Los pescadores de Hemingway requieren de instrumentos que deben funcionar como tales y al hacerlo construyen un lenguaje propio de sorpresivas conjugaciones. Los muchos modos de un anzuelo en el viejo y el mar.

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La zona de dominio es la pesca. La gramática del mundo se resume en esos gestos. Fuera de ellos no hay nada. El destino a través de un oficio desarrollado hasta sus últimas consecuencias.

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El chico se fue. Habían cenado sin luz en la mesa. El viejo se quitó los pantalones y se metió en la cama en la oscuridad. Enrolló los pantalones para hacerse una almohada y metido dentro del periódico, se arrebujado en la manta y durmió sobre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles del colchón. Se quedó dormido enseguida y soñó con África. Cuando era un muchacho con las playas largas, doradas y blancas, querían la vista y con los cabos y las gigantescas montañas marrones.

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Últimamente habita esa costa todas las noches y en sus sueños oía el rugido de las olas y de los botes de los nativos entre la espuma.

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Cuando se despierta, sube por el camino para ir a despertar al chico. Tiembla con el fresco de la mañana, pero sabe que temblando entrará en calor. Llevan de nuevo los aparejos al muelle. Toman café en latas de leche condensada en un sitio que sirve a los pescadores. El viejo sabe que es lo único que tomará en todo el día. Tiene una botella de agua en la proa del esquife y eso es todo lo que necesita para pasar el día.

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El chico le da las sardinas y los dos cebos envueltos en un periódico. Levantan el esquife y lo echan al agua. El viejo empieza a remar en la oscuridad para salir del puerto. Sólo se oye. El chapoteo de los remos. Siempre llamaba al océano la mar, que es como lo llama la gente que lo ama. A veces quienes lo aman hablan mal de él, pero siempre lo hacen como si fuese una mujer. Algunos pescadores más jóvenes, los que utilizaban boyas para los sedales y tenían botes a motor comprados cuando los hígados de tiburón se pagaban a buen precio, lo llamaban el mar es masculino y hablaban de él como un rival o un lugar, o incluso un enemigo.

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Pero el viejo siempre se refería a él en femenino y como algo que concedía o rehusaba grandes favores, y que si hacía cosas malvadas y violentas era porque no podía evitarlo. Lleva un ritmo constante. Deja que la corriente haga por él un tercio del trabajo. Y cuando empieza a despuntar el día se da cuenta de que está más lejos de lo que pensaba. Lleva una semana pescando en los pozos más profundos, sin conseguir nada. Así que va a probar suerte donde están los bancos de Bonitos y Alba Coras.

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Tal vez hay algún pez grande entre ellos antes de que se haga de día del todo. Ha echado los cebos y está derivando con la corriente. Cada sedal, tan grueso como un lápiz, está enrollado a una vara verde de árbol para que se cimbra con cualquier tirón y va unido a dos rollos de cuarenta brazas que pueden atarse a otros rollos. De manera que en caso necesario, puede darle a un pez más de trescientas brazas de sedal. El hombre observó las tres varas que asomaban por la borda del esquife y remó lentamente para mantener tensos y a la profundidad correcta todos los sedales.

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Había mucha luz y el sol saldría en cualquier momento. El sol se alzó tenuemente del mar y el viejo vio los otros botes a ras del agua y mucho más cerca de la orilla, dispersarse con la corriente. Luego el sol empezó a brillar y el resplandor cabrilla en el agua, hasta que cuando estuvo más alto, el mar plano lo reflejó contra sus ojos con tanta intensidad que le hizo daño. Por lo que siguió remando sin mirarlo. En ese momento, un pájaro, una fragata con sus largas alas negras volando en círculos en el cielo por delante de él.

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El viejo rema lenta y decididamente hacia donde el ave vuela en círculos. La fragata se zambulle y el viejo ve a los peces dispersarse y nadar en la superficie. Son dorados y de los grandes. Observa como los peces voladores salen del agua una y otra vez. Piensa que se le ha escapado ese banco de peces, pero que su pez debe estar en alguna parte. La costa se convierte en una mera línea verde y alargada, con la cordillera gris y azulada al fondo.

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De repente, un pequeño atún salta por el aire brillando al sol. Y luego aparece otro y otro más. Entonces el sedal de popa se tensó bajo su pie, donde había dejado un rollo de sedal largo los remos y sintió los tirones estremecidos del pequeño atún cuando tensó el sedal y empezó a hallarlo. El temblor aumentó a medida que fue tirando del hilo y pronto vio la aleta azul del pez en el agua y el color dorado de sus costados antes de subirlo sobre la borda y meterlo en el bote.

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Se quedó tendido al sol en la popa, recio y con forma de bala. Sus ojos grandes y estúpidos miraban fijamente mientras la vida se le escapaba con cada golpe que daban contra las cuadernas del bote. Las rápidas y estremecidas sacudidas de su cola. El viejo le golpeó por compasión en la cabeza y lo envió de una patada. Todavía tembloroso, a la sombra de la popa. Es una alv acora de unos cuatro kilos que le servirá de carnada en el mar.

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Se considera una virtud no hablar más de la cuenta, pero ahora dice a menudo en voz alta lo que piensa, porque no hay nadie a quien pueda molestar en el viejo y el mar.

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Hemingway puso especial cuidado en retratar una pequeña comunidad de pescadores cubanos. Santiago representa una forma arcaica de pescar donde el valor individual se mide en la resistencia de las presas. Leyes naturales precisas, inflexibles, que parecen impuestas por el mismo océano, rigen las condiciones de este oficio e integran una sabiduría atávica que la modernidad confunde fácilmente con supersticiones. Santiago decide transgredir el código que ha respetado en su vida entera y conduce su barca hasta un sitio remoto que garantiza buena pesca.

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Pero de donde es muy difícil regresar. La desesperación y el orgullo lo impulsan a un lance contra todos los pronósticos.

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Los atunes han vuelto a sumergirse. El sol calienta mucho. El viejo lo nota en la nuca y siente cómo le caen gotas de sudor por la espalda al remar. Pero justo en ese momento, al observar los sedales, ve que una de las varas se comba bruscamente. Sí dijo. Se largó los remos sin hacer ruido. Cogió el sedal con mucha delicadeza entre el pulgar y el índice de la mano derecha. No noto tensión ni peso y sostuvo el sedal con cuidado.

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Luego volvió a anotarlo. Esta vez fue un tirón tímido, sin demasiada fuerza, y supo exactamente lo que era. A 100 metros de profundidad, un marlin estaba comiéndose las sardinas que cubrían la punta y la pata del anzuelo forjado a mano que asomaba de la cabeza del pequeño atún. El viejo sujeto, con delicadeza el sedal y con la mano izquierda, lo soltó cuidadosamente de la vara. Ahora lo dejó correr entre sus dedos sin que el pez notara la menor tensión tan mar adentro.

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Y en este mes. Debe de ser enorme. Nota un leve y delicado tirón y luego uno más violento. Debe de haberle costado arrancar la cabeza de una sardina del anzuelo. Luego. Nada. Vamos. Dijo en voz alta.

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El viejo da otra vuelta. Huele las. No son deliciosas. Cometerlas. Y también tienes el atún duro, frío y delicioso. No seas tímido, Pez.

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Cómete las espera con el sedal entre el pulgar y el índice. Luego nota otra vez el mismo tirón delicado. Luego el pez parece alejarse, pero sólo ha dado una vuelta porque nota un leve tirón.

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Y de pronto, algo muy fuerte e increíblemente pesado es el peso del pez y el viejo. Largá el primero de los dos rollos de reserva de sedal.

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Abajo, abajo, abajo. El pez se está alejando con el cebo atravesado de lado en la boca. El viejo lo imagina alejándose en la oscuridad con el atún atravesado en la boca. Permite que el sedal se deslice entre sus dedos mientras con la mano izquierda empalma los extremos de los dos rollos de reserva. Tiene 340 brazas de sedal de reserva. Aparte del rollo que estaba utilizando, se prepara y al grito de ahora da un fuerte tirón con ambas manos para que el anzuelo se le clave bien.

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Recupera un metro de sedal y da varios tirones más, cambiando de brazo con fuerza y balanceando todo el peso de su cuerpo.

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No ocurrió nada. El pez siguió alejándose despacio y el viejo no pudo acercarlo ni un centímetro. El sedal era resistente y estaba hecho para peces grandes. Se lo pasó por detrás de la espalda hasta que estuvo tan tenso que las gotas de agua saltaban como cuentas de vidrio.

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Luego empezó a hacer un sordo siseo en el agua y el viejo continuó sujetándolo, afianzándose en la bancada e inclinándose hacia atrás. El bote empezó a moverse lentamente hacia el noroeste. El pez siguió nadando y se desplazaron lentamente sobre el mar en calma. No puede tensar el sedal para que el pez no lo rompa. Así que sostiene el se. Contra la espalda, mientras el esquife sigue avanzando hacia el noroeste, cuatro horas después siguen igual. El pez nadando mar adentro y el viejo afianzado con el sedal detrás de la espalda.

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Tiene sed. Se arrodilla con cuidado de no dar tirones en el sedal. Se acerca todo lo que pueda, proa y coge la botella con una mano.

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La abre y bebe un poco. Luego se apoya en la proa. Se sienta a descansar encima del mástil y la vela y se esfuerza en no pensar. Se limita a aguantar. Ya no se divisa tierra. El viejo piensa que no importa que se orientara por el resplandor de La Habana para volver.

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Aún faltan dos horas para que se ponga el sol y tal vez salga antes en la superficie. De lo contrario, quizá lo haga con la luna. Y si no, al amanecer. No tengo calambres y me siento con fuerzas. Es él quien tiene el anzuelo en la boca, pero tiene que ser un pez impresionante para tirar de esta manera. Debe de tener la boca cerrada sobre el alambre. Ojalá pudiera verlo. Ojalá pudiera verlo una sola vez para saber a lo que me enfrento.

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Pero el pez no cambia de curso ni de dirección. Toda la noche, después de ponerse el sol, refresca, se ha puesto el saco por encima y eso hace que el roce del sedal moleste menos. Se incorpora a orinar por encima de la borda. El sedal es como una raya fosforescente que parte directa desde sus hombros van más despacio y el resplandor de La Habana no es muy fuerte, por lo que sabe que la corriente les está arrastrando hacia el este.

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Dice en voz alta que ojalá que estuviese ahí el chico y piensa que nadie debería estar solo. Recuerda que tiene que comerse el atún antes de que se estropee para seguir fuerte.

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Luego empezó a compadecer al gran pez al que había enganchado.

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Es extraño y maravilloso. Y Dios sabe qué edad tendrá. Pensó. Nunca he pescado ningún pez tan fuerte o que actuara de forma tan extraña. Quizá sea demasiado astuto para saltar. Si saltara o diese un tirón fuerte podría acabar conmigo. Pero es posible que haya mordido un anzuelo otras veces y sepa que es así como debe pelear. No puedes saber que se enfrenta a un solo hombre, ni que soy un viejo pez tan grande. Qué bien se pagará en el mercado si su carne es buena!

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Mordió la carnada como si fuese un macho y tira como un macho y no huye con pánico. Quisiera saber si tiene algún plan o si está tan desesperado como yo. Poco antes del amanecer algo muerde uno de los cebos en la oscuridad saca el cuchillo de monte y cargando toda la fuerza del pez sobre el hombro izquierdo, se inclina hacia atrás y corta el sedal. Luego corta el otro sedal que tiene al lado y en la oscuridad empalma los extremos de los rollos de reserva.

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Ahora dispone de 6 rollos de sedal de reserva, pero aún así intenta cortar el último sedal y empalmar los dos rollos de reserva. Pero de pronto el pez da un tirón que le hace caer de bruces, lo que le produce un corte debajo del ojo. La sangre le corre por la mejilla, pero se coagula antes de llegar a la barbilla. El viejo vuelve a proa. Se ajusta el saco y pasa con cuidado el sedal, por una parte distinta de sus hombros.

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Luego mete la mano en el agua para calcular la velocidad a la que navega el esquife. Pez dijo en voz alta Seguiré contigo hasta la muerte. Supongo que él también lo hará, pensó el viejo, y esperó a que se hiciera de día. Hacía frío ahora que estaba a punto de amanecer y se acurrucó contra la madera del bote para calentarse. Puedo resistir tanto como él pensó. Al despuntar el día, vio el sedal que se alejaba y se hundía en el agua.

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El bote seguía moviéndose y el primer rayo de sol cayó sobre el hombro derecho del viejo. Se dirige hacia el norte, dijo el viejo. La inclinación del sedal muestra que el pez nada a menos profundidad es posible que salte y si lo hace, se le llenarán de aire las vejigas que tiene a lo largo del espinazo y no podrá sumergirse Paramore. Al viejo se le anquilosado la espalda por la noche y ahora le duele mucho. Un pajarillo viene a revolotear al lado del viejo y se posa en el sedal.

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El viejo habla con él, pero justo en ese momento el pez da un tirón que da con el viejo en la proa y casi lo tira por la borda. Ve que la mano le sangra, se la lava en el océano y la deja allí, sumergida más de un minuto, contemplando el rastro de sangre que deja. Tiene que comer. Apoya la rodilla en el bonito y corta tiras de carne roja y oscura desde la parte de atrás de la cabeza hasta la cola.

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Luego echa los restos por la borda. Entonces siente un calambre en la mano izquierda. Ojalá pudiese dar de comer al pez, pensó. Es mi hermano, pero debo matarlo y tengo que ahorrar fuerzas. Lenta y deliberadamente se comió todas las tiras de pescado en forma de cuña. Se puso en pie y se limpió la mano en los pantalones. Ahora la mano. Ya puedes soltar el sedal dijo. Lo sostendré con el brazo derecho hasta que dejes de hacer tonterías.

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Puso el pie izquierdo sobre el grueso sedal que hasta entonces había sujetado con la mano izquierda y se echó hacia atrás para descargar la tensión sobre la espalda.

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Contempla el mar, ve los cabrilla ojos en el agua profunda, el sedal que se extiende por delante y la extraña ondulación de las olas, y al mirar a lo lejos ve una bandada de patos. Nadie está nunca solo en el mar, aunque él echa de menos al chico en el cielo. Se empiezan a acumular las nubes como pilas de helado. La inclinación del sedal empieza a disminuir lentamente. El sedal se alza despacio y luego la superficie del océano se curva delante del bote y el pez emerge.

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Tardó mucho en salir y el agua le chorreo por los costados. Brillaba mucho el sol y tenía la cabeza y el lomo de color púrpura, mientras que las franjas de los costados eran de color lavanda. Claro. Su espada era tan larga como un bate de béisbol y tan afilada como un estoque. El pez salió totalmente del agua y luego volvió a zambullirse limpiamente como un buzo. El viejo vio sumergirse en la gran cola en forma de guadaña y empezó a largar sedal.

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Es más grande que su barca. El viejo ha visto muchos peces grandes. Ha visto algunos que pesaban más de 400 kilos y ha pescado dos, pero nunca estando solo. Ahora, solo y lejos de tierra, está dado al pez más grande que ha visto en su vida. Y su mano sigue tan rígida como las garras cerradas de un águila. El viejo piensa que a lo mejor el pez ha saltado para mostrarse, para demostrarle lo fuerte y grande que es.

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A él le gustaría también demostrarle que clase de hombres, pero tiene la mano agarrotada. Al final se le pasa el calambre. Piensa que está cómodo y aunque sufriera, no lo reconocería, aunque no religioso. Se pone a rezar. El bote sigue avanzando, lento y seguro. Una vez por la tarde, el sedal volvió a alzarse, pero el pez siguió nadando, aunque a una profundidad un poco inferior. El sol le daba al viejo en la espalda y en el brazo y el hombro izquierdos, de lo que dedujo que el pez se había desviado hacia el nordeste.

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Ahora que lo había visto, podía imaginárselo nadando con las púrpuras aletas pectorales extendidas como si fuesen alas y la enorme cola erecta. Entiendo la oscuridad. Me pregunto cómo verá esa profundida, pensó el viejo. El viejo está muy cansado y sabe que pronto será de noche. Pasa un avión camino de Miami. Su sombra asusta a los bancos de peces voladores. Justo antes de oscurecer, mientras pasan junto a una enorme isla de sargazos que flotan y se balancean como si el océano estuviese haciendo el amor debajo de una manta amarilla.

[00:22:43]

Muerde el anzuelo. Un dorado en el sedal pequeño. El viejo vuelve como puede a la popa y empieza a tirar de él. Al final, con la mano izquierda, levanta al pez, le quita el anzuelo, vuelve a cebar el sedal con otra sardina y lo lanza por la borda. Luego vuelve lentamente a proa. El pez va más despacio. Al viejo se le ocurre amarrar los dos remos a popa para que eso le obligue a nadar más despacio.

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De noche. Una noche más, el dolor del sedal en la espalda se ha convertido en una especie de entumecimiento.

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Luego sintió lástima por el gran pez que no tenía comida, pero su determinación de matarlo no cedió un ápice a pesar de la pena. A cuánta gente dará de comer? Pensó. Serán dignos de comérselo? Viendo cómo se comporta y su gran dignidad, no hay nadie digno de hacerlo. Hemingway sugiere que las acciones más comunes tienen un trasfondo religioso, un horizonte que trasciende a los personajes, pero que no se puede alcanzar y ni siquiera discutir. Enemigo de la introspección.

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Hemingway se abstiene de juzgar la conducta de sus personajes en El Viejo y el mar. Está a punto de romper este pacto y de transformar el mar de Santiago en una agitada iglesia. Las alusiones a la hagiografía cristiana son suficientes para crear un marco alegórico y para leer el relato como un fracaso de la moral ante la devastadora naturaleza. Santiago es un hombre de fe cuyas fatigas no tienen recompensa. Sin embargo, cada vez que el monólogo del pescador está a punto de volverse explicativo en exceso, Hemingway desordena la devoción de su protagonista y la complica con los vibrantes datos que arroja el mar.

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El viejo tiene que comer de nuevo antes de que se pudra el pez que ha pescado. Además, debería dormir. Tiene que encontrar el modo de hacerlo si el pez sigue tirando firme y tranquilo, pero come. Al abrir el pez ve que tiene a su vez dos peces voladores dentro. Descansa un par de horas y luego coloca el sedal de modo que la mano derecha lo sostenga mientras esté apretado. Y si se afloja al dormir, la mano izquierda le despierte en cuanto corra el sedal.

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Se inclina hacia adelante, oponiéndose con todo su cuerpo a la tensión del sedal y descargando todo el peso en la mano derecha. Y se queda dormido. No sueña con los leones, sino con una enorme manada de mar sopas. Luego sueña que está en el pueblo, en su cama. Después empieza a soñar con la larga playa y ve al primer león descender a la playa. Poco antes de ponerse el sol lo despertó el golpe que se dio con el puño en la cara y el sedal que le quemaba la mano derecha.

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No notaba la otra mano, pero frenó como pudo el sedal con aquella y dejó que corriera. Por fin! La mano izquierda encontró el sedal y se recostó contra él. Ahora empezó a quemarle la espalda y también la mano izquierda, que estaba aguantando toda la tensión y se había cortado de muy mala manera. Miró los rollos de Sedal y vio que se estaban desenrollando suavemente. Justo entonces, el pez saltó como si rasgará el océano y volvió a caer pesadamente.

[00:26:08]

Luego saltó otra vez y otra, y el bote navegó a toda prisa. Pese a que el sedal seguía corriendo y el viejo cada vez tiraba más de él, aún a riesgo de romperlo, el tirón lo ha arrastrado hasta la proa y no puede moverse. Tiene que aguantar. Hacer que el sedal le cueste caro al pez. No puedo ver cómo salta el pez, pero lo oye rasgar el agua y el sordo chapoteo que hace al caer el sedal.

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Va tan deprisa que le quema las manos. Trata de que le rocen las zonas encallecidas. Sino en la palma o los dedos. Piensa que si el chico estuviera allí recogería los rollos de sedal. El viejo hace que el pez tenga que pelear por cada centímetro. Se pone lentamente en pie.

[00:26:49]

El pez pronto empezará a dar vueltas y entonces el viejo tendrá que emplearse a fondo. El pez empieza a dar vueltas cuando el sol se alza por tercera vez desde que el viejo se hizo a la.

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Entonces el viejo empieza a cobrar sedal con mucha suavidad y firmeza. Sus viejas piernas y hombros giran con el balanceo de los tirones cuando ya no puede cobrar más sedal. El pez salta fuera del agua y el viejo se arrodilla y lo ve hundirse de nuevo en las aguas oscuras. Tengo que sujetarlo todo lo que pueda. Pensó en la tensión acortara cada vez más el círculo. Tal vez dentro de una hora pueda verlo. Ahora tengo que convencerlo y luego tendrá que matarlo.

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Pero dos horas más tarde, el pez seguía haciendo círculos lentamente y el viejo estaba cansado y empapado de sudor hasta la médula de los huesos. No obstante, los círculos eran ahora mucho más cortos, y por el modo en que se inclinaba el sedal, se notaba que el pez nadaba más cerca de la superficie. Desde hacía una hora, el viejo había estado viendo puntos negros y el sudor le saltaba a los ojos y la herida que tenía en la ceja y en la frente siente un brusco tirón en el sedal.

[00:28:05]

El pez está golpeando el alambre con la espada. El viejo largá un poco más de sedal. Piensa que tiene que evitar que aumente el dolor del pez porque podría enloquecer. El suyo no le importa. Puede controlarlo. Al cabo de un rato, el pez deja de golpear el alambre y vuelve a dibujar círculos muy lentamente. El viejo cobra sedal otra vez, pero vuelve a sentirse desfallecer. Coge un poco de agua con la mano izquierda y se la echa en la cabeza.

[00:28:32]

Cuando la tensión le indica que el pez ha dado la vuelta en dirección al bote, el viejo empieza a balancearse y a cobrar todo el sedal posible. Está más cansado de lo que ha estado en toda su vida.

[00:28:44]

El viejo y el mar es un apabullantes seminario sobre el arte de pescar con precariedad. Numerosos eruditos han recorrido en lancha las aguas del Caribe, han contado los metros de cordel, las horas de lucha y las técnicas de acoso, confirmando la veracidad del relato. Asunto de interés marginal y más bien estadístico. Lo decisivo es la sensación de realidad que transmite Hemingway. Los días y las noches de Santiago. Dependen de la forma en que trabaja, con unos cuantos enseres en un espacio mínimo.

[00:29:14]

El hombre acorralado se vuelve elocuente. Ha escrito Jorge Destines. Inculto, exhausto, casi mudo. Santiago adquiere poderosa elocuencia en sus intrincadas maniobras con el sedal.

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A la tercera vuelta lo vio por vez primera. Al principio fue como una sombra oscura que tardó tanto en pasar por debajo del bote. Que no pudo creer que fuese tan largo. No dijo no se es tan grande, pero lo era. Y al final de aquel círculo salió a la superficie a sólo treinta metros de allí. Y el hombre vio la cola que asomaba del agua. Era más alta que la hoja de una guadaña y de color lavanda, muy pálido.

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Por encima del agua azul oscura, surcó el agua y mientras el pez nadaba justo por debajo de la superficie. El viejo vio aquel enorme bulto surcado de franjas purpúreas.

[00:30:12]

El viejo está seguro de que al cabo de dos vueltas más tendrá ocasión de clavarle el arpón. Pero tiene que tenerlo muy cerca. Debe apuntar al corazón al hacer el siguiente círculo. El pez asoma el lomo, pero está demasiado lejos del bote. Al siguiente sigue un poco lejos, pero asoma más del agua. El viejo aparejado el arpón mucho antes. El pez vuelve a asomar, bello y tranquilo, moviendo sólo la cola. El viejo tira un poco para acercarlo un poco más, pero cuando empieza a tirar con todas sus fuerzas, el pez resiste el tirón, da la vuelta y se aleja al círculo siguiente.

[00:30:49]

Casi lo consigue, pero se desvía y se aleja lentamente.

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Me estás matando, pez, pensó el viejo, aunque estás en tu derecho. No he visto un animal más noble, calmado y hermoso que tu hermano. Sal y mátame. Me da igual quien mate aquí a. Dos veces más ocurre lo mismo y en cada ocasión el viejo está a punto de desmayarse. Sus manos están reducidas a pulpa y sólo bebían a ratos, pero lo siguen intentando una y otra vez.

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Cogió todo su dolor, las fuerzas que le quedaban y el orgullo que había perdido hacía tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez que se acercó al costado del bote y nadó tranquilamente a su lado, con el pico casi rozando las cuadernas del esquife, y empezó a pasar junto al bote. Largo, serio. Ancho plateado y listado de púrpura interminable en el agua. El viejo soltó el sedal, lo pisó con el pie, levantó el arpón, ni tan alto como pudo y lo clavó con todas sus fuerzas y con otras que acababa de reunir en el costado del pez, justo detrás de la gran aleta pectoral que se alzaba en el aire hasta la altura del pecho del viejo.

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Nota como entra y entonces se apoya para clavarlo más y luego empuja con todo su peso. Entonces, herido de muerte, el pez cobra vida y salta fuera del agua, exhibiendo toda su enorme anchura y longitud. Todo su poder y toda su belleza. Da la impresión de quedar colgado en el aire por encima del viejo. Luego cae en el agua con estrépito y cubre al viejo de espuma. El viejo se sentía mareado y débil y no podía ver bien, pero soltó el cabo del arpón y dejó que corriera lentamente entre ambas manos, y cuando pudo ver, reparó en que el pez estaba de espaldas con el vientre plateado hacia arriba.

[00:32:50]

El mango del arpón asomaba en ángulo del costado del pez y el mar estaba teñido con la sangre de su corazón. Al principio era oscura como un bajío en las aguas azules que tenían más de una milla de profundidad. Luego se extendió como una nube. El pez plateado flotaba inmóvil al compás de las olas. El viejo apoya la cabeza entre las manos. Tiene que terminar el trabajo, preparar los lazos y el cabo para amarrarlo al costado del bote. El bote no resistiría el peso.

[00:33:26]

Tira del pez para variarlo al bote y amarrar su cabeza a la proa. Quiero verlo tenso y tocarlo y sentirlo. Para mí es una fortuna, pensó, pero no quiero tocarlo. Por eso creo que sentí su corazón, pensó cuando empujé el arpón por segunda vez. Ahora tengo que acercarlo y echarle un lazo a la cola y otro por el centro para amarrar una al esquife.

[00:33:57]

Ponte a trabajar, viejo dijo. Bebí un sorbito de agua. Queda mucho trabajo por delante. Ahora que la lucha concluido. Debe de pesar más de 600 kilos. El viejo empieza a hacer cuentas de cabeza, calculando que se lo pueden pagar a 60 centavos el kilo. Encaja el mástil en la carlinga y con la vela llena de remiendos coge viento y el bote empieza a moverse. El viejo, recostado en la popa, pone rumbo al suroeste. No le hace falta brújula.

[00:34:31]

Engancha al pasar unas algas amarillas del golfo con el bichero y las sacude para que los camarones que hay en ellas caigan. Hay más de una docena. El viejo les quita la cabeza y se los come. Son nutritivos y tienen buen sabor. Navegaron con buen viento y el viejo se mojó las manos en el agua salada y trató de conservar la cabeza despejada. Había altos cúmulos y bastantes cirros en el cielo, por lo que el viejo supo que la brisa duraría toda la noche.

[00:34:59]

El viejo miraba constantemente al pez para asegurarse de que era cierto. Pasó casi una hora antes de que le atacara el primer tiburón.

[00:35:11]

El tiburón no está allí por casualidad. Ha surgido de las profundidades en cuanto la nube de sangre se ha extendido por el mar. Ha surgido tan deprisa y con tan pocas precauciones que rasga la superficie azul y sale a la luz del sol. Luego vuelve a caer en el agua y empieza a seguir el rumbo del bote. Nada muy deprisa. Es un mar rajo muy grande y muy bello, salvo por sus mandíbulas. Tenía el lomo azul como un pez espada.

[00:35:38]

Su vientre era plateado y su piel suave y hermosa. Su forma también era la de un pez espada, salvo por las gigantescas mandíbulas que llevaba cerradas para nadar más deprisa, justo por debajo de la superficie, con la gran aleta dorsal. Acuchillando el agua sin vacilar detrás del doble labio cerrado sobre las mandíbulas. Las ocho hileras de dientes estaban inclinadas hacia adentro. No eran los dientes de forma piramidal que tienen la mayoría de los tiburones precien los dedos de un hombre cuando están crispados como garras.

[00:36:10]

Eran casi tan largos como los dedos del viejo y ambos bordes estaban tan afilados como una cuchilla.

[00:36:17]

El viejo sabe que el tiburón no teme a nada y que hará exactamente lo que le venga en gana. Prepara el arpón y ata el cabo mientras lo vea aproximarse. El viejo está muy decidido, aunque tiene pocas esperanzas. Piensa que era demasiado hermoso para durar. El tiburón se acerca por popa y cuando arremete contra el pez, el viejo le ve abrir la boca. Contempla sus extraños ojos y oye el chasquido de los dientes al clavarse en la carne, justo por encima de la cola.

[00:36:46]

La cabeza del tiburón asoma fuera del agua y luego aparece el lomo. El viejo oye el ruido de la piel y la carne del gran pez al desgarrarse cuando le clava el arpón en la cabeza donde está el cerebro. Lo clava con todas sus fuerzas, sin esperanzas, pero con resolución y con la peor intención posible.

[00:37:05]

El viejo supo que estaba muerto, pero el tiburón no lo aceptaba. Después, de espaldas, dando coletazos y mordiscos, el tiburón surcó el agua como una lancha motor. El agua se puso de color blanco por los coletazos y tres cuartas partes de su cuerpo asomaron por encima del agua cuando el cabo se tensó. Se estremeció y por fin se partió. El tiburón se quedó un rato flotando en la superficie y el viejo lo miró.

[00:37:30]

Luego se hundió lentamente, arrancado casi veinte kilos de carne. Dijo en voz alta el viejo. El tiburón también se ha llevado el arpón y el cabo y el pez está sangrando. Cuando el tiburón arremetido contra el pez ha sido como si arremetieron contra él, pero ha matado al tiburón que atacó a su vez. Piensa que ojalá fuese un sueño y nunca hubiera pescado al pez y estuviese en su cama encima de los periódicos. Pero dice en voz alta que el hombre no está hecho para la derrota, que al hombre se le puede destruir pero no derrotar.

[00:38:10]

Con 20 kilos menos navega más deprisa, pero sabe muy bien lo que ocurrirá en cuanto llegue a la parte central de la corriente, ata el cuchillo al extremo de uno de los remos para tener algo con lo que defenderse. Piensa que es estúpido no tener esperanzas y además es pecado. Trata de sacar de su mente, eso sí, la idea del pecado. Porque todo es pecado. Pero le gustaba pensar en las cosas que le afectaban y como no tenía radio ni nada que leer, pensaba mucho.

[00:38:40]

Y siguió pensando en el pecado. No has matado al pez solo para seguir con vida y venderlo como alimento? Pensó. Lo has matado por orgullo y porque eres pescador. Lo amabas cuando estaba con vida y lo amas ahora. Y si lo amabas? No es pecado haberlo matado. Será golpeó? Piensas demasiado viejo? Dijo en voz alta. Italo Calvino dijo contra Allied y la escritura del intelectualismo escogí hacia Hemingway y la literatura de los hechos. El héroe de Hemingway quiere identificarse con las acciones que realiza, estar él mismo en la suma de sus gestos, en la adhesión a una técnica manual o de algún modo, práctica.

[00:39:28]

Trata de no tener otro problema, otro compromiso que el de saber hacer algo bien. En El viejo y el mar, Hemingway lleva esta en sus últimas consecuencias del procedimiento de mostrar una conciencia a partir de su trato con las cosas. Hemingway expresa las emociones y las ideas a partir de lo que hacen los personajes. Santiago ve el entorno con pragmática inmediatez. El bien y el mal son para él formas de pensar cordeles.

[00:39:56]

Se asoma por la borda y arranca un trozo de la carne del pez. Allí donde la ha cortado el tiburón la mastica y aprecia su calidad y su sabor. Es firme y jugosa como la carne, aunque sin ser roja. No es nada fibrosa. Se pagará muy bien de delmercado. Mira hacia proa y no ve ninguna vela, ni el casco, ni el humo de ningún barco. Sólo están los peces voladores que saltan a ambos lados del bote. Ni siquiera se ven pájaros cuando lleva dos horas navegando.

[00:40:27]

Ve al primero de los dos tiburones. Uno se desvió y desapareció de la vista por debajo del esquife y el viejo notó como se estremecía el bote mientras daba tirones en la carne del pez. El otro observó al viejo con sus ojos tendidos y amarillentos y arremetió velozmente con las mandíbulas abiertas contra el lugar donde el pez tenía la otra mordedura en lo alto de su cabeza parda. Se distinguió la línea donde el cerebro se unía a la médula espinal y el viejo clavó el cuchillo del remo en ese lugar.

[00:40:56]

Lo apartó y volvió a clavarlo en los ojos felinos y amarillentos del tiburón. Pero el bote sigue moviéndose con los destrozos que está haciendo el otro tiburón en el pez. El viejo hace girar el bote para obligar a salir al tiburón y en cuanto le ve, le pincha y acierta en la carne. El golpe le duelen las manos y también en el hombro. El tiburón saca la cabeza del agua y el viejo le clava el cuchillo justo en el centro de la cabeza plana.

[00:41:24]

Y aunque sigue haciéndolo, el tiburón continúa mordiendo al pez con las mandíbulas cerradas. El viejo le apuñala en el ojo izquierdo, pero el tiburón sigue insistiendo. El viejo entonces le da la vuelta al remo y mete la pala entre las mandíbulas del tiburón para abrirse. Las hace palanca con la pala. Y cuando el tiburón afloja, el mordisco empieza a hundirse lentamente.

[00:41:52]

Deben de haber arrancado un cuarto de la mejor carne dijo en voz alta. Ojalá todo fuese un sueño y no lo hubiera pescado. Siento. Todo se ha ido al traste. Se puso en pie y no quiso mirar al pez desangrado y lavado por el agua. Tenía el color del azogue de los espejos, aunque todavía se distinguían sus franjas. No debería haber ido tan mar adentro.

[00:42:17]

Pez dijo. Ni por ti ni por mí. Lo siento, Pez.

[00:42:25]

No quiere pensar en el vientre mutilado del pez. No quiere pensar en lo que le haría falta para defenderse. Quiere pensar en lo que tiene. Necesita descansar y curarse las manos para defender lo que le queda. El siguiente tiburón en llegar es un pez guitarra solitario. Llega como un cerdo al comedero. El viejo espera que arremeta contra el pez y luego le clava el cuchillo en el cerebro. Pero el tiburón salta hacia atrás mientras da la vuelta y la hoja se parte.

[00:42:53]

El viejo ni siquiera mira como el enorme tiburón se hunde en el agua. Al principio a tamaño natural, luego más pequeño y por fin minúsculo. Aunque eso siempre le ha fascinado. Todavía le queda el bichero, los dos remos, la caña del timón y el palo. Siente que le han vencido los tiburones no volvieron a atacarle hasta poco antes de ponerse el sol. El viejo vio las aletas marrones acercándose por la estela que el pez dejaba en el agua.

[00:43:22]

Ni siquiera se molestaban en seguir el rastro. Iban directos al esquife, nadando uno al lado del otro. Amarró el timón y la vela y buscó el palo debajo de popa. Era el mango de un remo aserrado con una longitud de unos 60 centímetros. Sólo podría utilizarlo con eficacia con una mano debido a la forma de la empuñadura. Y lo cogió con la mano derecha, flexionando mientras los observaba acercarse. Son dos galanes. Lucha contra ellos a golpes.

[00:43:50]

Pero los tiburones muerden una y otra vez. A fuerza de golpes consiguen se alejen. No quiere mirar al pez. Sabe que la mitad está destrozada. El sol se ha puesto. Espera ver el resplandor de La Habana. Piensa si alguien se habrá preocupado por él.

[00:44:04]

Aunque vive en un buen pueblo.

[00:44:06]

A él sólo le preocupa el chico medio pez. Dijo que eras un pez. Siento haber ido tan mar adentro. He sido la ruina de ambos. Pero hemos matado muchos tiburones. Tú y yo. Y machacado a otros cuantos. Mataste tu viejo pez. No en vano tienes esa espada en la cabeza. Le gustaba pensar en el pez y en lo que podría hacerle a un tiburón si estuviese nadando libre. Habría podido cortar la espada para pelear con ellos, pensó.

[00:44:41]

Pero no obtenía hacha ni tampoco cuchillo. Pero si los hubiese tenido, yo hubiera podido atarla a la punta de un remo. Eso sí que habría sido un arma. Así habríamos peleado juntos. Qué harás ahora si vienen de noche? Qué puedes hacer? Pelear con ellos, dijo. Pelearé con ellos hasta morir. Cuando se hace de noche no ve ningún resplandor. Sólo nota el viento y el empuje constante de la vela. Se pregunta si estará muerto.

[00:45:16]

Junta las manos y siente las palmas. No están muertas y le basta con abrirlas y cerrarlas para notar el dolor de la vida. Ve el reflejo de las luces de la ciudad a eso de las diez de la noche. Pone rumbo al resplandor. Pronto llegará al borde de la corriente. A medianoche. De nuevo comienza la lucha. Esta vez sabe que es en vano porque llegan en grupo y sólo puede ver las líneas que hacen sus aletas en el agua y su fosforescencia cada vez que arremeten contra el pez.

[00:45:47]

Les golpea la cabeza y oye el ruido de las mandíbulas al cortar la carne. Golpea a la desesperada hasta que algo le arrebata el palo. Entonces desengancha la caña del timón y golpea y corta con ella, sujetándola con ambas manos, clavándola una y otra vez. Los tiburones van a proa y cargan uno tras otro y todos a la vez, hasta que uno arremete contra la cabeza del pez. Todo ha acabado. Golpea en la cabeza del tiburón una y otra vez hasta que la caña se rompe.

[00:46:17]

Le clava al tiburón el extremo astillado. Es el último tiburón del grupo que le ataca. No queda nada que comer. Sabía que era una derrota definitiva y sin paliativos. Volvió a popa. Comprobó que la caña encajaba en el timón lo bastante bien como para seguir gobernando el bote. Se echó el saco sobre los hombros y puso el bote en rumbo. Ahora navegaba más deprisa y no pensaba ni sentía nada. Ya todo le daba igual y gobernaba el esquife para llegar a puerto.

[00:46:48]

Del modo más rápido e inteligente posible. Navega en plena corriente, distingue las luces de los pueblos de la playa a lo largo de la orilla. Sabe dónde está. Sabe que está a punto de llegar a casa. Piensa que no es tan mala la derrota. Cuando entra en el puentecito, las luces de la terraza están apagadas. Todo el mundo duerme. El viento sopla con fuerza, pero reina la calma.

[00:47:18]

Navega hacia la pequeña franja de guijarros debajo de las rocas. No hay nadie que pueda ayudarle, así que arrastra el bote cuanto puede. Después desembarca y lo ata a una roca.

[00:47:30]

Quitó el mástil de la carlinga, recogió y a toda vela. Luego se echó el mástil al hombro y empezó a subir. Entonces comprendió que estaba exhausto. Se detuvo un momento. Volvió la vista atrás y vio la luz de la farola. La gran cola del pez que asomaba por encima de la popa del esquife. Vio la línea blanca y desnuda de su espina y la masa oscura de la cabeza con la espada y la desnudez que había entre los dos extremos.

[00:47:56]

Empezó a subir otra vez y al llegar arriba se cayó al suelo y se quedó allí un rato con el mástil sobre el hombro.

[00:48:02]

Trató de incorporarse, pero era demasiado difícil y se sentó con el mástil al hombro y contempló el camino.

[00:48:10]

Un gato cruzó indiferente a lo lejos y el viejo lo vio pasar. Luego continúa su camino. Deja el mástil en el suelo y se pone en pie. Lo recoge, se lo echa al hombro y echa a andar por el camino. Tiene que sentarse cinco veces antes de llegar a su cabaña. Allí apoya el mástil contra la pared.

[00:48:29]

En la oscuridad encuentra una botella de agua y echa un trago.

[00:48:32]

Luego se tumba en la cama, se echa la manta por encima y se duerme boca abajo sobre los periódicos, con los brazos extendidos y las palmas de las manos vueltas hacia arriba.

[00:48:44]

Hay un sostenido interés de Hemingway por los combates donde las nociones de triunfo y de derrota cambian de signo. Está convencido de que la resistencia a ultranza otorga una dignidad que refuta la derrota. No hay segundos actos en la historia americana, escribió Fitzgerald ante una sociedad enamorada del éxito que exigía sus ídolos no sólo encumbrarse, sino volver a hacerlo cuando ya parecía imposible. El más duro reto que impone la cultura popular norteamericana es el Kanban. El regreso contra los pronósticos que Hemingway trabajó con denuedo para alterar la noción convencional del triunfo y no podía ignorar la gesta del retorno desafiante.

[00:49:26]

El viejo y el mar es un cambuche colosal y vacío, una portentosa acción sin resultados. Estaba dormido cuando el chico se asomó a la puerta por la mañana. Soplaba tanto viento que los botes no podían salir a pescar y el chico había dormido hasta tarde y luego había ido a la cabaña del viejo, igual que había hecho cada mañana.

[00:49:51]

El muchacho comprobó que el viejo respiraba. Luego vio sus manos y se echó a llorar. Salió muy despacio para ir a buscarle algo de café y no dejó de llorar en todo el camino.

[00:50:05]

Hay muchos pescadores alrededor del bote mirando lo que hay atado a su costado y uno está en el agua con los pantalones arremangados, midiendo el esqueleto con un sedal.

[00:50:15]

Le pregunta al chico por el viejo.

[00:50:17]

Al chico no le importa que le vean llorar.

[00:50:20]

Dice que sigue dormido. El pescador dice que el pez mide cinco metros y medio de la espada a la cola. El chico entra en la terraza y pide una lata de café caliente y con mucha leche y azúcar.

[00:50:35]

El muchacho llevó la lata de café caliente hasta la cabaña del viejo y se sentó a su lado hasta que se despertó. Una vez pareció que iba a despertarse, pero volvió a sumirse en un profundo sueño. Y el chico fue al otro lado del camino a pedir un poco de leña para calentarme el café. Por fin el viejo se despertó. El viejo dice que le han vencido y el chico dice que el pez no. Le pregunta qué quiere que hagan con la espada y el viejo le pregunta al chico si se la quiere quedar.

[00:51:06]

El chico dice que claro que sí. Y le cuenta que han estado buscándole con los guardacostas y aeroplanos.

[00:51:12]

El viejo dice que le ha echado de menos. Y el muchacho le dice que a partir de ahora volverán a pescar juntos.

[00:51:18]

El viejo dice que tienen que conseguir una buena lanza y llevarla siempre a bordo.

[00:51:23]

Hacerla tal vez con la ballesta de un Ford viejo, afilada y sin temple, para que no se aparta y le cuenta que el cuchillo se le partió.

[00:51:31]

El chico le pregunta cuantos días de viento quedan.

[00:51:34]

Y el viejo contesta que tres, o tal vez más. Entonces el chico dice que lo preparara todo. Le pide que se tumbe un rato, que él le traerá una camisa limpia y algo de comer.

[00:51:45]

El viejo le pide un periódico de los días que estuvo afuera. Tiene que recuperarse cuanto antes porque me queda mucho por aprender y usted puede enseñármelo. Ha sufrido mucho, mucho, respondió el viejo cuando el chico salió por la puerta y echó a andar sobre las erosionada rocas de coral.

[00:52:09]

Volvió a echarse a. Esa tarde se presentó un grupo de turistas en la terraza y al mirar hacia la playa, entre las latas vacías de cerveza y las barracudas muertas, una mujer vio una enorme espina blanca con una gigantesca cola que iba y venía con las olas que levantaba el viento de poniente fuera de la bocana del puerto.

[00:52:33]

Qué es eso? Le preguntó a un camarero mientras señalaba la larga espina del pez, que era ya un simple desecho que esperaba que lo arrastrase la marea. Tiburón dijo en español el camarero, tratando de explicarle lo ocurrido, no sabía que los tiburones tuviesen colas tan bellas y bien formadas. Yo tampoco respondió su acompañante. Camino arriba, en su cabaña, el viejo había vuelto a quedarse dormido. Seguía boca abajo y el chico estaba a su lado. Cuidándole.

[00:53:10]

El viejo soñaba con los leones. Y así les hemos contado El viejo y el mar Ernest Hemingway. Hemos seguido la edición de Debolsillo con traducción de Miguel Temprano García y hemos citado fragmentos de la magnífica introducción de Juan Villoro. La semana que viene nos volvemos a encontrar con el último encuentro de Sándor Márai. Gracias por estar ahí. Y gracias por leer un libro.

[00:53:44]

Una hora en la Cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Eugenio Barona y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo.