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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles el último encuentro de Sándor Márai. Sándor Márai nació en 1900 en casa, una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia. Tras iniciar su carrera escribiendo en alemán, Marai decidió usar su lengua natal para desarrollar su obra literaria, en la que destacó además de en la narrativa, en la poesía, la dramaturgia y en la crónica periodística.

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Tiene un estilo realista y descarnado y será comparado con Mann y con Svein. Sus diarios y memorias resultan indispensables para conocer la Hungría invadida por alemanes y por soviéticos. Abandonó su país en 1948 con la llegada del régimen comunista y emigró a Estados Unidos. La prohibición de su obra en Hungría hizo caer en el olvido a quien en ese momento estaba considerado uno de los escritores más importantes de la literatura centroeuropea. Hubo que esperar varias décadas para que fuese redescubierto en su país y en el mundo entero.

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Las muertes de sus tres hermanos, la de su mujer y la de su hijo, en un lapso de un año y medio, lo dejaron en la soledad más absoluta. Tenía la visión muy reducida. Leía a duras penas y caminaba casi desvalido por una ciudad desconocida, con un disparo en la cabeza. Se suicidó en febrero de 1989, cuando faltaban pocos meses para la caída del muro de Berlín.

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El último encuentro fue escrita en 1242 con Márai, instalado en Budapest, Hungría, inmersa en la Segunda Guerra Mundial, oficialmente unida al Eje, aunque negociando en secreto con Inglaterra y Estados Unidos. Ambiente de guerra, de cambio, de peligro, de despedida del antiguo régimen y de sus formas de vida, de decadencia y de incertidumbre ante el futuro. Es una novela deliciosa. Para mí es la novela de la amistad y de la lealtad.

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Vamos allá. El general se entretuvo casi toda la mañana en la bodega del lagar. Había salido al viñedo de madrugada, junto con el vinatero, para ver qué se podía hacer con dos barriles de vino que habían empezado a fermentar. Eran las once pasadas. Cuando terminaron de embotellar el vino, entonces regresó a la casa bajo las columnas del porche de piedras húmedas que olían a humo. Le esperaba el montero para entregar a su señor una carta que acababa de llegar.

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Hace años que el general no abre ninguna carta, pero reconoce la letra. Así que coge la carta y se la guarda en el bolsillo. Entran en el vestíbulo y allí, al fresco, empieza a leerla. Después se vuelve hacia el montero y le dice que preparen el coche para las seis, que se ponga la librea de gala, que todo esté limpio y reluciente, que se presenten en el hotel del Águila Blanca y diga nada más que el coche del capitán.

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Ya está dispuesto. Y luego sube a su habitación. En una pared había un almanaque de números enormes 14 de agosto. El general echó la cabeza hacia atrás para contar 14 de agosto. 2 de julio contaba el tiempo transcurrido entre una fecha remota y aquel día. 41 años, dijo en voz alta. Hacía rato que hablaba en voz alta, aunque estaba solo en la habitación. Cuarenta años? Repitió después, un tanto confundido como un colegial que se enreda por lo difícil de los deberes.

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Se puso colorado, echó la cabeza atrás y cerró los ojos humedecidos. La casa tiene 200 años. El general ha nacido en ella. En la misma habitación que ahora ocupa.

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Antes era la habitación de su madre, pero ahora vive en esa habitación y lleva años sin ir a la otra parte del edificio, llena de salones multicolores. El general se sienta como si de repente se hubiera agotado al comprender lo mucho que son 41 años y 43 días, agita una campanilla de plata y le pide al criado que suba a Nini.

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La novela recorre el período entre 1875, cuando Genre y Konrad se conocen en la Academia Militar de Viena con diez años, época en que el emperador de Austria era el rey de Hungría y mantenía el orden en que el ejército, con la parafernalia de uniformes de gala y códigos de honor, acogía a los hijos de la aristocracia y a alguno de procedencia humilde y con suficientes méritos hasta 1940. Y en medio, todo un conjunto de hechos históricos creadores de una atmósfera social.

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Revolución en Rusia. Desmoronamiento del Imperio. Primera Guerra Mundial e inicio de la Segunda Gran Guerra.

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Nimi tenía 91 años, pero llegó enseguida. Había criado al general en aquella misma habitación. Había estado presente durante su nacimiento. Tenía entonces dieciséis años y era muy hermosa. Era bajita, pero tan fuerte y tranquila como si su cuerpo conociese todos los secretos. Como si escondiese algo en sus huesos, en su sangre, en su carne. Los secretos del tiempo, de la vida. Algo que no se puede decir a los demás. Algo que no se puede traducir a ningún idioma.

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Un secreto que las palabras no pueden expresar. El primer sorbo de leche que tomó el general fue del seno de Ni-Ni, amamantó al general porque tenía leche en abundancia. Su padre la había echado de casa tras dar a luz a un niño. Y cuando subió a la mansión no tenía más que el vestido que llevaba puesto y un mechón del cabello de su hijo muerto que guardaba en un sobre.

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Siempre estaba allí, donde sea. La necesitaba. Siempre estaba contenta. Amamantó y crió al general. Y pasaron 75 años. Cuando murió la madre del general Nini limpió su frente blanca. Cuidó al padre del general en sus últimos años. Y cuando se casó el general y cuando volvió con su esposa de la luna de miel, Niní los esperaba en la puerta de la mansión. Más adelante. Unos veinte años más adelante murió la señora y Nini cuidó de su tumba y de sus vestidos.

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Entre ellos hay algo que no se puede explicar con palabras. Lo saben todo el uno del otro. El general pide a Nini que se siente y le dice que le ha escrito Konrad y que vendrá a cenar.

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Hace dos décadas que no reciben invitados. Deciden cenar en el otro aula como antaño. Una vez pasado el sentimiento de sorpresa, se sentía cansado. Uno se pasa toda la vida preparándose para algo.

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Primero se enfada. A continuación, quiere venganza. Después, espera. Él llevaba mucho tiempo esperando. Ya no se acordaba ni siquiera del momento en que el enfado y el deseo de venganza habían dado paso a la espera. El tiempo lo conserva todo, pero todo se vuelve descolorido, como en las fotografías antiguas fijadas en placas metálicas. La luz y el paso del tiempo desgastan los detalles precisos que caracterizan los rostros fotografiados. Hay que mirar la imagen desde distintos ángulos y buscar la luz apropiada para reconocer el rostro de la persona, cuyos rasgos han quedado fijados en el espejo ciego de la placa.

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De la misma manera, se desvanecen en el tiempo todos los recuerdos humanos. Su padre se dedicó a cazar sin tregua desde que volvió de Viena y su madre prohibió la entrada de los cazadores en la mansión. Por eso se construyó la casa del bosque para la caza. Pero al final, el padre del general se trasladó a vivir allí. Los padres del general no se comprendían, aunque se habían conocido en un baile y desde que se miraron a los ojos en presencia del soberano, supieron que estaban destinados a vivir juntos.

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En los primeros tiempos, la mansión llegó a ser para ella su propia patria, dentro de un país extraño. Ella, parisina, tenía la sensación de vivir en un bosque rodeada de osos. Durante mucho tiempo libraron una batalla sin decir palabra. Combatieron a través de la música y de la caza, a través de los viajes y de las fiestas. A una de ellas fue el emperador de Austria, que era el rey de Hungría.

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Pasó dos días cazando en los bosques. Se alojó en la otra ala del edificio. Durmió en una cama de hierro e incluso bailó con la señora de la casa. Charlaron durante el baile y los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. El raíz dejó de bailar. Se inclinó y besó la mano de la dama. La acompañó al salón contiguo, donde los hombres de su séquito se mantenían de pie en semicírculo. Condujo a la dama junto a su esposo y volvió a besarle la mano.

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De qué hablasteis? Preguntó más tarde, mucho más tarde. El guardia imperial a su esposa, la mujer no se lo quiso decir. Nadie supo nunca lo que el rey le había dicho a aquella mujer llegada del extranjero que se había echado a llorar en medio del baile. La gente de los alrededores habló largamente de aquello. Cuando el general era un muchacho, lo inscribieron en el internado de la Academia Militar, que se encontraba cerca de Viena. Todo estaba minuciosamente organizado y los profesores eran oficiales retirados.

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Todo olía a salitre. En cada dormitorio dormían treinta muchachos de la misma edad en estrechas camas de hierro. Hacía mucho frío. Estudiaban griego, balistica, conducta ante el enemigo e historia. El muchacho estaba siempre pálido y tosía con frecuencia. En la academia había muchachos de todas partes. Todos eran rubios, de nariz respingona y todos tenían apellidos larguísimos, llenos de consonantes y con varias partículas. Pero en la academia todos tenían que dejar su identidad en el guardarropa.

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Solamente conservaban el primer apellido que distinguía a cada uno. Conrad dormía en la cama contigua a la suya. Tenían diez años cuando se conocieron. Era fornido, pero delgado, como los muchachos de las razas muy antiguas, en cuyo cuerpo los huesos prevalecen sobre la carne. Era lento, sin ser perezoso, como si calculara su propio ritmo a conciencia. Su padre era funcionario del Estado en Galitzia y había recibido por ello el rango de varón. Su madre era polaca.

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Cuando el muchacho reía, le aparecía en las comisuras de la boca un rasgo típico infantil, característico de los eslavos. A poco era callado y siempre estaba atento. Convivieron con naturalidad desde el primer momento, como gemelos en el útero de su madre. Supieron desde el primer momento que su encuentro prevalecería durante toda su vida. Henrik le pidió a su padre que Konrad se quedara siempre con ellos porque su familia era pobre y quería que pasase el verano con ellos.

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El padre le contestó que los amigos de su hijo eran sus amigos y recibió con un apretón de manos a Konrad en la familia. Henrik no soportaba la soledad entre la gente, pero ya no estaría solo nunca más. Su educación le prohibía hablar de lo que le dolía y le obligaba a soportarlo todo sin quejarse. Lo mejor es no hablar de nada. Eso le habían enseñado. Sin embargo, no podía vivir sin ser amado. Y esa también era su herencia.

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Estaban en la época en que los muchachos todavía no tienen el sexo definido, como si no hubiesen escogido todavía. Cada quince días el muchacho se hacía cortar al cero el cabello rubio y ondulado que detestaba por femenino. Konrad era más masculino, más tranquilo. Se abría delante de ellos la época de la adolescencia y ya no temían a nada porque no estaban solos. Al final del primer verano, la madre francesa observó desde la puerta de la mansión a los dos muchachos que subían al coche para volver a Viena.

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Cuando partieron le dijo a Nini, sonriendo. Por fin un matrimonio bien avenido. Sin embargo, Ni-Ni no sonreía. Los muchachos llegaban juntos cada verano. Más adelante empezaron a pasar las vacaciones de Navidad también juntos en la mansión.

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Era común todo lo que tenían sus trajes, su ropa interior en la mansión, compartían la misma habitación, leían el mismo libro a la vez. Juntos, descubrían bien y los bosques, la lectura y la caza. Montar a caballo y la vida militar, la amistad y el amor. Ni ni se preocupaba. A lo mejor estaba un tanto celosa. Aquella amistad ya duraba cuatro años. Los dos muchachos empezaban a aislarse del mundo. Tenían sus secretos. Su relación era cada día más profunda, más tensa.

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A Niní le preocupa que Konrad se vaya un día y lo que sufrirán rico. Pero la madre le contesta que así es la vida, que un día todos hemos de perder al ser amado. En la academia. Los demás muchachos dejan pronto de hacer bromas sobre su amistad. Se acostumbraron a ella como a un fenómeno natural. Cuando hablaban de cualquiera de los dos mencionaban ambos Henrik y Konrad, o Konrad y Henrik.

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Era un afecto sin egoísmos, sin intereses, donde no se desea nada del otro. Donde no se pide nada. Ninguna ayuda. Ningún sacrificio. Los dos muchachos sentían que vivían en un estado de gracia, un estado que no se puede nombrar, un estado maravilloso de la vida humana.

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Cuando los muchachos de la academia empezaron a volverse adolescentes y hacer indecencias tratando con triste fanfarronería de conocer los secretos de la vida adulta, Conrad hizo jurar a Henrik que ellos vivirían en la pureza. Mantuvieron su palabra durante largos años. No les fue fácil. Se confesaban cada quince días. Preparaban juntos la lista de sus pecados. Sus deseos se declaraban en la sangre, en los nervios. Los dos muchachos se volvían pálidos y se mareaban con cada cambio de estación.

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Pero seguían viviendo en la pureza, como si la amistad, cuya capa mágica cubría a sus jóvenes vidas, pudiera compensarlo todo. Todo aquello que los demás, los curiosos y los impacientes, perseguían entre terribles sufrimientos que los conducían hacia los paisajes oscuros de los bajos fondos de la vida. Un verano viajaron a Galicia para visitar a los padres de Conrad. Eran ya jóvenes oficiales, se alojaban en una fonda, puesto que en la casa del barón solo había tres habitaciones y muy pequeñas.

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La primera noche cenaron carnes grasientas y vinos olorosos y fuertes. La madre polaca era melancólica e iba maquillada, con colores vivos, morados y rojos como una cacatúa. Le servían como si la felicidad de aquel hijo al que veía un poco dependiese de la calidad de los platos. Después de cenar ya en la fonda, Conrad le confiesa a Enric lo que sus padres han estado haciendo por él durante veintidós años.

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Cada par de guantes explicaba con Conrad que he tenido que comprarme para ir contigo al teatro. Llegaba de aquí. Sí, me compré una silla de montar. Ellos no comen carne durante tres meses. Si doy una propina en una fiesta, mi padre no fuma puros durante una semana. Y todo esto dura ya 22 años. Sin embargo, nunca me ha faltado de nada. En algún lugar lejano de Polonia, en la frontera con Rusia, existe una hacienda.

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Yo no la conozco. Era de mi madre. De allí, de aquella hacienda, llegaba todo.

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Primero vendieron los muebles, luego el jardín, las tierras, la casa. Después vendieron su salud, su comodidad, su tranquilidad, su vejez, las pretensiones sociales de mi madre, la posibilidad de tener una habitación más en esta ciudad piojosa, la de tener muebles presentables y hacer recibir visitas. Enric le dice que lo siente y con rrando le contesta que no tiene por qué disculparse, que sólo quería que lo supiera. Para Konrad es muy difícil vivir así, como si su vida no le perteneciese.

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Pasaron cuatro años en la ciudad. Cuando partieron, sintieron por primera vez que algo había ocurrido entre los dos. Como si uno de los dos le debiera algo al otro. Aunque todo esto no se podía precisar con palabras. Otra de las cosas que les separaba o les diferenciaba era la música para Konrad. Era como un lugar secreto sólo para él, donde nadie podía alcanzarle. Enrique, en cambio, tenía callos en los oídos. Le bastaba con la música zíngara y los valses de Viena.

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Pero con Konrad palidecía cada vez que escuchaba música. Cualquier tipo de música, incluso la más popular, lo tocaba tan cerca como si le estuvieran tocando el cuerpo de verdad. La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial. Durante unos instantes, en esos momentos, Konrad no era un soldado.

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Todos le prestaron atención máxima, puesto que en su voz resonaba una tristeza como una que suena en la voz de los desterrados cuando hablan de su patria, de su nostalgia. El guardia imperial también observaba al amigo de su hijo con atención, como si lo estuviese mirando por primera vez por la noche, cuando se quedó a solas con su hijo en la sala de fumar. Le dijo Konrad nunca será un soldado de verdad. Por qué? Preguntó el hijo, asustado.

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Sabía que su padre tenía razón. El guardia imperial se encogió de hombros. Seguía fumando, sentado, con las piernas estiradas hacia la chimenea, mirando el humo del cigarro. Respondió con la certeza y la superioridad de los entendidos. Porque es diferente. El padre no vivió ya y pasaron muchos años hasta que el general comprendió el significado de la frase.

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Como señala Liliana Acosta, en el último encuentro tienen mucha importancia las casas. Los padres del general se construyeron espacios propios para vivir. La mansión fue hecha a imagen y semejanza de la madre y cuando el padre vio su casa transformada, se sintió atrapado y buscó reparar la falta, construyéndose una casita en el bosque. La casa sufre las transformaciones de los hombres que viven en ella. Tiene vida propia. Se identifica con sus habitantes y comparte sus alegrías y sus tristezas.

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La casa vive también el reencuentro a su manera. También tendrá mucha importancia la casa de Conrad. Los dos jóvenes vivían juntos en Viena. Alquilaron un piso con tres habitaciones. Conrad alquiló un piano. Vivía como si fuera un monje. Como si no viviera en este mundo. Henrik volvía casi siempre después de medianoche, de algún baile, de alguna fiesta donde sonaba la música, en los restaurantes, en las salas de baile, para que la vida fuera más placentera.

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Sencillamente, la música que Konrad prefería no sonaba para que la gente olvidara ciertas cosas, sino que despertaba pasiones. Despertaba incluso un sentimiento de culpa y su propósito era lograr que la vida fuera más real en el corazón y en la mente de los seres humanos. A veces charlaban hasta el alba. Konrad hablaba de sus lecturas y Henrik de sus experiencias de la vida. Suplicaba a Konrad que aceptara parte de su fortuna, ya que él era incapaz de gastarla solo.

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Konrad le explicaba que no podía aceptar ni un céntimo de su dinero, como se llamaban. Se perdonaron mutuamente su pecado original.

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Konrad perdonaba la fortuna de su amigo y el hijo del guardia imperial perdonaba la pobreza de Konrad. Pero Konrad tenía una especie de dominio sobre el alma de su amigo. Qué significaba este dominio? El poder humano siempre conlleva un ligero desprecio, apenas perceptible hacia aquellos a quienes dominamos. Solamente somos capaces de ejercer el poder sobre las almas humanas. Si conocemos a quienes se ven obligados a someterse a nosotros, si los comprendemos y si los despreciamos con muchísimo tacto. Aquellas charlas nocturnas en la casa de I-Ching se convirtieron con el tiempo en conversaciones entre maestro y discípulo, llegando a adquirir este aspecto.

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El general saca primero su uniforme de gala. Hace una década que no se lo ha puesto, pero finalmente se viste de negro con una corbata de rayas blancas. Con manos temblorosas abre un compartimento secreto de un cajón que contiene una pistola belga, un fajo de cartas atadas con un lazo azul y un cuaderno delgado de tapa de terciopelo amarillo que lleva impresa con letras doradas la palabra souvenir.

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Se guarda el cuaderno en un bolsillo de la chaqueta. Se queda de pie al lado de la ventana. Un carruaje avanza lentamente por el camino. El invitado no tardará en llegar a la mansión. Lo observa como los cazadores cuando tienen a su presa en el punto de mira. Cuando sale vestido, se encuentra con Ni-Ni que le pregunta si quiere volver a poner el cuadro en su sitio y él le contesta que ni siquiera sabía que aún lo conservase. Todo está dispuesto exactamente como lo estaba la última vez que cenaron allí.

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Qué quieres de ese hombre? Preguntó de repente la nodriza. La verdad? Respondió el general. Conoces muy bien la verdad. No la conozco!

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Dijo él en voz alta, sin preocuparse por el servicio que había interrumpido abajo la colocación de las flores y miraba hacia arriba. Volvieron a bajar la mirada inmediatamente con un gesto mecánico y continuaron con sus quehaceres. La verdad. Es precisamente lo que no conozco. Pero conoces la realidad? Observó la nodriza con un tono agudo, casi agresivo. La realidad no es lo mismo que la verdad. Respondió el general. La realidad. Son sólo detalles. Ni siquiera Cristina conocía la verdad.

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Quizás la sepa con Rast. Y entonces Ni-Ni le dice que cuando Cristina entró en agonía, le llamó a él a Enric. Y se lo dice para que no se le olvide. Esta noche se oye crujir la gravilla del camino de la entrada. Enrique baja la escalera con la espalda recta. Vestido de negro, con pasos de viejo un tanto rígidos. En ese momento se abre la puerta y aparece en el umbral, detrás del criado, un hombre muy mayor.

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Ya ves, he vuelto, dijo el invitado en voz baja. Nunca lo he dudado respondió el general también en voz baja, sonriendo. Se dieron la mano con gran cortesía.

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Se acercan a la chimenea y se observan con atención, con ojos de experto. Los dos sienten que el tiempo de espera de las últimas décadas les ha dado fuerzas para vivir. Conrad sabía que tenía que regresar y el general sabía que aquel momento llegaría algún día. Esto los ha mantenido con vida. Conrad cuenta que ha estado en Singapur, pero que antes vivió en el interior con los malayos. Entonces el general le pregunta si se fue al trópico para matar algo dentro de sí.

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Conrad no responde. Se quedan sentados así, sin decir palabra, mirando el fuego hasta que entra el criado para avisarles de que la cena está servida en la mesa.

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Se sientan en la mesa larga del comedor, donde no ha entrado ningún invitado desde la muerte de Cristina. En los dos extremos de la larga mesa, en el centro, hay otra silla tapizada. Es el sitio de Cristina, la esposa del general.

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Hablan en bajo. Tanto que se oye el crepitar de la leña que arde en la chimenea.

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Conrad dice que ha venido porque ha estado en Viena y porque quería volver a ver a Enright. Sólo he pasado unas horas en algunos puertos franceses viajando de Singapur a Londres. Quería volver a ver Viena y también esta casa.

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Has venido con esa idea? Pregunta al general para ver Viena y esta casa. O también tenías algún negocio que resolver en el continente? Ya no tengo ningún negocio que resolver, responde. Tengo 73 años como tú. Ya no tardaré mucho en morirme. Por eso he emprendido este viaje. Por eso he venido aquí.

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Dicen que a esta edad uno vive hasta que se harta, le responde el general en un tono cortés y alentador. Tú no lo ves así. Yo ya me he hartado dice el invitado, sin ninguna entonación especial, con voz indiferente.

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Enric le cuenta que él, en cambio, ha viajado muy poco, que hubo un tiempo en que llegó a considerar abandonar el servicio como hizo con Rady, y viajar por el mundo, conocer más cosas, buscar encontrar algo o alguien. Pero que cambió de parecer, prometió a su padre que acabaría el tiempo del servicio, aunque se jubiló muy pronto a los 50 años. Conrad le cuenta que en el 17 volvió al trópico por segunda vez y que se enteró de que había estallado la revolución en Rusia porque los obreros dejaron de repente de trabajar como si hubieran intuido los cambios que se avecinaban.

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Uno siempre se entera de lo que importa. Sin ningún aparato, sin teléfono, sin nada. Cuando murió Cristina, pregunta de repente. Cómo sabes que Cristina ha muerto? Pregunta al general en un tono neutro. Vivías en el trópico? No has venido a Europa durante 41 años. Lo has percibido de la misma manera que los obreros notaron la revolución? Sí, lo he percibido? Pregunta el invitado. Quizás no está sentada aquí con nosotros. Dónde más puede estar?

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Solo en la tumba? Sí, dice el general. Está enterrada en el jardín, cerca del invernadero. Como ella había dispuesto hace mucho que murió ocho años después de que tú te fueras.

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Murió de una anemia perniciosa, una enfermedad que hace reaccionar al organismo cuando las condiciones de vida cambian. El general le cuenta que cuando se fue todos creyeron que volvería. Que todos le estuvieron esperando. Todos eran sus amigos y le disculpaba porque sabían que la música era más importante para él que cualquier otra cosa. Nadie comprendía por qué se había ido, pero lo aceptaban porque sabían que tendrían sus razones o que escribiría. Cristina también le dice que seguramente ha tenido tantas experiencias en el trópico que se olvidaría de todos con Rrat.

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Contesta que no, que lo que de verdad es importante no se olvida nunca. En cambio, todo lo accesorio desaparece. Que desde hace algún tiempo solamente se acuerda de lo esencial. En el último encuentro no hay confrontación o vacío, sino diálogo y ánimo de entendimiento y comprensión. La empatía es el principio que marca el planteamiento con que Márai hace que Gendry y Konrad se vuelvan a relacionar. Los acontecimientos que se describen son siempre la experiencia subjetiva de quien los cuenta, pero haciendo ver el esfuerzo que éste hace por integrar en su discurso otros puntos de vista al tiempo, Sándor Márai introduce otros elementos importantes, como la manera de contemplar el futuro.

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Cuando somos jóvenes y de revisar el pasado cuando ya somos mayores. De esta manera, aún sin hacer referencia directa a ello, habla también sobre el desconcertante presente en que escribió esta novela en el año 1942, cuando el nazismo y la Segunda Guerra Mundial asolaban su Hungría natal. La memoria lo pasa todo por su tamiz mágico. Resulta que después de diez o veinte años te das cuenta de que algunos acontecimientos, por más importantes que hayan parecido, no te han cambiado absolutamente nada.

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Un día, sin embargo, te acuerdas de una cacería del detalle de un libro o de esta sala. Cuando cenamos aquí la última vez, éramos tres. Todavía vivía Cristina. Estaba sentada ahí, en el centro. La mesa estaba puesta igual que hoy. Comen una carne poco hecha con aplicación y apetito, absortos en la masticación y la engullo ción, con la actitud de las personas mayores para quienes comer ya no supone solamente alimentarse, sino que representa una acción solemne y ancestral, hasta que el general propone tomar café en el otro lado.

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En ese momento, una ráfaga de viento abre las ventanas de par en par. Se ve un rayo. La tormenta sacude el comedor apagando algunas velas y de repente todo se oscurece. Toda la ciudad se ha quedado a oscuras. Atraviesan el comedor guiados por un criado con unas velas. Se sientan y el criado les acerca a una mesa pequeña y pone encima las tazas con el café. Los puros y las copitas de aguardiente. Y al fin se quedan solos.

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No viviremos muchos años ya. Dice el general sin darle más vueltas, como si pronunciara la conclusión final de una discusión sin palabras. Un par de años, quizás menos. No viviremos mucho porque has vuelto. Y tú también lo sabes. Has tenido tiempo para pensar en ello. Allí, en el trópico. Y luego en tu casa, en las afueras de Londres. Cuarenta y un años. Son muchos años. Has pensado en ello. Verdad? Sin embargo.

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Has vuelto porque no has podido hacer otra cosa. Y yo te he estado esperando porque no he podido hacer otra cosa. Los dos sabíamos que nos volveríamos a ver y que con ello se acabaría todo, se acabaría nuestra vida y todo lo que hasta ahora ha llenado nuestra vida de contenido y de tensión. Porque los secretos como el que se interpone entre nosotros tienen una fuerza peculiar. Queman los tejidos de la vida como unos rayos maléficos, pero también confieren una tensión, cierto calor a la vida.

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Te obligan a seguir viviendo. Entonces Enric le dice a Conrad que va a contárselo todo y le habla de lo que él ha experimentado en la soledad del bosque durante los últimos 41 años.

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Mientras él estaba en el trópico, la soledad a veces se presenta también como una selva o como aburrimiento, y le dice que si no hubiera estado seguro de que volvería, habría partido en algún momento para encontrarle. Pero siempre ha sabido que estaba vivo y que algún día volvería.

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Conrad le dice que tenía todo el derecho a irse, que es verdad que se fue muy de repente y sin despedirse.

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El general entonces le dice que no había nada en el mundo que fuera más importante para él que su amistad. Le dice que el coche está dispuesto, que le puede llevar a la ciudad en cualquier momento, si así lo desea. Que no tiene por qué dormir allí si no quiere y que lo único que le pide es que le escuche. Y Conrad acepta. Le escucha. El general le dice que ha pensado y que ha leído mucho sobre la amistad.

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Los libros, o si los recuerdos se acumulaban y se volvían cada vez más coherentes. Cada libro contenía una pizca de la verdad y cada recuerdo me confirmaba que uno reconoce en vano la verdadera naturaleza de las relaciones humanas y que tampoco se hace más sabio a fuerza de conocimientos. Por eso no tenemos ningún derecho a exigir ni la verdad ni la fidelidad de aquél a quien un día aceptamos como amigo. Ni siquiera aunque los acontecimientos hayan demostrado. Que ese amigo ha sido infiel.

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Estás absolutamente seguro? Pregunta el invitado. De que aquel amigo fue infiel. El general le dice que no está seguro del todo y que por eso está allí y continúa diciéndole que una acción en sí no representa la verdad, sino que sólo es una consecuencia que hay que conocer los motivos para el general.

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Es fácil comprender el hecho de la huida de Konrad, pero no los motivos.

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Durante 41 años ha buscado y examinado cada posibilidad que pudiera explicar ese paso incomprensible. Pero ninguna de sus hipótesis le ha dado la respuesta. Solamente la verdad puede darle la respuesta.

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A Konrad le parece que Uida es una palabra muy dura, y el general le contesta que aquel día de julio, cuando dejó la ciudad, Konrad sabía que dejaba atrás una deuda y le cuenta que por la noche fue a su casa y le recibió su ordenanza y luego se quedó solo en su habitación.

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Hubiese aceptado cualquier cosa como excusa, como explicación, incluso la infidelidad hacia los ideales más nobles del mundo. Había una sola y única cosa que no me podía explicar que hubieses pecado contra mí. Eso no lo comprendía. Para eso no existía ninguna excusa. Te fuiste como malversador, como un ladrón. Te fuiste después de haber estado con nosotros, con Cristina y conmigo, aquí, en esta misma casa donde solíamos pasar horas y horas, todos los días y algunas noches, durante años, en medio de una confianza y de una íntima hermandad como la que une a los gemelos, esos seres peculiares que la naturaleza caprichosa une para siempre en la vida y en la muerte.

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Y allí, en esa habitación, Henri se pregunta quién era Konrad en realidad, qué había querido de verdad, que había sabido de verdad a qué había sido fiel o infiel, con quién se había comportado con valentía o con cobardía? Pero la pregunta fundamental es qué había tenido en común y sobretodo si había sido realmente su amigo? Te fuiste sin despedirte? Aunque no del todo, puesto que el día anterior, durante la cacería, había ocurrido algo cuyo significado sólo comprendí más adelante y aquello ya había sido una despedida.

[00:34:05]

Uno nunca sabe qué palabras o acciones suyas anuncian algo definitivo, un cambio fatal, irrevocable en sus relaciones.

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Y es que Henrik supo en la cacería que todo acababa de madurar, de revelarse, que aquél era el instante en el que todos encontraron su lugar. Fue la última gran cacería que hubo por aquellos bosques. Aunque la cacería, la verdadera cacería, era otra cosa.

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Konrad cazaba con una expresión de desprecio. El general le recuerda que llevaba el arma de una manera descuidada, como si fuera un bastón o una caña, porque no conocía esa extraña pasión, la más secreta de todas las pasiones de la vida de un hombre. La pasión por matar. Conrad se ríe, pero el general le dice que no esté tan seguro de no haber matado nunca a ningún ser vivo.

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La disposición para matar, la atracción cargada de prohibiciones. La pasión más fuerte. Un impulso que no es ni bueno ni malo. El impulso secreto, el más poderoso de todos. Ser más fuerte que el otro, más hábil. Ser maestro. No fallar. Es lo que siente el leopardo cuando se prepara para saltar. La serpiente cuando se yergue entre las rocas. El cóndor cuando desciende de las alturas y el hombre cuando contempla su presa. Esto mismo sentiste tú.

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Quizás por primera vez en tu vida, cuando en aquel bosque, en aquel punto de acecho, levantaste el arma y apuntaste para matarme. Conrad no reacciona. No protesta, no da indicios de haber oído la acusación. Y entonces el general se lo recuerda. Era el momento exacto en que la noche se separa del día. El mundo inferior del mundo superior a los cazadores y a los animales salvajes les gusta ese instante. Ya no es de noche, pero tampoco es de día.

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Es el momento en que ocurren cosas, no solamente en las profundidades del bosque, sino también en el fondo oscuro de los corazones humanos. Porque todas las pasiones anidan en la noche del alma humana. También existen instantes en que no es de noche ni de día en los corazones humanos. Instantes en que los animales salvajes salen de las madrigueras del alma y en que tiembla en nuestro corazón y se transforma en movimiento en nuestra mano. Una pasión que hemos tratado en vano de domesticar durante años.

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Pero el contenido real de la pasión es más fuerte que nuestros propósitos. En el fondo de cada relación humana existe una materia palpable y esa realidad no cambia por muchos argumentos o astucias que se utilicen. La realidad será que tú me aciagas que me habías odiado durante 22 años.

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Con una pasión cuyo fervor caracteriza sólo las relaciones más intensas como. Sí, como era amor, me odiabas y cuando un sentimiento, una pasión, se apodera por completo del alma humana al lado del entusiasmo, del deseo de venganza también, porque la pasión no conoce el lenguaje de la razón ni sus argumentos para una pasión, es completamente indiferente lo que reciba de la otra persona, quiere mostrarse por completo, quiere hacer valer su voluntad, incluso aunque no reciba a cambio más que sentimientos tiernos, buenos modales, amistad, paciencia.

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Me odiabas. Y tu odio era un lazo tan fuerte como si me hubieses amado. El general le dice que ha tenido mucho tiempo para analizar por qué Conrado le odiaba y cree que le odiaba ya desde niño. Desde el primer instante en que se conocieron en la academia, porque Enric tenía algo que a Konrad le faltaba.

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Le dice que la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona es el deseo de ser diferente de quien es, porque hay que conformarse y soportar que las personas que amamos no siempre nos amen o que no nos amen. Como nos gustaría soportar que una persona en concreto sea superior a nosotros por sus cualidades morales o intelectuales. Y eso es lo que el general cree que Konrad no ha podido soportar. Y le dice que hay personas a quienes todo el mundo quiere, a quienes todo el mundo regala con una sonrisa, a quienes todos miman y perdonan.

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Si tú me veías así, te equivocaste. Solamente tus celos pudieron imaginarme de esa manera distorsionada.

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No estoy tratando de defenderme porque quiero saber la verdad. Y el que busca la verdad tiene que empezar buscando dentro de sí lo que tú interpretas como una gracia, como un don divino en mí. No era otra cosa que benevolencia. Yo fui benévolo hasta el día en que se. Hasta el día en que estuve en tu casa, de donde tú acababas de huir. Pero la forma de percibir la amistad, en el caso de Enrique, era distinta. Aunque Jan Henrik tenía éxito social y todo el mundo le quería.

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Tenía la sensación de que su amistad con Konrad era como la amistad entre los hombres de las leyendas antiguas. Mientras uno iba por los caminos soleados del mundo, el otro se quedaba en la sombra. A propósito, el general piensa que eran diferentes, pero estaban unidos, que se complementaban bien, que formaban una alianza y que todo lo que le faltaba Konrad se completaba con lo que el mundo le regalaba en rico y le dice en voz muy alta que ellos eran amigos.

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Y no hay nada en el mundo que pueda compensar una amistad, ni siquiera una pasión devoradora puede brindar tanta satisfacción como una amistad silenciosa y discreta para los que tienen la suerte de haber sido tocados por su fuerza. Pero quizás, dice el general, en el momento en el que Konrad levantó el arma contra él para matarle. Su amistad llegaba a su fin. Sentí tus movimientos. Sentí con exactitud lo que estabas haciendo. Como si hubiese estado viéndote. Estabas detrás de mí, a un lado, a poca distancia.

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Y yo sentí que levantabas el arma, que la apoyabas en tu hombro y que me apuntabas. Sentí que cerrabas un ojo y que lentamente volvías el fusil hacia mí. Mi cabeza y la cabeza del ciervo estaban en la misma línea de tiro y a la misma altura delante de ti, con una diferencia de diez centímetros a lo sumo. Sentí que tus manos temblaban y con la exactitud que sólo el cazador es capaz de tener para juzgar una situación en el bosque.

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Me di cuenta de que desde donde estabas no podías apuntar al ciervo. Cuando Henry llegó a la mansión, Cristina estaba leyendo y no le oyó entrar. Estaba absorta en la lectura de un libro de viajes por el trópico. Cuando levantó los ojos y le vio, se puso muy pálida. Le estuvo mirando un rato sin decir palabra, con los ojos muy abiertos. Y aquel instante fue tan largo y tan tenso como el otro cuando esperaba inmóvil que Conrad disparara.

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Henrik aún se estaba preguntando por la razón de esa mirada. Cuando llegó Conrad a cerrar, el general recuerda que aquella noche Conrad le preguntó a Kristina sobre su lectura y que ambos hablaron sobre el trópico excluyendo a Henrik de la conversación. Más tarde, cuando me enteré de que me habíais traicionado aquella noche, me acordé de la escena. Volví a oír las palabras que os habíais dicho y me di cuenta con verdadera admiración. De lo bien que actuaste es para Henrik era una locura suponer que Conrad y Cristina podían traicionarlo.

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Pensó que tenía que tratarse de otra cosa más profunda, más incomprensible. Sabía que Cristina no le mentía porque en la pareja había un pacto de sinceridad. Y Cristina le contaba y se contaba a sí misma. Todos sus pensamientos, todos sus sentimientos y todos sus deseos. Esos desechos del alma humana de los cuales nadie habla en voz alta por vergüenza o porque piensa que se trata de detalles irrelevantes, escribiéndolo todo en un diario encuadernado en terciopelo amarillo que Henri le había regalado al poco de casarse.

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Todo estaba ahí, en el diario secreto, en el cajón de su escritorio, del que sólo ellos dos tenían la llave. Pero aquella noche, justo aquella noche, el diario no estaba en su lugar habitual.

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El tema fundamental del último encuentro es la amistad. Qué es la amistad? Qué implica? Qué significa? Fueron amigos, son amigos y las respuestas van variando conforme el general analiza lo vivido por él y Konrad. Hay un elemento importante que rara vez se menciona en la amistad. Hay atracción entendida no como atracción sexual, sino como cierto deslumbramiento. El amigo lo elegimos porque nos gusta. Detectamos una especie de imán que nos hace acercarnos y luego quedarnos con él.

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Aceptarlo todo por amor al amigo sería lo ideal. Pero el hombre no es un ser ideal, es limitado e imperfecto. Por lo tanto, la amistad es una relación humana, es imperfecta y el hombre no puede dejar de establecer límites. Los necesita como una defensa para no sufrir.

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A la mañana siguiente, Henri decidió ir a la ciudad para ver a Konrad y preguntarle unas cuantas cosas. Y cuando estaba en casa de Konrad, apareció Christian. Dentro y se detuvo en la puerta, dice el general. Venía de casa sin sombrero. Ella misma había conducido el calle sin.

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Se ha ido? Preguntó. Su voz parecía rara, como si estuviera ronca. Le dije por señas que sí, que te habías marchado. Cristina se quedó allí, inmóvil en la puerta. Y creo que nunca la había visto tan bella como en aquel momento. Su rostro estaba muy pálido, como el de los heridos, que han perdido mucha sangre. Sólo sus ojos brillaban febriles, como la noche anterior. Cuando entré y ella estaba leyendo aquel libro sobre el trópico.

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Agudizo dijo después sin esperar ninguna réplica para sí, como afirmándolo y constatando. Era un cobarde añadió con indiferencia. El invitado se mueve y le pregunta si dijo eso y en general se lo confirmo. No dijo nada más. Después miró a su alrededor. Miraba las cosas como quien las conoce y se despide de ellas. Y después dio media vuelta y se fue sin decir palabra.

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Henri llamó al ordenanza y le preguntó en tono castrense cuando se había ido con y él le cuenta que tiene orden de liquidar la casa y vender los muebles. Luego Henri le preguntó si la señora que acababa de irse había venido ya en otras ocasiones. En aquel momento ya no tenía sentido preguntar nada, añade para concluir la historia. Lo que faltaba por saber, no me lo podía decir aquel joven, aquel extraño. Faltaba por saber por qué había ocurrido todo.

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Y dónde estaba el límite entre dos seres humanos?

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Dónde estaba el límite de la traición? Esto era lo que faltaba por saber. Y también qué culpa tenía yo en todo aquello. Entonces, el general recuerda a Cristina era una amiga de la infancia de Konrad. La primera vez que la vio fue en el salón de su casa, que se inundó de luz cuando ella entró. Irradiaba pasión y orgullo. Era una persona que respondía de una manera plena a todo lo que el mundo y la vida le daban.

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Nadie se alegraba, como ella, de las cosas sencillas de la vida. Una criatura que había venido al mundo para disfrutarlo todo, como si estuviera en conexión íntima con cada criatura, con cada fenómeno del universo. Y ahora que estamos hablando de ella, nosotros dos que la conocimos, también veo su rostro con absoluta nitidez. Cómo hace 41 años, la última noche que estuvo sentada entre nosotros. Porque esa fue la última noche. Cenamos juntos Cristina y yo.

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Y eso tienes que saberlo. No solamente tú cenaste con ella por última vez, sino que yo también, porque todo había ocurrido ya entre nosotros tres aquel día, de la manera que tenía que ocurrir, como los dos conocíamos bien a Cristina. Fue inevitable tomar ciertas decisiones. Tú te marchaste al tópico y Cristina y yo no volvimos a dirigirnos la palabra. Viví ocho años más si vivíamos aquí, en la misma casa, pero nunca, jamás nos volvimos a hablar.

[00:46:34]

El general le dice que la venganza contra todo y contra todos es lo que le ha mantenido vivo. Y ahora la venganza ha llegado como él quería. La venganza se resume en que Konrad haya ido a su casa para que le responda, para que los dos conozcan la verdad. Esa es la venganza. Pero tiene dos preguntas a las que solamente Konrad puede responder. Y las preguntas no son si aquella tarde intentó matarle o si fue el amante de Cristina, porque a esas preguntas ya las ha respondido al tiempo.

[00:47:04]

Y Cristina, a su manera. A veces incluso el general piensa que de los tres la engañada es ella. Lo sé todo. Aunque hay algo que no sé. Por eso tengo que vivir. Por eso tengo que esperar la respuesta. Y ahora ha llegado el instante de saber la respuesta a mi pregunta. Respóndeme, por favor. Sabía Cristina que tú ibas a matarme aquella mañana en la cacería? Lo pregunta con objetividad y comedimiento, pero con tanto interés y tanta tensión en la voz como los que manifestaría un niño al pedir a los adultos una explicación sobre los secretos del mundo intangible de los astros.

[00:47:47]

El invitado no se inmuta al oír la pregunta, pero cuando se dispone a responder, el general le interrumpe, le dice que la ha formulado mal. Lo que quiere saber en realidad es en qué fue cobarde. La duda es si habían tramado un plan para matarle y si Konrad al final fue demasiado cobarde para ejecutarlo. Eso es lo que quiere saber. Todo lo demás se difumina bajo la intensa luz de esa pregunta. Todo palidece y le cuenta que varios años después de la muerte de Cristina, encontró el diario y entonces lo saca del bolsillo y se lo ofrece a su amigo.

[00:48:24]

El general no lo ha leído porque no encontró ninguna autorización para hacerlo. Es probable que el diario contenga la verdad, puesto que Cristina nunca mentía.

[00:48:33]

Sin embargo, el amigo no coge el cuaderno. El general le ofrece que lo lean juntos, pero Konrad dice que no. El general le pregunta si no se atreve y Konrad dice que a esa pregunta no va a responder.

[00:48:47]

Se miran fijamente durante largos minutos y luego, con un sencillo movimiento lento, arroja el libro a las brasas.

[00:48:57]

Ahora, dice el general, ya puedes responder a mi pregunta. No existe ya ningún testigo que te pueda contradecir? Sabía Cristina que ibas a matarme aquella mañana en el bosque? Vas a responderme a estas alturas ya no voy a responder tampoco esa pregunta, dice Conrad. Qué dice el general en tono apagado, casi indiferente.

[00:49:29]

Además de la amistad, hay otros temas que vertebran el último encuentro la música, que es una línea que separa al mundo en dos y que es una imagen que representa el aspecto creativo o artístico del ser humano. La fidelidad entendida como egoísmo, como egolatría o como vanidad, pero también como una forma de amor. El honor como una ley moral que manda sobre el sentimiento y cuyos códigos no deben romperse nunca. La pasión como una bomba que revienta en las manos de los tres personajes y la soledad.

[00:50:05]

Está amaneciendo. Los dos parecen muy viejos. Conrad dice que ya es hora de que se vaya. Se ponen en pie cerca de la puerta. El general pone la mano sobre el picaporte. Se quedan así el uno frente al otro, ligeramente inclinados. Listos para la despedida. De repente, Conrad le dice que le había dicho que eran dos preguntas y que sólo le ha hecho una. La otra pregunta se reduce a saber qué ganamos nosotros con toda nuestra inteligencia, con toda nuestra vanidad y con toda nuestra superioridad.

[00:50:40]

La otra pregunta es si esa penosa atracción por una mujer que ha muerto no habrá sido el verdadero contenido de nuestras vidas. Quizás, dice el general, el último significado de sus vidas haya sido la pasión que los mantuvo unidos a alguien. Y le pregunta a Konrad si no cree que el sentido de la vida no es otro que la pasión que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre hasta la muerte.

[00:51:10]

Pase lo que pase. Y si han vivido esa pasión, quizá no hayan vivido en vano. Por qué me lo preguntas? Dice el otro con calma. Sabes que es así? Se miran de hito en hito. El general respira con dificultad. Abre la puerta. Las luces y las sombras bailan por la escalera. Bajan sin decir palabra. Los criados salen a su encuentro con velas, con el abrigo y el sombrero del invitado. Delante de la puerta de doble hoja se oye el ruido de las ruedas del coche sobre la gravilla blanca.

[00:51:46]

Se despiden sin decirse nada, con un apretón de manos y haciéndose una profunda reverencia.

[00:51:53]

El general regresa a su habitación. Al final del pasillo. Le espera Nini. Caminan juntos hacia el dormitorio. El general camina despacio, apoyándose en el bastón.

[00:52:05]

Avanzan por el pasillo lleno de retratos. El hueco que indica el sitio del retrato de Cristina hace que el general se detenga. Le dice a Nini que ya puede ponerlo en su sitio.

[00:52:18]

Se dan las buenas noches.

[00:52:21]

La nodriza se alza de puntillas y con la mano pequeña, huesuda y de piel amarillenta, dibuja sobre la frente del anciano la señal de la cruz.

[00:52:34]

Es un beso extraño, breve y peculiar. Si alguien lo observara, seguramente sonreiría, pero como cada beso humano es también una respuesta a su manera distorsionada y tierna a una pregunta que no se puede formular con palabras.

[00:53:08]

Y así les hemos contado el último encuentro de Sándor Márai. Hemos seguido la edición de Salamandra con traducción de Judit Sanctus Salvás y la colaboración de la Fundación Húngara del Libro. La semana que viene nos volvemos a encontrar con Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Gracias por estar ahí. Y gracias por leer un libro.

[00:53:29]

Una hora en la Cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Eugenio Barona y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo.