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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles la buena letra de Rafael Chirbes. Rafael Chirbes nació en 1249 en Taberneros de Valdivia, donde murió en 2015. Es uno de los grandes escritores españoles contemporáneos. Creo que todavía falta tiempo para que veamos con perspectiva al gran escritor que era dueño de una obra literaria compleja, profunda, exigente y muy comprometida, que recorre la crónica de un país arrasado por la guerra y por la victoria.

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Es el autor de mi mundo de la lucha final. Los disparos del cazador. La larga marcha. La caída de Madrid. Los viejos amigos. Crematorio en la orilla y París. Austerlitz, entre otras. La buena letra, publicada en 1992 y revisada por el autor en el año 2000. Es una de las mejores novelas de Chirbes. Una novela sobre la memoria, sobre la moral, sobre los vencedores reales cuando se olvida el pasado. Vamos allá.

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El año pasado le regalé a tu mujer un juego de sábanas bordadas con los nombres de tu padre y mío. Le gustaban mucho y cada vez que venía por casa me insistía para que se las diese. Hace un mes me dijo de pasada que se las dejó en un baúl del trastero del chalet. Que se lean, enmohecido y echado a perder. Te parecerá una tontería, pero me pasé la tarde llorando. Miraba las fotos de tu padre y mías y lloraba así toda la tarde ante el cajón del aparador en el que guardo las fotografías.

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Ana siente pena de todo lo que esperaban y lucharon de jóvenes, de las canciones que se sabían de memoria y cantaban, de los ratos en que se reía y de las palabras que se decían para acariciarse el corazón. Pena de las tardes que pasaron en el baile, de las camisas blancas que ya le hacía a Tomás cuando aún eran solteros. Pena de las amigas que se juntaban para cortarse el pelo unas a otras, como las artistas de fin.

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El cine aún era mudo y había un pianista rubio del que estábamos enamoradas. Todas las chicas nos gustaba ver su espalda triste, iluminada por la luz que caía de la pantalla. No era de aquí de Pobra. No sé de dónde vendría ni lo que fue de él. Todo parecía que iba a durar siempre y todo se ha ido deprisa, sin dejar nada. Las sábanas que se le han echado a perder a tu mujer eran las que usé en la noche de mi boda, del día de su boda.

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No les queda ni una foto. Se había comprometido a hacerlas. Andrés, un primo de Tomás que tenía una cámara. Pero la noche antes se emborrachó y de vuelta a casa se cayó y se torció un tobillo. A la mañana siguiente tenía el pie hinchado como una bota. Así que ni siquiera pudo ir a la boda. Le dejó la cámara al tío Antonio, el hermano de Tomás, y no paró de disparar en todo el día. Pero cuando a los pocos días acudieron al laboratorio a recoger los carretes, no había ninguna foto que estuviese bien.

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Sólo en una de las copias. Se distinguían ciertas sombras que podían resultar vagamente reconocibles para quien hubiera estado en la fiesta. Ana guardó esa foto fallida durante años. Tomás dijo que parecían espíritus escapados de la tumba. Me acordé de sus palabras a los pocos días de su muerte, limpiando los cajones del aparador, tropecé con la foto y pensé que si se exceptuada la mía, todas las otras sombras que aparecían flotando sobre aquel viejo cartón vivían ya de verdad en otro mundo.

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Entonces quemé la fotografía. No soy supersticiosa, pero me pareció que no debía romperla, que debía entregarlos a todos ellos y a mí misma a algo puro y misterioso como el fuego. Viéndola arder, pensé en tu tío Antonio, que fue quien la hizo y aún estaba vivo. Él se había quedado del otro lado. Su sombra no se limpiaba en el fuego con todas las demás que permanecían allí cuando ya no existían. Las palabras de tu padre. Eran espíritus, sí, pero que no iban a escaparse nunca de la tumba.

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Cada una de las ausencias ha llenado a Anna de sufrimiento y le ha quitado ganas de vivir. A veces sale a caminar por bobera y les busca como si saliera de sí misma a un lugar de encuentros al que también ellos tuvieran acceso. Rompiendo la gasa de sus sombras silenciosas. Y allí, en ese sitio de todos y de nadie, pudieran darse consuelo. Y para que regresen.

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Pasea durante horas hasta que empieza a oscurecer y la ciudad está en penumbra.

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Tal como permanecen sus recuerdos de aquellos años tristes en los que, sin embargo, tenían el bálsamo de la juventud.

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Que era un aceite que todo lo engrasada, que amortiguadas los gritos de dentro y con frecuencia los deformaba y los volvía risas. El miedo es más limpio que la sospecha.

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La buena letra es una novela con significación dual, al mismo tiempo recapitula ativa y premonitoria recapitula tiva, porque su estructura narrativa, que parte del presente mira hacia atrás al contar una historia que comienza con la Guerra Civil y discurre con el relato de la evolución de la familia en la inmediata posguerra y posteriormente el comienzo del desarrollo económico. Pero dual, porque Chirbes ha querido darle a los cambios de sintaxis narrativa un valor premonitorio, ya que se vuelca hacia la que sería luego la evolución histórica y moral de los españoles, hijos de quienes vivieron la posguerra, que sustentan ya otros valores contradictorios con aquellos.

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Ni la muerte ni el miedo son limpios. Aún guardo la suciedad del miedo de los tres años que tu padre se pasó en el frente dejándonos solas a tu hermana y a mí en esta ciudad que, como en mis recuerdos, se volvió de repente fantasmal y nocturna y en la que todos te miraban como si quisieran decirte que él ya no iba a volver y que no valía la pena resistir por más tiempo. El abandono ya tarde. En medio de la noche se escuchaba un estruendo remoto.

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Entonces sabíamos que estaban bombardeando mi cent. Y yo pensaba en tu tía Gloria y en la abuela María, que seguían allí, pero no me atrevía a salir a la calle. Entornaba la ventana de la habitación y miraba al cielo, en el que destellaba un resplandor lejano. Se oía un fragor sordo, como envuelto en un trapo, y luego venía un silencio parecido al que acompaña las mañanas de nieve.

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Ana busca a su hija y se le acerca cada vez que empiezan los bombardeos, desde que Tomás se ha ido. El desván se ha llenado de ratas y ellas también se quedan quietas en el cañizo. Ana tiene miedo de que bajen y muerdan a la niña y tiene vergüenza del miedo.

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Tomás vuelve una de aquellas noches sucio y sin afeitar, oliendo mal, muy delgado.

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Con él llega Paco, un vecino que no se atreve a volver a su casa. La guerra está a punto de terminar y su suegro, que es fascista, puede denunciarlo. Comen en silencio y con avidez mientras Ana los mira a comer. Tiene la impresión de que no los conoce. Hacen ruidos con la boca y son como dos animales sospechosos. Dos desconocidos se quedan escondidos en el desván hasta que a los pocos días anuncian por el altavoz del Ayuntamiento que han entrado los falangistas.

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Al cabo de unas semanas entregan primero se quedan un rato fumando y charlando en la acera y luego Paco se marcha a su casa. Por la tarde supe que Raimundo Mullor pegaba a los que se entregaban durante todo el día, se escucharon los gritos que procedían de un cuarto que hay bajo la escalera principal del Ayuntamiento y que ahora utilizan los barrenderos. Esa noche me daba más rabia imaginarme a tu padre abofeteado por el mequetrefe de Raimundo Mullor que muerto de un tiro en una trinchera.

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Limpio. Me parecía más limpio. Aún era demasiado joven y no sabía de la suciedad de la muerte. Empecé a aprenderla al día siguiente, cuando corrió la voz de que habían fusilado a diez hombres junto a la tapia del cementerio.

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Ana quiere ver a aquellos hombres muertos y que su hija también los vea, aunque no sepa lo que ve. Pero cuando llegan cerca de la tapia, se queda parada.

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Se le han quitado las ganas de ver aquello y tampoco quiere que la niña lo vea desde lejos. Ven un montón de trapos ensangrentados. Zumban las moscas sobre los cadáveres. Ana ha obligado a Tomás a ponerse los pantalones del traje de boda y los habría reconocido enseguida. Así que sabe que no está. Aún así, no puede parar de llorar. Aparecen cadáveres en el manantial, en el huerto de naranjos, en la playa, en los arrozales. Y los fusilados no siempre son de allí.

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Hay mujeres que vienen en busca de cadáveres desde Gandía, desde Cullera, desde tabernas. Las mujeres viajan en cuanto les dicen que han visto en algún lugar alguien de la familia IANA. También. No tienen de nada en Tarragona, de hecho, se hospedan en casa de una mujer que se llama Concha, que no las quiere cobrar y les da de comer. Viajamos a Zaragoza, a Teruel, a Alicante, para pagar, vaciamos lo poco que nos iba quedando en el corral, llevábamos conejos, gallinas, huevos y un puñado de hortalizas.

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Los viajes se hacían largos y penosos. Nos escondíamos de los controles de consumos. En Reus estuvieron a punto de requisar el aceite dos garrafas de 5 litros que nos habían costado una fortuna. El aceite nos parecía un tesoro, mojaba en aceite el dedo y se lo ponía en la boca. Tu hermana estaba convencida de que mientras pudiera darle una gota cada día, ni se me iba a morir ni se me pondría enferma.

[00:10:11]

Nadie sabe dónde está Antonio. Ana piensa que si no lo han matado o se ha ido a Francia, o lo tienen preso, o está en misión escondido en casa de sus padres. Lo cogen a los pocos días, cuando se dirige solo y hambriento a casa de su hermano Tomás, justo unas horas antes de que esté, sea liberado. Tomás se pasa la primera tarde llorando en silencio por su hermano pequeño. Durante tres meses aguardan la noticia de su fusilamiento.

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Está fichado. Le han echado de la fábrica de zapatos en que trabajaba como curtidor y ahora acude todas las noches a la plaza para ver si alguien lo contrata como peón. Si alguien viene a buscarle es siempre por un sueldo muy bajo cuando no consigue trabajo. Se pasa el día dando vueltas por la casa de mal humor. Ana se levanta muy temprano para ir al mercado y se pone a trabajar en casa. Su suegra le envía desde mi en una máquina de coser y empieza a aceptar encargos de las vecinas.

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Tuvo que llover mucho antes de que tu padre pudiera ir al cine y recuperase el buen humor. Luego le duró poco aquel primer invierno después de la guerra. Pasamos mucho frío. No teníamos picón para el brasero ni leña para la chimenea. Aún no sé cómo conseguimos resistir en casa. La gente se metía en el cine porque allí al menos se aguantaba el frío. El cine era barato, más que encender el brasero. Pero nosotros no podíamos ir porque al final de la película sonaba el Cara al sol.

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Y a tu padre le repugnaba tener que ponerse en pie con el brazo en alto. Además, siempre se arriesgaba uno a sufrir alguna provocación.

[00:11:45]

Son años de frío y oscuridad. Las escasas bombillas de las calles apenas consiguen iluminar nada a su alrededor. En las casas procuran encenderlas lo menos posible por miedo a gastar. Además, cortan la corriente eléctrica a cada rato. Tienen frío y hambre. A fines de verano llega la primera carta de Antonio. Ha estado preso en Porta Coeli, en Hellín, en Chinchilla y lo han trasladado a Mantel. Les pide comida. Les cuenta que en la cárcel les parece un lujo las cáscaras de naranja y las peladuras de patata.

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La guerra se prolonga para Tomás y Ana en la cárcel de Antonio. Al amanecer aún se oyen disparos procedentes de la tapia del cementerio. Una semana después de recibir la primera carta, empieza el calvario de los viajes.

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Viajar hoy desde pobra a mantel resulta fácil, pero entonces había que hacer trasbordos, pasar horas y horas en andenes abandonados en los que el viento barría las hojas secas y los papeles sufrir el traqueteo interminable de aquellos vagones de madera repletos de mujeres enlutadas y silenciosas. En el primer año, después de la guerra, los trenes iban abarrotados, la gente se marchaba de sus casas o se buscaba, y el tren recogía toda esa desolación y la movía de un lugar a otro con indiferencia.

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De vez en cuando, los policías recorrían los vagones y miraban con especial suspicacia la documentación que les mostraba una de aquellas mujeres y la hacían levantarse de su asiento y se la llevaban. Entonces nos asfixiaba el silencio.

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Acuden todas las semanas a visitarlo. Llegan al amanecer, después de toda una noche en el tren, el mantel. Han conseguido que una mujer les alquile su cocina para que Antonio pueda comer caliente. A veces unas patatas con nabos, otras garbanzos con algún hueso. La abuela María, su madre, a veces les envía bacalao para un potaje o algún huevo.

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La novela es un supuesto diálogo en el que Ana, en presente, explica su hijo el modo confesional. Todo lo que aconteció desde que se inició la guerra y la familia como republicana sufrió la derrota en diferentes formas. En esa narración, como corresponde al pacto narrativo elegido, lo que tiene relevancia es lo familiar, el triángulo que forman Tomás, Ana y Antonio y la solidaridad de los dos primeros para con el último, llevándole a la cárcel alimentos que ellos ni siquiera tenían.

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Es el eje de la trama inicial. Esa opción elegida de historia familiar no impide, sin embargo, que aparezcan a modo de fondo retazos de lo que era la convivencia con los vencedores y las humillaciones y atrocidades vividas por los vencidos. Toda la dureza de la posguerra es denunciada, pero concentradamente a través de estas pequeñas escenas o en lapidarias. Anotaciones de una singular fuerza. Antonio siempre se relacionó con gente de clase superior a la de su familia, oficinistas, maestros, empleados de la administración o de banca y algunos comerciantes.

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Siempre vestía con elegancia y hablaba de libros y de política como si perteneciese a otro mundo. Le gustaba la buena música, tarareaba canciones de Caruso, fumaba en boquilla y dibujaba. Era el artista de la familia. Los alimentos cambiaban de manos, con gestos breves y nerviosos, con gestos de animales voraces. Comprábamos, vendíamos y cambiábamos con ansiedad. Y yo tenía la impresión de que aquella lucha me era ajena, que no me correspondía. Y empecé a odiarlos a todos, a tu padre y a los míos, a tu hermana, a la abuela María y sobre todo, a tu tío Antonio, que nos destrozaba cada semana detrás de las rejas.

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Validó, enseñándonos más miseria y más hambre todavía, como si no fuera suficiente la que nos rodeaba y pidiéndonos una comida de la que carecíamos algunos días de regreso en el tren, mientras la lluvia resbala en los vidrios de las ventanillas y todo está húmedo y sucio.

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Ana llega a pensar que es Antonio quien ha tenido más suerte porque se queda allí quieto como el zángano de la colmena, esperando, y todos los demás se mueven como insectos trabajando para él. Ana recuerda las tardes a la puerta de casa con las amigas, los paseos por el campo con el sol cayendo detrás de los montes y dejando una raya roja entre los pinos. Las meriendas en la playa y las risas. Y los bailes en la plaza. El pelo cortado a lo Garson.

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El escote marinero reflejado en el espejo del dormitorio y los zapatos nuevos con el tacón cortado y ancho a lo Greta Garbo. Todo se ha hecho pedazos. Cada noche me preguntaba si es que los demás no se daban cuenta de que la miseria no nos dejaba querernos. Era como vivir entre ciegos. Una tarde cogí a tu hermana y me la llevé al cine. Ni siquiera sabía qué película pasaban aquel día. Sólo quería vengarme de los otros. No me importó que las vecinas me viesen entrar al final de la función.

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Me incorporé como todo el mundo y se me hizo un nudo en la garganta cuando tuve que cantar el cara al sol con el brazo en alto por la noche en casa. Tu padre, que ya se había enterado, me besó, me acarició el pelo. Entonces sentí que aquella lucha desesperada por la supervivencia era la forma de amor que nos habían dejado después de esa noche y durante algún tiempo.

[00:17:12]

Ana y Tomás se quieren más que nunca, más aún que en los primeros meses de conocerse, cuando nunca se cansaban de mirarse. Vuelven a hacer planes. Tomás entra fijo en el muelle de carga de la estación. Ana tiene cada vez más encargos de costura en casa y empiezan a poder contar con algún dinero cada mes. Poco a poco la vida se ordena. Alguna tarde. Salen de paseo y visitan a los amigos. A veces viene Paco y juega con Tomás al dominó.

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Ana se descubre cantando mientras hace las camas o tiende la ropa y recuerda las viejas canciones. No con desesperación, sino con una tristeza suave. La del tiempo oído. Y los recuerdos no muerden, sino que calientan y le humedecen los ojos con dulzura.

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No es que todo se hubiera vuelto de repente fácil. Ya te lo he dicho. Seguíamos luchando igual. Había que buscar el arroz a escondidas y el aceite y la harina. Pero nos habíamos acostumbrado al pan negro, al azúcar de las algarrobas, a disimular el sabor de unas cosas con otras. Y fue un milagro el día en que tu padre y Paco trajeron dos sacos de picón para el brasero y nos llenaba de alegría cada cosa que obteníamos algunas manzanas, un pedazo de queso de oveja, unos arenques.

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Cuando salía del trabajo, tu padre cuidaba del corral y fue naciendo una población de conejos, gallinas y palomas, y ya podía darle a tu hermana un vaso de leche cada día. De repente nos habíamos convertido en millonarios.

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Ana es quien va cada semana a la cárcel porque Tomás no puede por el trabajo. Le da vergüenza cuando se encuentra ante Antonio y su palidez le parece una acusación. Sigue pendiendo sobre él la amenaza de la pena de muerte. Y una mañana en la que cunde el rumor de que ha salido de la cárcel una conducción de doce presos no pasa ni por la cocina y corre desde la estación para saber algo. Y cuando escucha su nombre entra en el locutorio sin comida, sin haberle preparado nada, y le dice que el tren ha llegado con retraso.

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Antonio sonríe con ironía y le dice que él también ha estado un poco nervioso y luego lo sueltan de improviso. A eso del mediodía llaman a la puerta de casa y alguien dice que es el afilador desde la cocina. Ana grita que no necesitan nada, pero la voz insiste que salga, que el afilador le trae un regalo.

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Me lo encontré allí, a la puerta, con un saco en la mano izquierda y la maleta de cartón en el suelo a sus pies. Corrí a llamar a tu padre. Estaba tan excitada que lo dejé de pie en el zaguán sin ofrecerle ni un vaso de agua. La fuerza de los recuerdos. Llevaba una camisa verde de manga corta que le había cosido la abuela María y era como si la camisa se la hubiesen puesto a un espantapájaros porque estaba muy arrugada y le quedaba altísima.

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También los pantalones les daban grandes. Los llevaba atados con una cuerda y eran azules de mil rayas. Hacía calor.

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Tomás ni siquiera se pone la camisa. Sale corriendo a toda velocidad y cuando llega Ana están los dos sentados ante una botella de vino. El domingo van a Vicent a ver a la abuela María. Es un día luminoso. Antonio ha recuperado la elegancia y la palidez. No le sienta mal. Ana le parece que ya nada puede hacerles daño, que han perdido cuanto tenían que perder y están de nuevo destinados a la felicidad. Que aunque la desgracia siga arrastrándose a su alrededor, no va a tocarles con sus manos.

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La guerra ha terminado.

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Por la tarde fuimos a dar un paseo por la playa y luego a un merendero en una mesa cercana a la que nosotros ocupábamos. Un hombre tocaba el acordeón y tu tío le pidió que lo acompañase y cantó para nosotros tangos y romanzas. Tenía muy buena voz y a todos nos emocionaron las letras de aquellas viejas canciones que hablaban de cosas lejanas y sin embargo, parecían hablar de nuestras propias vidas, de las ilusiones, del sufrimiento y de la alegría que empezábamos a recuperar aún a costa del olvido de quienes se habían ido para siempre.

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De ahora en adelante ya no se irá nadie más. Estaremos aquí juntos toda la vida. Me repetía yo como. Si el fin de la guerra nos hubiera curado de la enfermedad, de la desgracia y de la muerte. Antonio se instala en casa de su hermano Tomás Idean tiene que presentarse a diario en el cuartel de la Guardia Civil. La euforia de los primeros días se va desvaneciendo. Antonio no quiere salir y cuando lo hace camina huidizo o pegado a la pared y encogido.

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Permanece encerrado en su cuarto casi todo el tiempo, como si no consiguiera acostumbrarse a los espacios abiertos. A veces sale al campo y regresa con pedazos de madera que talla cuidadosamente a su sobrina. Le fabrica un diminuto juego de café en madera y luego lo pinta y parece de porcelana china. Ha aprendido a tallar en la cárcel y pronto empieza a buscarse algún dinero por ese medio. Hasta el abuelo Juan le ayuda y la casa se convierte en un verdadero taller.

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El día que se incorpora al trabajo, José, un muchacho de obra que ha estado en la cárcel con Antonio. Pronto empiezan a aparecer dos o tres clientes cada semana que se llevan la producción. Pagan y les dejan listas de encargos para los siguientes días. Tomás compra una mesa de trabajo y herramientas y más adelante un torno.

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Se acostumbraron a jugar una partida en el bar. Una vez que tu padre volvía del trabajo y se lavaba, a veces también iba con ellos. Paco José comía a diario en nuestra casa y siempre procuraba tener algún detalle. Era muy buena persona el pobre. Los domingos por la mañana traía churros y al mediodía yo les apartaba una patatita del cocido y se la tomaban como aperitivo. Con el vino ante la puerta trasera de la casa donde en invierno daba el sol.

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Oían la radio y después de comer se iban al fútbol. Una vez que ellos se habían marchado, el abuelo Juan, que participaba muy animado en sus conversaciones, se encerraba en su habitación. A veces lo oía llorar a través de la puerta cerrada. Rafael Chirbes ordena de un modo muy preciso el suceder de los acontecimientos que la novela desarrolla, lo hace en tiempos que acompasan la evolución psicológica y moral de los personajes del núcleo familiar con la evolución del país en su conjunto.

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Quizá la característica estilística más relevante de esta novela sea que no podemos entender por separado la historia familiar y la social, la economía que gobierna la escasez y el paso de la miseria a la menor miseria y relativa abundancia posterior. Se viven en esta novela a través de lo que esas condiciones influyen en las relaciones de los personajes. La historia de la familia de Ana es la historia de España y las tradiciones o fidelidades de cada miembro de la familia. Explicaría las de diferentes actitudes colectivas vividas por las gentes desde la posguerra hasta el día de hoy.

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Pasada la primera temporada de euforia, Antonio empieza a tener días malos, se le agria el humor de improviso y se vuelve esquivo y silencioso. Algunas noches, en vez de marcharse con su hermano Tomás y José al bar, se encierra en su habitación y se queda hasta tarde con la luz encendida. A la mañana siguiente, cuando Ana entra a ordenar el cuarto, encuentra sobre la mesilla sus cuadernos de dibujo. Ana ve que a veces dibuja mujeres desnudas y en una ocasión de que ha dibujado su cara y siente una culpa que sólo se desvanece cuando al pasar la hoja encuentra el retrato de su marido.

[00:24:43]

Esa sensación de culpa ya no la abandonaría nunca.

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Cuando íbamos a comer a mí sent gloria, que se negaba a participar en la comida, se presentaba a los postres dispuesta a fastidiarnos la fiesta. Nos echaba en cara a que sólo fuéramos a Michelet para aprovecharnos de la abuela. Venís a vaciarle la despensa y a ponerla a trabajar como una criada para vosotros. Acosaba. La mayoría de las veces se le notaba que había bebido más de la cuenta y ni tu padre ni tu tío le hacían demasiado caso. Sin embargo, en otras ocasiones consiguió hacernos daño.

[00:25:19]

Un domingo, Antonio aparece con un ramo de flores que reparte entre su hermana Gloria, su madre, su sobrina y Ana. De pronto Gloria tira el ramo a los pies de Antonio y le dice que no le gusta ser plato de segunda de nadie, ni siquiera de su hermano, y que se las dé toda sana y que deje a las demás en paz. Ana se pone blanca como la pared. Por suerte, Tomás no está allí en ese momento, porque si no la habría matado.

[00:25:43]

Es Antonio quien se levanta y le da una bofetada y le dice que no se le ocurra volver por casa cuando esté en ellos. Ella le contesta que le puede pegar, pero que las bofetadas no le van a curar esa semana. Antonio apenas trabaja en el taller. La abuela le dice a Ana que tenga paciencia y que tenga fuerza de voluntad. Y a ella le parece que esas palabras expresan una sospecha.

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Probablemente fueron mis nervios excitados los que me llevaron a interpretarlas así, pero la verdad es que Gloria había conseguido ensuciarnos ahora la tristeza de tu tío Antonio. Las mujeres desnudas de su cuaderno y mi retrato formaban el dibujo de un rompecabezas cuyas piezas habían estado sueltas hasta entonces. No sé a quién le escuché decir en cierta ocasión que hay palabras que son de un vidrio tan delicado que si uno las usa una sola vez, se rompen y vierten su contenido y manchan el sábado siguiente.

[00:26:40]

Antonio se levanta temprano y coge el primer tren. No regresa el domingo por la noche, ni tampoco en ninguno de los trenes de la mañana del lunes. Vuelve después de comer, cuando todos están preocupados. Cuando Ana recoge la ropa sucia, descubre que huele a perfume y ese olor le hace tanto daño que tiene que inventarse una excusa para salir de casa. Al otro sábado repite el viaje, pero el miércoles aún no ha llegado. No saben si se ha ido a Francia, al maquis o que se ha llevado el dinero que guardan en la caja común del taller y le ha quitado dinero a su hermano Tomás y Ana.

[00:27:15]

Esa semana. Todos tienen que trabajar en el taller y al fin Tomás tiene que ir a buscarle a Cullera a una casa de citas. Ha perdido en el juego todo el dinero y ha dejado encima otras deudas. Ha estado fuera dos semanas. Vuelve borracho y sucio. Su hermano lo lava y le mete en la cama.

[00:27:35]

Cada vez que se iba llevándose nuestro dinero nos hacía sufrir, pero era como si se dejara arrastrar por la corriente de un río en el que quería hundirse. Y tu padre se convertía en culpable porque lo rescataba y lo obligaba a vivir. Si la culpa caía siempre sobre nosotros, por qué no lo dejábamos perderse de una vez para siempre? Él regresaba sudoroso, borracho, sucio, sin afeitar y sin embargo, inocente. Nosotros hablo sobre todo de tu padre.

[00:28:07]

Peleábamos por rescatarlo, perdíamos nuestra salud y nuestra felicidad y éramos egoístas. A él lo rodeaba la luz y a nosotros, como en la letra del bolero, nos envolvían las sombras, las sombras de la mezquindad. Una vez Tomás entra de improviso en su habitación, mientras Ana hace la limpieza y la sorprende con el cuaderno de dibujo en las manos. Entonces saca otro que está escondido en el doble fondo del baúl y le enseña diez, veinte retratos suyos.

[00:28:38]

Ana se echa a llorar de angustia o de miedo. Justo en el momento en el que Tomás, de vuelta al trabajo, abre la puerta de la calle. A partir de ese momento, los dos saben que ya no podrán quedarse a solas en casa. Sospeché que yo misma le estaba perdiendo el respeto a tu padre. No entendía que fuese tan permisivo con tu tío y que no se diera cuenta de que nos ponía en peligro. Le exigía que defendiera más nuestra casa, aunque cada vez que se lo insinuaba apenas una palabra, porque no me atrevía a pronunciar la verdad de lo que no existía.

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Él siempre me salía con eso de que en la cárcel lo había hecho polvo y no quería darse cuenta de que había algo en tu tío que podía hacernos polvo a los demás. Antonio Bebe se va durante semanas enteras, se lleva el poco dinero que los demás se esfuerzan en guardar y se lo gasta en juego. Ana entra de nuevo a escondidas en su habitación para ver el cuaderno de dibujo, pero también empieza a odiarlo y querría que se marchara para siempre, pero al mismo tiempo se siente culpable, como si estuviera engañando a su marido.

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Es como si Antonio y ella se comunicaran a escondidas durante sus ausencias, como si respiraban un aire distinto al de los otros. Ana querría gritarle a su marido que la salvara, pero no puede nombrarse lo que no existe y nada existe. Una noche me abracé a tu padre y le dije que quería que volviésemos a estar solos. Él, tu hermana y yo, cómo habíamos pensado que lo estaríamos hasta que llegó la guerra. Se volvió del otro lado en la cama y me pidió paciencia.

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Luego, ya bostezando, dijo que todas las mujeres éramos igual de egoístas. Entonces me pareció una piedra algo frío e insensible que por más que me esforzase no iba a poder calentar.

[00:30:24]

Pero se tranquiliza durante los meses siguientes. Sus escapadas se hacen menos frecuentes y se entrega con aparente ilusión al trabajo los domingos. Los hombres se marchan al fútbol y Ana se acostumbra a ir con su hija al cine. Las películas ya son habladas y el piano permanece silencioso al pie de la pantalla. Ella le cuenta a su hija cómo era el cine antes de la guerra y una tarde, al pasar ante la ventana del salón de una casa elegante. La niña escucha el sonido de un piano y se quedan allí quietas y pegadas a la reja.

[00:30:57]

A la niña le parecen las teclas, las fichas de un dominó. Y desde esa tarde, Ana se la encuentra con frecuencia en algún rincón de la casa, sentada en el suelo, ordenando en una caja las fichas del dominó y tarareando canciones que se inventa. Llorábamos con lo que les pasaba a los artistas del cine. Y así ya no teníamos que llorar en casa. A medida que se alejaban los recuerdos más espantosos de la guerra, volvíamos a soñar.

[00:31:23]

Un día podríamos peinarnos como aquellas mujeres tan guapas que parecían de verdad en la pantalla y no eran más que humo el polvo luminoso que se escapaba de la cabina del maquinista.

[00:31:35]

Pasaríamos junto a la playa, en uno de aquellos coches silenciosos que hacían un ruido suave como un silbido cuando frenaban en la grava de los jardines, entre los rosales y los macizos de hortensias. Al salir nos reíamos de nuestros sueños. Poco a poco la vida se vuelve más fácil. Alquilan una cuadra en las afueras del pueblo para montar allí el taller. Incluso Antonio parece haber recuperado el buen humor. Canturrea a todas horas las romanzas de Caruso han aprendido a desconfiar de la felicidad, que siempre se termina escapando y piensa con frecuencia en qué va a ser lo que rompa el equilibrio.

[00:32:15]

Sigue acariciando a escondidas las tapas verdes del cuaderno de dibujo de Antonio en el cine. A veces se echa a llorar sin que venga a cuento.

[00:32:25]

La primera vez que vino al pueblo fue en vísperas de Pascua. La trajo una muchacha de aquí, de nuestra calle, que trabajaba como planchadora en una casa aristocrática de Valencia. Unos marqueses o algo así. Venía impresionante aquí, de no ser en las películas, jamás habíamos visto a una mujer que vistiese con tanta afectación por no faltarle. Ni siquiera le faltaba el gorrito, uno de esos gorros que tanto nos hacían reír a tu hermana y a mí cuando los veíamos en el cine.

[00:32:54]

Seria distante. Venía con un objetivo, aunque de eso nos enteramos.

[00:33:00]

Más tarde viene a conocer a Antonio porque la planchadora le ha hablado de él y hasta le ha enseñado alguna foto. No se acerca para saludar ni alarga el brazo para dar la mano, como si todo en el pueblo le diese un poquito de asco. Pero a media mañana ya está con la vecina en el taller, riéndose con Antonio, y allí no tiene ningún reparo en sentarse en una banqueta llena de serrín ni en comer lo que les llevaban a mediodía.

[00:33:24]

Por la tarde ponen la radio y se ponen a bailar sin que les importen los comentarios de la gente del pueblo. Luego se van al casino y desde allí ella telefonea a Valencia. Pero nadie sabe lo que dice porque habla en inglés. Antonio se presenta en casa con la carretilla del taller, carga un colchón, sábanas y mantas y avisa que esa noche no vendrá a dormir.

[00:33:47]

Al otro viernes se presentó de nuevo y un par de domingos más tarde tu tío nos pidió que los acompañase shamisen. En mitad del trayecto se puso de repente serio y dijo Isabel, será pronto mi mujer. Vamos a casarnos en cuanto podamos. Y ella, que había estado comiendo en nuestra casa, que había estado entrando y saliendo con tu tío y que hasta ese momento apenas nos había dirigido la palabra, se levantó del asiento con una sonrisa llena de simpatía y nos besó a tu padre, a tu hermana y a mí.

[00:34:17]

En ese momento, Isabel, yo creo que hasta entonces ni sabíamos su nombre. Se dio cuenta de que existíamos. Isabel sirve en una casa, pero ha vivido en Inglaterra en los años de la República y la guerra no sabe cocinar, ni coser, ni planchar, y es torpe cuando friega y lava. Por la tarde se sienta a escribir cartas y también en unos cuadernos en los que lleva un diario. Tiene una letra grande, hermosa, en la que las ves y las eles sobresalen como las velas de un barco.

[00:34:49]

Ana aprende a admirarla. Le gusta su ropa, los vestidos de corte elegante que la señora le regala cuando va a Valencia y que Ana le ajusta a sus medidas. Tiene una gran capacidad para hablar y convencer a los hombres de lo que ella cree que hay que hacer. Empiezo a llevar las cuentas del taller y escandaliza a todos por la forma de besar y acariciar a Antonio en público.

[00:35:11]

Se ofreció a mejorar mi torpe letra a cambio de que yo la enseñara a cocinar, a traerme de la capital frascos de perfume y cremas de maquillaje a cambio de que yo la enseñara a coser. Me hizo un montón de promesas que a mí me ilusionaron. Pasamos muchas tardes sentadas junto a la ventana. Ella vigilaba mi caligrafía y yo sus puntadas irregulares. A veces me leía algunos párrafos de lo que había escrito ese día en sus cuadernos. En ellos hablaba de que al abrir la ventana de la habitación, la luz del sol la había emocionado.

[00:35:45]

O de que el aire llegaba húmedo y olía a mar. Era como si tuviese unos dedos más largos que los nuestros y pudiera tocar aquello que nosotros no alcanzábamos. El nudo del conflicto se desarrolla a partir de la aparición de Isabel, una mujer que se ha educado en el extranjero y habla inglés, pero sobretodo que viste y se peina diferente. La manera como la novela va urdiendo este espacio de separación la desarrolla la antítesis de Ana e Isabel en todo cuanto tocan.

[00:36:14]

Es una antítesis de valores, pero también de posición estética, de sentido de la vida, de la resignación o rebeldía hacia una realidad de supervivencia egoísta que Isabel está dispuesta a abrazar y que Ana rechaza en este orden de desarrollo antitético. Es muy significativo el lugar que ocupa la cuestión de la escritura. Ana enseñaría a Isabel a coser si ésta le daba clase de saber escribir, hasta que la cuestión de saber escribir, de adornar las palabras, se torna una metonimia de la mentira.

[00:36:46]

A Ana le sorprende la tristeza de algunas de las cosas que Isabel escribe algunas tardes las dos se encierran en la habitación e Isabel le muestra los frascos de perfume y se los pone a Ana con la yema de su dedo meñique detrás de la oreja mientras le dice que va a volver loco a Tomás esa noche.

[00:37:05]

A veces disfraza a la niña y Ana siente como si la niña fuera escapársele de las manos porque ella fuera convertirla en una cualquiera.

[00:37:14]

Cuando los hombres vuelven del fútbol, ella reniega de tanta vulgaridad y le dice a Ana que las están condenando a fregar cazuelas el resto de su vida. Una tarde suena con insistencia un claxon a la puerta de casa y cuando todos salen a ver qué pasa, es ella al volante de un coche que le ha dejado Raimundo Mullor. Antonio monta en el asiento de al lado y Ana y Tomás se quedan en la acera. Así fui dándome cuenta de que ella había llegado A Pobra y se había instalado en nuestra casa con un propósito.

[00:37:45]

Descubrí que ninguna de todas aquellas promesas de intercambio que me había hecho y que tanto me habían ilusionado, le interesaban lo más mínimo y que no tenía la menor voluntad de enseñarme o de aprender. Lo único que pretendía era convertirme en cómplice para escapar de un mundo que sólo había aceptado como primer escalón para llegar a otro que debía de calcular y añorar a cada instante.

[00:38:09]

Y cuando Ana deja de seguirle el juego, Isabel pierde el interés en hablarle, como si al no poder ser cómplices sólo pudieran ser enemigas. Empiezo a pedirlo todo por una voz muy suave que le cambia en cuanto lo ha conseguido. Cuando van a mi Xen intenta ganarse a la abuela María y a Gloria con sus frascos de perfume y con esa dulzura que sabe poner a las palabras. Pero al poco tiempo también dejan de ir con Tomás y Ana a Vicent en la despensa.

[00:38:38]

Empieza a faltar la harina, el arroz, el aceite y el azúcar. Ana no dice nada porque se imagina que es ella quien le lleva las cosas a sus familiares. Todo cuanto les quita a ellos. Pero en aquellos tiempos se comprenden esas cosas. En la capital es difícil conseguir nada a los robos. Siguen las enfermedades. El médico le dictamina Isabel una dolencia de estómago que le impide comer lo mismo que los demás. Eso sí, cada vez que el menú no es de su agrado y si hay carne en el puchero, se aparta las mejores tajadas.

[00:39:09]

Mientras Antonio come sin levantar la cabeza, avergonzado, de repente, en la familia ya no éramos todos iguales. Ellos dos habían mejorado su forma de vivir y vestir, y nosotros nos habíamos vuelto más pobres. Y sobretodo, como hubiese dicho ella en su diario, más mezquinas. Con tu padre no me atrevía a hablarlo. Él tenía que darse cuenta lo mismo que nos dábamos cuenta la abuela María y yo, pero callaba. Después entendí que paraconseguir callarse se sometía a violencia y que eso empezó a hacerle un daño que acabaría por cambiarle el carácter.

[00:39:48]

Cuando nos comunicó que estaba embarazada y que el médico le había anunciado dificultades y le había impuesto un régimen severo, supe que aún iba a hacerse mayor la diferencia entre ellos y nosotros. No me equivoqué. A partir de ese día llegaban a casa huevos, carne y leche a los que nosotros no teníamos acceso. Antonio ya sólo va de vez en cuando al fútbol, se queda con ella las tardes de domingo, Ana. En el fondo se lo agradece y así se libra de la obligación de silencio con achicoria los domingos por la tarde.

[00:40:22]

Tomás se arregla y luego le pregunta a su hermano Antonio si se van al fútbol. Antonio niega con la cabeza y balbucea una excusa. Entonces Tomás se sirve una copa de coñac y espera a que venga a recogerle. José le va cambiando el carácter, como a todos.

[00:40:38]

En cuanto las cosas se quedan atrás dejan de ser verdad o mentira y se convierten sólo en confusos restos a merced de la memoria. Piensa Ana. No hay nada que salvar. El tiempo lo deshace todo, lo convierte en polvo y luego sopla el viento y se lleva ese polvo. Ana, la injusticia le hiere, sobretodo en el orgullo, porque de repente parece como si no hubieran hecho nada por ellos. Es más, parece que tienen que estarles agradecidos, como si de la mano de ella hubiera llegado la abundancia a esa casa.

[00:41:09]

Y les ven el casino en la pastelería, tomando el vermut con Mullor, el que pegó a Tomás en el sótano del Ayuntamiento al final de la guerra. Tomás empieza a beber más. Está dolorido por dentro y Ana no sabe qué hacer para salvarlo.

[00:41:25]

Me faltaba esa capacidad para hablar con palabras dulces que ella tenía. Me faltaba saber escribir en un cuaderno pequeño con letra segura y b si él es como velas de barco empujadas por el viento. Ahora no era suficiente la compasión, la entrega, la vida nos exigía algo más, otra cosa que no habíamos imaginado que iba a hacernos falta y que intuíamos que tenía que estar en algún lugar de nosotros mismos, pero que no sabíamos cuál era. Nos faltaba el plano que nos llevase hasta ese lugar secreto y vagamos perdidos sin encontrarlo.

[00:42:01]

Una mañana Isabel se levanta más temprano de lo que acostumbra para romper delante de Ana el cuaderno de tapas verdes de Antonio y arrojar los pedazos al fuego de la cocina. Por supuesto, no es un gesto inocente. Siempre le pide Ana que le prepare la achicoria, que le caliente un poco de caldo y se lo lleve a la cama. Ana se ahoga en una miseria peor que la que trajo la guerra. Isabel quiere que Ana estalle y Ana evita el enfrentamiento.

[00:42:30]

Sólo se desahoga con José porque con él Isabel se comporta igual. José le cuenta que las cuentas de la empresa son cada vez más oscuras. De algún sitio tienen que salir los vermut, las relaciones y la ropa que se compran. Isabel se pasa las horas en la cama y un rato antes de que Tomás y Antonio vuelvan del trabajo, se levanta y se pone a ordenar lo que ya está ordenado. Y cuando ellos llegan, está agitada y sudorosa.

[00:42:54]

De hecho, Antonio llega a decirle a su hermano que no es conveniente que trabaje tanto Isabel y que se lo diga a Ana y Tomás se lo dice. Y entonces es cuando Ana estalla. Esa misma noche le pedí que saliésemos a dar un paseo los dos solos y en un banco del parque se lo conté todo. Sentí un inmenso alivio, pero luego no pude dormir. Me acordaba de los largos viajes hasta la cárcel de mantel, de las horas de espera en estaciones en las que el viento del invierno balanceaba los faroles y la lluvia golpeaba los vidrios de la marquesina.

[00:43:28]

Todo había sido doloroso e inútil. Veía otra vez a tu tío pálido detrás de las rejas y sus ojos oscuros cuando nos agradecía los miserables boniatos. Y aquel mediodía en que volvió a casa y gritó desde la puerta que había llegado el afilador. Esos recuerdos eran como los ladrillos de la casa que nos habíamos esforzado en construir y que ahora, de repente, se desmoronaba, dejándonos otra vez a la intemperie. El sufrimiento no nos había enseñado nada. Chirbes configura su novela a través de una marcada distinción entre las clases a las que pertenecen los protagonistas del relato y realiza a su vez una fuerte crítica a la burguesía letrada y a su moral.

[00:44:12]

La buena letra es el disfraz de las mentiras, dice Ana, y se refiere con ello a la narración oficial elaborada por aquellos que ostentan el poder. La buena letra es la forma que adquiere el relato dominante frente a él. Chirbes construye aquí otra narración sobre el pasado español, que se contrapone con la visión que se habría popularizado durante la transición. El devenir, la traición y la culpa son temas que atraviesan la obra de Rafael Chirbes. Detrás de esos problemas existenciales hay siempre de fondo, pese a lo que pueda parecer una interpretación del pasado de España y sobre la transición como traición a la causa republicana y como pacto de silencio.

[00:44:54]

Entonces nace Manuel, a quien Ana está contando esta historia. Ana quiere un hijo, aunque sin saber muy bien por qué. Tal vez para que haya alguien en la familia que vea el mundo sin todo el barro de los últimos años, o porque su hija crece deprisa y ya no quiere ir con ella al cine, o porque Tomás se aleja de ella cada vez más. Antonio e Irene se han alquilado una casa elegante cerca de la plaza, con piano incluido.

[00:45:19]

Han contratado a una niñera para su hija y van todos los domingos a misa de doce y luego toman el vermut en el casino. Antonio es directivo del equipo de fútbol y ve los partidos en el palco junto a Mullor. Creo que tu padre se ilusionó tanto con tu nacimiento porque pensaba que tú ibas a venir a cerrar las heridas. Pienso que se hizo esa idea porque días antes del bautizo se presentó en la casa nueva de tus tíos, a la que nadie lo había invitado nunca para pedirles que viniesen a la comida.

[00:45:52]

Se vistió de chaqueta para ir y se llevó una botella de coñac, un par de puros y una cajetilla de tabaco rubio hasta el último instante. Estuvo esperándolos. Dejó libres dos plazas al lado de la abuela María y para que no les cupiese duda de que los estaba esperando, escribió sus nombres en unas hojas de papel que dejó apoyadas contra los vasos. Fue la última vez que vi en él el destello de una ilusión. Pero ellos envían a la niñera con la niña y una nota escrita por Isabel, en la que se disculpan porque el exceso de trabajo les impide asistir.

[00:46:30]

Después de ese día, Tomás ya no piensa nunca en la posibilidad de reconciliarse, ni vuelve a llamarles por sus nombres para referirse a ellos. Dice la pareja del varieté, el payaso y la artista durante tres años se vuelca en su hijo Manuel. Le obliga a reconocer las letras para que sea un hombre de provecho. Hasta que el rencor lo infecta tanto que empieza a usarlo contra su propio hijo. Cuando el abuelo Juan se ahorca en el patio de su casa, Tomás dice que el nacimiento de Manuel les ha traído más desgracia que suerte.

[00:47:03]

La esperanza se le ha convertido en sospecha. Entonces se olvida de su hijo y empieza a volver a casa muy tarde y casi siempre borracho. Ana se levanta para prepararle el café y la comida de mediodía. Pero ya ni se dirigen la palabra. Sólo un buenos días, Delgado, que no puede unírseles. El perfume de la madreselva lo percibía aquel amanecer desde mi cama mientras pensaba que él se había ido y no volveríamos a tenerlo. No sabía. No supe hacerlo volver, aunque cada noche sonara su llave al girar en la cerradura y unas veces nos gritase y otras llorara en silencio.

[00:47:42]

Se había marchado para siempre. Lo pensaba esta mañana porque he vuelto a notar durante toda la noche ese perfume como un presagio, como un recuerdo. Y ha sido entonces cuando he pensado que tenía que contarte esta historia o que tenía que contármela yo a través de ti. Y una noche no viene a dormir. Recorren todo el pueblo al amanecer buscándole y luego van al muelle a la hora que empieza el turno, pero no llega. Ana tiene entonces la certeza de que no volverá a verlo con vida.

[00:48:17]

Lo encuentran. Esa misma tarde, en la penumbra de un camino que lleva a la sierra, con la espalda hundida en el barro, la bicicleta a su lado aún respira. Se lo llevan a Valencia, a un hospital al que llega tres horas más tarde, delirante por la hemorragia, la fiebre y la pulmonía. Ana llega al amanecer, pero no la dejan pasar hasta avanzada la mañana. Y entonces se abalanza sobre la cama, coge su mano y le besa.

[00:48:41]

Pero la cabeza se le cae entre los brazos. Está muerto. No tenía dinero para trasladar el cadáver a Pobra, así que lo enterramos en Valencia, en un cementerio junto al hospital, en un nicho sin lápida sobre el cemento. Los albañiles pegaron una vieja fotografía suya en un cristal y escribieron con un punzón su nombre. Thomas discar 1908 1950. Con el tiempo le puse una lápida de mármol en la que, por cierto, se equivocaron las fechas y escribieron 1918.

[00:49:16]

En vez de 1908. Y luego más adelante lo traje aquí a Bobera, al sitio en que dentro de no mucho iré a buscar su compañía.

[00:49:26]

Antonio e Isabel le envían una tarjeta de pesà cuando muere Gloria. Como si sus hermanos le llamaran. Antonio se presenta en casa de Ana. De improviso le pide que le prepare un refresco y se queda en silencio. Vuelve al poco tiempo y luego empieza a ir casi a diario. No es que haya cambiado para mejor, es que se ha encerrado. Se busca a sí mismo. Cuando cae enfermo, no quiere ver a nadie. El último día le da a Ana una llavecita y le pide que abra el cajón de una rincón.

[00:49:57]

Era de caoba que hay en la habitación. Allí guarda las cartas que le enviaron a la cárcel y debajo de todo hay un retrato de Ana. Lo saca y se lo da. Y ella lo quema esa misma noche, como si el fuego pudiera reconciliarlos a todos. Pero Ana piensa que la muerte no va a juntarlos, sino que será la separación definitiva. Porque cuando también ella se haya ido, las sombras se borrarán un poco más y el viejo sufrimiento habrá sido aún más inútil.

[00:50:28]

Quizá también yo había empezado a poner en ti el rencor tozudo que puso tu padre y me dejaba aplastar por el orgullo. Conseguí que pudiera salir de sobra, que estudiase y empecé a perderte durante las vacaciones te presentabas en casa con amigos que nos parecían lejanos, aunque ya el paso de los años nos hubiera igualado un poco a todos. Y los malos tiempos si hubiesen quedado en el recuerdo? A veces te veía escribir y a mi pesar, recordaba aquellos cuadernos de ella.

[00:51:00]

Pensaba La buena letra es el disfraz de las mentiras. Manuel, su hermana y su prima, pasan a ver a Ana y le proponen que deje la casa, que ellos se encargarán de levantar en su lugar un edificio de viviendas en el que tendrá un piso cómodo y moderno, además de unas rentas. Pero Ana dice que cuando ella muera podrán hacer lo que quieran. La única que no le habla del proyecto es Isabel. Tal vez porque no lo sabe.

[00:51:29]

Por eso Ana, de alguna forma, le parece que está más cerca de ella que de su hijo Manuel. Durante toda la noche anterior me acordaba de que tu padre me contó en cierta ocasión que los marineros se niegan a aprender a nadar, porque así, en caso de naufragio, se ahogan en seguida y no tienen tiempo de sufrir. No conseguía dormirme. Estuve dando vueltas en la cama hasta el amanecer. No podía evitar que me diesen envidia los que se fueron al principio, los que no tuvieron tiempo de ver cuál iba a ser el destino de todos nosotros.

[00:52:03]

Porque yo he resistido, me he cansado en la lucha y he llegado a saber que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Ahora espero. Y así les hemos contado la buena letra de Rafael Chirbes. Hemos seguido la edición de Anagrama Editorial. Hemos citado fragmentos de los artículos La buena letra. Memoria y olvido de José María. Porfolio y bancos y Las sombras, de Rafael Chirbes, de Sara Santa. La semana que viene nos volvemos a encontrar con Chasse Beach, de Ian McEwan.

[00:52:48]

Gracias por estar ahí.

[00:52:50]

Y gracias por leer un libro.

[00:52:52]

Una hora en la cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Ana Viñuela y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo.