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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles Lolita de Vladimir Nabokov.

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Nabokov es uno de los más extraordinarios escritores del siglo XX. Nació en San Petersburgo, en Rusia, en 1899, y murió en Suiza en 1977. Es el autor de la defensa. Risa en la oscuridad. Ni un pálido fuego habla memoria o la maravillosa Ada o el ardor. Lolita se publicó en 1955. Es un libro provocador por el tema, pero leerlo es una gran experiencia estética e intelectual. Mario Vargas Llosa ha dicho de ella que está entre las más sutiles y complejas obras literarias de nuestro tiempo.

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Lean a Nabokov. Lean Lolita. Vamos allá. Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.

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Así comienza Lolita con Rammer Jammer, intentando explicárselo todo al jurado que le va a juzgar. Era. Sencillamente lo por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Doli en la escuela. Era Dolores cuando firmaba, pero en mis brazos fue siempre Lolita.

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Y para empezar, por el principio, cuenta su vida. Nació en París en 1910. Su padre era un ciudadano suizo que poseía un lujoso hotel en la Riviera. Creció como un niño feliz, saludable, en un mundo brillante, y cuenta que hubo una precursora, otra niña iniciática. Annabel, sin cuya existencia, sin haberla amado un verano junto al mar, Lolita no hubiera podido existir para él. Se enamoró de ella cuando ambos eran casi niños y Annabel murió de tifus en Corfú.

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Cuatro meses después rememoró una y otra vez esos infelices recuerdos.

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Y me pregunto si fue entonces, en el resplandor de aquel verano remoto, cuando empezó a formarse en mi espíritu la grieta que lo rescindió hasta hacer que mi vida perdiera la armonía y la felicidad con mi desmedido deseo por aquella niña. No fue más que la primera muestra de una singularidad innata, dice el propio Nabokov.

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Hay gentes sencillas que declararán sin sentido a Lolita porque no les enseña nada. No soy lector ni autor de novelas didácticas y Lolita carece de pretensiones moralizantes. Para mí, una obra de ficción sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré lisa y llanamente placer estético, es decir, la sensación de que es algo en algún lugar relacionado con otros estados de ánimo en que el arte curiosidad, ternura, bondad, éxtasis es la norma. Todos los demás es hojarasca temática, o lo que algunos llaman la literatura de ideas, que a menudo no es más que hojarasca temática solidificada en inmensos bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de época en época, hasta que al fin aparece alguien con un martillo y le hace una buena raja Balzac a Gorki, Hamán.

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Ahora creo, llegado el momento de introducir la siguiente idea hay muchachas entre los 9 y los 14 años de edad que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas, es decir, demoníaca. Así, ciertos fascinados peregrinos, los cuales muy a menudo son mucho mayores que ellas, hasta el punto de doblar, triplicar o incluso cuadruplicar su edad. Propongo designar a esas criaturas escogidas con el nombre de mi infulas. Son infulas todas las niñas, no, desde luego, Humbert Humbert cree que ciertas características misteriosas dan a la nínfula esa gracia etérea, ese evasivo, cambiante, anonada ante insidioso encanto mediante el cual se distingue de sus contemporáneos.

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Hay que ser artista y loco para reconocer de inmediato al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas. Pero allí está, sin que nadie, ni siquiera ella, sea consciente de su fantástico poder. Y Humbert Humbert, maduro en una civilización que permite a un hombre de veinticinco años cortejar a una muchacha de dieciséis, pero no a una niña de doce.

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No debe asombrar, pues, que mi vida adulta durante el período europeo de mi existencia resultara monstruosamente doble para cualquier observador exterior. Mantenía las relaciones llamadas normales con cierto número de mujeres terrenales provistas de pechos que parecían peras o calabazas, pero en secreto me consumía en un horno infernal de reconcentrada lujuria por cada nínfula que encontraba. Pero a la cual no me atrevía a acercarme. Pues era un pusilánime respetuoso de la ley. Jammer termina casándose después de heredar un dinero de su padre con una mujer polaca y silenciosa Valeria.

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Pero en el verano de 1939 su tío americano muere y le lega una renta anual de unos pocos miles de dólares, a condición de que se vaya a vivir a los Estados Unidos. Cuando se lo propone a su mujer, ella le confiesa que no es el único hombre en su vida. Así que después de un rápido divorcio, se va a Estados Unidos, donde trabaja redactando anuncios de perfumes. Colabora con una universidad de Nueva York, con una historia comparada de la literatura francesa y trata de obtener un vislumbre de infulas jugando en Central Park.

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Pero un tremendo agotamiento nervioso le envía a un sanatorio. Tras el ingreso, se enrola en una expedición al Canadá Ártico, tras la cual tiene otro ataque de locura. Cuando le dan el alta, busca una mansión en la campiña o una aldea donde pasar un verano estudioso. Uno de sus antiguos empleados le sugiere que pase unos meses en la residencia de unos primos suyos que quieren alquilar el piso superior de su casa. Pero cuando Humbert Humbert llega, se encuentra que la casa se ha quemado y ellos le proponen alojarse en casa de la señora Geis, que se ha ofrecido para ello.

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La señora Joyce le recibe con sandalias, pantalones marrones, blusa de seda amarilla y cara cuadrada. Tiene treinta y tantos años. Le brilla la frente y lleva las cejas depiladas. Sus rasgos son vulgares, pero no carecen de cierto atractivo, de un tipo que puede definirse como una versión diluida de Marlene Dietrich. Sus enormes ojos color verde mar tienen una curiosa manera de recorrerte de arriba abajo, pero evitando cuidadosamente encontrarse con los tuyos. Es una de esas mujeres cuyas pulidas palabras pueden reflejar un club del libro o un club de bridge.

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Pero nunca su alma. Mujeres carentes por completo de imaginación. Humbert Humbert no puede ser feliz en una casa como aquella. Su habitación es un cuarto de sirvienta, pero su cortesía europea le impide salir corriendo. Y la señora Geis le enseña el resto de la casa, su habitación y la de ojo. Un único cuarto de baño minúsculo y al fin le muestra el jardín.

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Aún seguía a la señora Geis por el comedor, cuando más allá de su puerta trasera vi un estallido de verdor. El porche trasero canturreó mi guía. Y entonces, sin previo aviso, una oleada azul se hinchó bajo mi corazón y vi sobre una esterilla, en un estanque de sol semidesnuda, de rodillas a mi amor de la ribera que se volvió para espiarme por encima de sus gafas de sol. Es la misma niña, los mismos hombres frágiles y color de miel, la misma espalda esbelta, desnuda, sedosa, el mismo pelo castaño, un pañuelo de topos anudado en torno a su pecho, ocultaba la mirada de mis viejos ojos lascivos, pero no verdaderos recuerdos de mi adolescencia.

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Aquellos senos juveniles que acaricié un día inmortal. Y Humbert Humbert se queda en la casa, claro, no hace más que buscar a Lolita. La observa desde su habitación, se sienta con ella en la escalera mientras la niña tira guijarros y cada movimiento que hace Lolita punza.

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La cuerda más secreta y sensible de su cuerpo abyecto. La huele la de marcharse con sus amigas a las que va conociendo. Se ve turbado por su lenguaje infantil y todo ello lo va escribiendo en un diario.

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En su epílogo, que lleva por nombre acerca de un libro titulado Lolita, Nabokov señala El primer débil latido de Lolita vibró el mío a fines de 1939 o principios de 1940 en París, hacia 1949, en Ithaca, en el estado de Nueva York. El latido que nunca había cesado del todo empezó a importunarme otra vez. Combinación e inspiración se unieron con renovada energía y me indujeron a un nuevo tratamiento del tema. Esta vez en inglés. La nínfula, ahora con una gota de sangre irlandesa, era en lo esencial la misma chiquilla.

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Pero en todo lo demás, la historia era nueva y había desarrollado en secreto las garras y las alas de una novela.

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A veces se sitúa en lugares estratégicos donde pude ver a Lolita moverse por la casa. Se sienta a leer su periódico en la mecedora del porche trasero, por ejemplo, y desde allí la observa sus omóplatos ligeramente prominentes y la pelusilla en la ondulación de su espinazo, las prominencias que forman sus estrechas y tensas nalgas vestidas de negro y el interior de sus juveniles muslos. Pero la señora Geis casi siempre está en medio, conversando con su inquilino, pidiéndole fuego, molestándole una mañana en la que la señora Geis está fuera de casa.

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Homer ve a Lolita en el dormitorio de su madre.

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Tiene una mota en el ojo y se lo manosea intentando quitárselo.

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Humbert entra para ayudarla.

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La sostuve fuertemente por los hombros. Después, con ternura, tome sus sienes y le volví la cabeza. Está aquí la nota. Dijo Los campesinos suizos las sacan con la punta de la lengua.

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Quisiste decir que el ama en el ojo? Si te parece bien que lo intente. Bueno dijo depuse suavemente mi trémulo aguijón por el salado globo del ojo. Estupendo! Exclamó parpadeando. Ya está el otro ahora.

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Estás loco? Empezó. No tengo. Pero entonces reparo en mis labios fruncidos que se le acercaban. Bueno dijo condescendiente, el sombrío Humbert se inclinó sobre aquella cara tibia y rosada y apretó su boca contra el tembloroso párpado. Lolita rió y escapó rozándome. Mi corazón pareció latir en todas partes al mismo tiempo.

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El deseo le ciega cuando está cerca. Le enloquece la naturaleza ambigua de esta nínfula, esa mezcla que percibe en su Lolita de tierna y soñadora puerilidad y una especie de desconcertante vulgaridad. Lolita tiene doce años, pero el ansia de poseerla le enferma. Un día Lolita entra en la habitación de Humbert y le pregunta qué hace mientras él escribe. Se interesa por sus papeles. Humbert aprovecha entonces para abrazarla en una despreciable imitación de fraterna amistad. Ella se sienta sobre su rodilla.

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De pronto supe que podía besar su cuello, la comisura de sus labios con absoluta impunidad. Supe que me dejaría hacerlo hasta que cerraría los ojos, como enseña Hollywood. Le parecería algo tan normal como zamparse un helado de vainilla y chocolate? No pude explicar a mi erudito lector, cuyas cejas, supongo, habrán viajado ya hasta el cogote de su calva cabeza. Cómo lo supe?

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Quizás mi oído animal había percibido inconscientemente algún leve cambio en el ritmo de su respiración. Pues ahora ya no miraba mi galimatías, sino que esperaba con curiosidad y compostura mi límpida nínfula, que el atractivo huésped hiciera lo que rabiaba por hacer.

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Pero una vez más le interrumpe la señora Hoyts, que vuelve a casa y a veces, incluso la señora aIes le dice que le pegué una zurra a la niña si le molesta. Otro día van a comprar al pueblo algunas cosas y por el camino Rambert le da la mano a Lolita inocentemente. Y así van pasando los días. Una mañana, Lolita se deja caer en el sofá junto a Humbert, le arranca la revista que está leyendo y empieza a enseñarle fotos.

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Humbert se inclina hacia ella y le quita la revista en un juego que lo sigue tendiéndose sobre él para recuperarla y después extiende sus piernas sobre el regazo de andar.

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Pero entonces yo estaba en un estado de excitación que lindaba con la locura, pero al propio tiempo tenía la astucia de un loco sentado allí en el sofá.

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Las compuse para poner en contacto mediante una serie de movimientos furtivos, la oculta manifestación de mi lujuria con sus cándidos miembros. No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara.

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Y así, en ese juego, Humbert sigue acariciando las piernas de Lolita como si le hiciera cosquillas y nota cómo se eriza el vello de sus espinillas mientras incrementa la fricción y pasa a un estado de ánimo en el que nada importa. Lolita se contorsiona y echa la cabeza hacia atrás. Sus dientes presionan su reluciente labio inferior. Y mi gimiento Boca? Señores del jurado, casi alcanzó su cuello desnudo, al mismo tiempo que extinguía contra su nalga izquierda el último espasmo del que debió de ser el más prolongado éxtasis experimentado jamás por hombre o monstruo.

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Pero esa noche la señora Geis sorprende a Ámber diciéndole que Lolita se marchará a un campamento a pasar el verano. Hammer se ha enamorado de Lolita para siempre. Pero también sabe que ella no será siempre Lolita. El 1 de enero tendrá 13 años. Dos años más. Y habrá dejado de ser una nínfula para convertirse en una jovencita. Y poco después pasará a ser el colmo de los horrores. Una universitaria, Humbert, tiene prisa, pero llega el día en el que Lolita se va y Humbert sabe que no la volverá a ver.

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Su madre tiene el coche preparado para llevarla al campamento. Lolita está a punto de entrar en el coche. De pronto mira hacia arriba y la ve en la ventana. Un instante después oí como mi amor corría escaleras arriba. Mi corazón se ensanchó con tal fuerza que casi estalló en mi pecho. Me subí los pantalones del pijama, abrí la puerta y simultáneamente Lolita apareció jadeante con su vestido dominguero y cayó en mis brazos. Entonces la boca inocente de mi adorada, que temblaba como un flan, se fundió bajo la feroz pasión de unas oscuras mandíbulas masculinas.

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Inmediatamente la oí. Big Fain violada. Bajar las escaleras.

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Humbert se va a la habitación de Lolita, abre la puerta del ropero y huele su ropa. Pero en ese momento le interrumpe la criada, que le da una nota que le ha dejado la señora Geis. Y esa carta lo cambia todo porque ella, la señora Joyce, le confiesa que está enamorada de él y que le ama desde el primer instante en que le vio. Le dice que es una mujer apasionada y solitaria y que él es el amor de su vida.

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Así que le pide un favor como inquilino, le pide que se vaya y que si le encuentra aún allí, cuando ella vuelva, sea porque la quiere del mismo modo que ella. Él, es decir, como compañera para toda la vida, que está dispuesto a unir su existencia a la suya para siempre y a convertirse en padre de su tierna hijita. La primera reacción de Humbert es de repulsión y huida, pero luego se tumba en la cama de Lolita y piensa que esa es la única forma de seguir al lado de su nínfula.

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El deseo y la decisión. Las dos cosas que crean un mundo viviente cuando la novia es viuda y el novio también. Cuando la primera ha vivido en nuestra gran pequeña ciudad un par de años y el segundo apenas un mes. Cuando me sigue quiere acabar con el maldito asunto lo antes posible. Y Madam consciente, con una sonrisa tolerante. La boda es, por lo común, lector mío, un acontecimiento tranquilo. Para las cosas de la vida cotidiana, Charlot es prosaica y gregaria y es una mujer de principios muy religiosa.

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Es amable y conmovedora y demencial mente celosa de todo lo que ha ocurrido en la vida de Humbert, que no sea ella. Muestra una curiosidad tremenda e insaciable por su pasado. Humbert descubre que Charlot odia a su hija en realidad, y que no quiere que vuelva. Tiene pensado enviarla a un internado y Amber no sabe qué hacer, cómo impedirlo. A veces incluso piensa en matarla.

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Pero Humbert no es un asesino, como señala el propio Nabokov con ironía, como exposición de un caso clínico. Lolita habrá de ser, sin duda, una obra clásica en los círculos psiquiátricos como obra de arte, trasciende sus aspectos expiatorios. Y más importante aún para nosotros, que su trascendencia científica y su dignidad literaria es el impacto ético que el libro tendrá sobre el lector serio. Pues en este punzante estudio personal se encierra una lección general la niña descarriada, la madre egotista, el anheloso maníaco.

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No son tan sólo los protagonistas vigorosamente retratados de una historia única. Nos previenen contra peligrosas tendencias, señalan males potenciales. Lolita hará que todos nosotros, padres, trabajadores sociales, educadores, nos consagremos con interés y perspectiva mucho mayores a la tarea de lograr una generación mejor en un mundo más seguro.

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Los días van pasando. Charlot parece feliz. Hacen planes. Jammer trata de buscar siempre una escapatoria a esos planes. Y una tarde, cuando Humbert vuelve del médico y grita un saludo desde la entrada, abre la puerta de la sala y se encuentra a Charlotte sentada ante su escritorio leyendo el diario de Humbert. Su rostro está desfigurado por la emoción.

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Hola! La marabunta, la vieja foca, la cargante madre, la vieja estúpida. Si, ya no volverá a morder tu anzuelo, jaja. A mi pálida acusadoras se detuvo tragándose su rabia y sus lágrimas, lo que Humbert Humbert dijo o intentó decir carece de importancia. Charlotte siguió Es eso. Tú eres un farsante abominable, detestable, criminal. Si te acercas, me asomaría a la ventana y gritaré atrás.

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Creo que de nuevo puede omitirse lo que HH. Murmuró. Me marcho esta noche. Todo esto es tuyo, pero nunca, nunca volverás a ver a esa pobre chiquilla. Sal de esta habitación.

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Rambert permanece unos instantes inmóvil, sin perder la calma, y luego sale. Llega a la cocina, abre una botella de whisky y luego trata de explicarle desde allí, mientras ella escribe algo sobre el escritorio. Amberle dice que es una creación literaria. Fragmentos de una novela prepara dos vasos de whisky. Cruza el comedor y le habla a través de la puerta de la sala. Nadie responde.

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El teléfono empieza a sonar. Jammer lo coge y Lesly Thompson dice que la señora Lambert acaba de morir atropellada por un coche y le pide que vaya. Homer responde con cierta brusquedad que su mujer está sana y salva, pero realmente Charlot no está en la sala de estar. Entonces Humbert sale corriendo a la calle. Allí un gran Packard, negro y brillante, atrapado por el jardín de la vecina y en la acera una manta de viaje de cuadros oculta los restos maltrechos de Charlot.

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Ámber, derribada y arrastrada por el automóvil cuando cruzaba corriendo la calle para echar tres cartas al buzón. Una bonita niña con un sucio vestido rosa le alcanza las cartas. El sol era todavía de un rojo brillante cuando sus dos amigos, el afectuoso John y la llorosa Jin, se acostaron en el cuarto de Doli para estar cerca del matrimonio, durmió esa noche en el dormitorio de los Lambert.

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Creo que se comportaron tan inocentemente como la solemnidad de la ocasión requería.

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El desconsolado padre dice que irá en busca de su delicada hija inmediatamente después del entierro y que hará lo posible por animarla, llevándola a algún ambiente completamente distinto del de RUMS de él. Quizá un viaje a Nuevo México o California. Humbert encarna con arte la serenidad de la desesperación absoluta, la contención previa a un frenético estallido y no hace más que emborracharse.

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Sólo tienen una cosa en su mente la conciencia de que pocas horas después la tibia lolita de pelo castaño, su lolita, estará en sus brazos derramando lágrimas que sus besos sólo verán con avidez antes incluso de que asomen. Arregla las cosas con los abogados y se pone en camino.

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Mi proyecto era una maravilla por su simplicidad e ingenio.

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Volaría al campamento. Diría Lolita que su madre estaba a punto de sufrir una grave operación en un hospital inventado y me trasladaría con mi soñolienta nínfula de hotel en hotel mientras su madre mejoraba y mejoraba hasta finalmente morir. Llama al campamento para avisar de que va a ir a por Lolita y cuando llega avisan a la niña que llega arrastrando una maleta. Le saluda y se queda inmóvil, mirándole con ojos socarrona y alegres. Está más delgada y alta. Un exceso de pecas resta nitidez a sus facciones juveniles y saludables.

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Humbert deja que su mano se apoye sobre su tibia cabeza castaña y coge la maleta. Y así dicen adiós al campamento. En el coche, Lolita le pregunta por su madre. Humbert le cuenta que los médicos no saben aún cuál es su enfermedad, algo abdominal y que deben esperar un poco hasta poder ir a verla. Le dice que el hospital está en el campo, cerca de la ciudad de Lepic, al que llegarán allí al día siguiente. Entonces Lolita le llama papá y le pregunta cuándo se enamoró de su madre y Humbert le contesta que algún día comprenderá muchas emociones.

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Sabes? No te he echado terriblemente de menos. Yo no, para que lo sepas, te he sido asquerosamente infiel. Pero me importa un comino, porque de todos modos, tú has dejado de preocuparte por mí. Conduces mucho más deprisa que mamá. Jefe aminore desde los ciegos 130 a unos miopes 80. Por qué supones que he dejado de preocuparme por ti, Lolita? Bueno, no me has besado, verdad?

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Muriendo y gimiendo en lo más íntimo de mi ser, vi que delante de nosotros el arcén se ensanchaba razonablemente y me metí en él y anduve zigzagueando por la maleza. Recuerda que es sólo una niña.

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Recuerda que sólo en cuanto se detiene el automóvil, Lolita se precipita literalmente en sus brazos. Ámber sin atreverse, abandonarse, sin atreverse a creer que aquello sea el principio de la vida que por fin se ha hecho realidad. No se atreve a besarla. Acaricia apenas sus labios ardientes y abiertos, pero ella, con un estremecimiento impaciente, aprieta su boca contra la de él con fuerza. No es más que un juego inocente por su parte, una chiquillada propia de una adolescente que imita a algún edulcorado simulacro de aventura romántica.

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Un segundo antes de que un coche patrulla se ponga a la altura de su coche. Se separan. El policía les mira extrañado y sonríe. Les pregunta por un sedán azul y continúa su camino. Atravesamos en silencio un silencioso pueblecito. Oye, mamá, se volvería completamente loca si descubriera que somos amantes. Dios santo, no hables así. Pero somos amantes. No es cierto? No, que yo sepa. Creo que volverá a llover. No quieres contarme tus travesuras en el campamento?

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Escandalizas fácilmente. No? Venga, metámonos en algún camino poco transitado y te contaré. Pero no lo hacen. Se paran en un bar a tomar algo. Lolita, un enorme helado Jammer le cuenta que su madre va a sufrir una operación muy importante. Ha reservado un hotel en Breslin. Se llama Los cazadores encantados. La besa en el cuello en cuanto vuelve al coche y ella le dice que no la babé le llama puerco y se restriega el lugar donde acaba de besarla.

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Por fin llegan al hotel. Allí un viejo calvo y rosado le dice a Amber que lo lamenta mucho, pero que ha guardado la habitación con dos camas hasta las seis y media, pero que ya no está disponible. Sólo queda una con cama de matrimonio. Cuando Lolita entra en la habitación se asombra y le dice que cuando su madre lo descubra se divorciará de él y a ella la estrangularía o llegaba. Aclaremos esto de una vez por todas. Prácticamente soy tu padre.

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Siento gran ternura por ti en ausencia de tu madre. Soy responsable de tu bienestar. No somos ricos y mientras viajemos, estaremos obligados a tendremos que estar juntos bastante tiempo. Dos personas que comparten un cuarto inician inevitablemente una especie de.

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Cómo diré una especie de la palabra es incesto dijoNo.

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Entonces Lolita ve una camiseta que Amber le ha comprado y se precipitan, sus brazos se besan y luego bajan a cenar. Al terminar, Amber saca unas pastillas que ha comprado con la idea de que Lolita se duerma profundamente y él pueda hacer lo que quiera. Le dice que son vitaminas para ponerse fuerte y ella, claro, quiere probarlas. La droga hace efecto rápidamente y Amber casi la tiene que llevar en brazos a la habitación y la deja sentada a los pies de la cama, desnudándose y a punto de quedarse dormida.

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Él baja a tomarse una copa cuando sube. Lolita está dormida, vestida con uno de sus viejos camisones, acostada de lado de espaldas a él en medio de la cama. Amber se desviste y se pone el pijama y cuando pone su rodilla en el borde de la cama, Lolita vuelve la cabeza y le mira a través de las sombras listadas. Las píldoras no le han hecho efecto. Está como sonámbula. Recobra su posición y Amber se mete en la cama muy despacio.

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Entonces ella levanta la cabeza y le mira desconcertado.

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Luego se duermen los dos frígidas damas del jurado. Yo había pensado que pasarían meses, años acaso antes de que me atreviera a revelar la naturaleza de mis sentimientos a Dolores Geis. Pero a las seis ya estaba despierta y a las seis y cuarto ya éramos técnicamente amantes. Y voy a decirles algo que les sorprenderá. Ella me sedujo cuando Lolita se despierta, rueda hasta Rambert. Se besan suavemente. Ella se ríe, le habla al oído y él tiene la extraña sensación de que empieza a vivir en un mundo completamente nuevo.

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Un loco mundo de ensueño en el que todo le está permitido. Ella luego se sienta a horcajadas sobre él. Considera el acto sexual como parte de un mundo furtivo, exclusivo de los adolescentes. Zarandea su pobre fuente de vida con energía y de la manera más prosaica. Al terminar, Lolita le cuenta cómo probó en el campamento, cómo era la cosa con el fogoso Charly, que se lo hacía a ella y a Bárbara por turnos. Dejan el hotel y se ponen de nuevo en carretera, paran a desayunar en una cafetería y cuando vuelve al coche, Lolita tiene una expresión de dolor más pronunciada cuando se sienta.

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Pocos kilómetros después, Lolita le pide que pare para ir al baño y cuando vuelve al coche le pide unas monedas para llamar a su madre. Sube. Dije. No puedes llamar. Por qué? Sube y cierra la puerta. Subió y cerró la puerta. El viejo encargado de la estación de servicio le sonrió. Enfilé la carretera. Por qué no puedo llamar a mi madre si me da la gana? Porque está muerta. Le respondí en Lepic. Will le compra cuatro revistas de historietas una caja de bombones, un paquete de compresas, dos coca colas, un juego de manicura, un despertador de viaje con esfera luminosa, un anillo con un topacio auténtico, una raqueta de tenis, unos patines con botines incorporados, unos prismáticos, una radio portátil chicle, un impermeable transparente, unas gafas de sol y algo más de ropa.

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En el hotel piden habitaciones separadas, pero en mitad de la noche Lolita va a la habitación de Amber sollozando. Hacen el amor sin prisas, señala el propio Nabokov.

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Otro reparo hecho a Lolita por algunos lectores es el de ser anti norteamericana. Nada es más estimulante que la vulgaridad filistea. Pero con respecto a esta vulgaridad, no hay diferencia entre las maneras palea árticas y las ne árticas. Cualquier proletario de Chicago puede ser tan burgués en el sentido clover tiano como un duque. Escogí los moteles norteamericanos en lugar de los hoteles suizos o las posadas inglesas, sólo porque trato de ser un escritor norteamericano y aspiro a los mismos derechos de que gozan otros escritores norteamericanos.

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Por otro lado, mi personaje Humbert es un extranjero anarquista y hay muchas cosas además de las nínfula. Con respecto a las cuales no estoy de acuerdo con él.

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Entonces empezaron nuestros prolongados viajes a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos. No tardé en preferir a cualquier otro tipo de alojamiento para turistas, los que proporcionaban los funcionales moteles. Sus cabañas eran escondrijos limpios, agradables, seguros, lugares ideales para el sueño, la discusión, la reconciliación, el amor ilícito insaciable. Se pasan un año recorriendo moteles de carretera que se convierten en su asilo habitual. Lolita es una mezcla de ingenuidad y engaño, de encanto y vulgaridad, de deprimente mal humor y optimista alegría.

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Puede ser cuando quiere una chiquilla exasperante. Sus accesos de aburrimiento, sus achuchones impulsivos y apasionados, sus actitudes de abandono, piernas abiertas, aire ausente, ojos apagados, sus bravuconadas. Le gustan las copas de lado, los programas musicales y las revistas de cine movilizando la geografía de los Estados Unidos. Humbert hace lo posible durante horas y más horas para darle la impresión de que todo va viento en popa, de que se dirigen hacia cierto destino determinado, hacia un insólito deleite, visitando lugares turísticos y atracciones con el único objetivo de mantener a Lolita de un humor aceptable entre beso y beso.

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Durante algunas tardes especialmente tropicales, en la pegajosa proximidad de la siesta, me gustaba sentir la frescura del sillón de cuero contra mi maciza desnudez mientras la observaba sentada en mi regazo. No era más que una típica chiquilla que se hurgaba la nariz concentrada en el suplemento de historietas de un diario tan indiferente. Amigo Sosa erección como si fuera algo sobre lo cual se hubiera sentado sin querer zapato, la muñeca, el mango de una raqueta de tenis y se sintiera demasiado indolente para quitarlos de su asiento.

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Pero Humbert es feliz. De hecho, es como si el dueño y señor de una nínfula, el encantado viajero, estuviera más allá de la felicidad, pues no hay para él en la tierra dicha comparable a la de madrear a una nínfula. A pesar de sus rifirrafes, a pesar del mal humor de Lolita, a pesar de todos sus aspavientos y sus muecas, a pesar de la vulgaridad, el peligro y la tremenda inanidad de todo aquello, continúa sintiéndose a gusto del paraíso que ha elegido Lolita cada noche.

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Todas y cada una de las noches se echa a llorar en cuanto Rambert se hace el dormido. Después de un año, Humbert decide establecerse en Berkeley porque allí hay una escuela de niñas y porque un profesor de allí le ofrece una casa.

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Me enfrento ahora a la desagradable tarea de registrar la definitiva caída moral de Lolita, aunque su participación en el apaciguamiento de los ardores que despertaba en mí no había sido nunca demasiado intensa. Tampoco había dado nunca muestras de que lo hiciera por puro afán de lucro. Pero yo era débil e insensato, y mi nínfula colegiala me tenía a su merced. A medida que disminuía el elemento humano, es decir, la pasión y la ternura, sólo aumentaba la tortura del deseo.

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Lolita sacó partido de ello. Lolita empieza a recibir una paga semanal, pero luego obtiene extras por todo y obtiene dinero incluso en los lugares y en los momentos más extraordinarios. Y empieza a ahorrar. El miedo de Humbert es que quiera marcharse y ese pensamiento le lleva a tratar de evitar que se vea con chicos. Lolita empieza a jugar al tenis y lo hace muy bien. Pero algo no va bien en el colegio. Un día la directora llama a Humbert y después de dar muchas vueltas, le dice que lo que le preocupa es que Lolita parece estar obsesionada por unos pensamientos sexuales para los que no encuentra salida y por ello se burla de las demás niñas y las atormenta.

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Y no sólo a ellas, sino incluso a las profesoras más jóvenes, porque pueden salir inocentemente con chicos. Y la directora le pide a su padre que abra la mano y la deje salir. En primavera empieza a ensayar en el grupo de teatro una obra que se llama Los cazadores encantados y Lolita le recuerda a Amber que se llama igual que el hotel donde la violó. Además, toma clases de piano, pero poco después Amber descubre que no va y se vuelve loco pensando en lo que hace durante ese tiempo.

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Cuando se lo pregunta, ella sale con evasivas y un día tienen una gran discusión. Ambos nos gritamos y ella dijo cosas que no pueden imprimirse, dijo que me odiaba. Me hizo muecas monstruosas inflando los carrillos y emitiendo diabólicos sonidos que recordaban ventosidades. Dijo que había intentado violarla varias veces cuando era inquilino de su madre. Dijo que estaba segura de que había asesinado a su madre. Dijo que se acostaría con el primero que pasara y que no podría impedírselo.

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Le dije que subiríamos a su cuarto y me mostraría todos sus escondrijos. Fue una escena estridente y odiosa. Seguí agarrándola por la nudosa muñeca y ella se retorcía de un lado para otro y pugnaba, tratando de encontrar un punto débil en mi presión que le permitiera zafarse de mi garra a la primera ocasión favorable.

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Pero yo apretaba todo lo que podía y lo cierto es que le hice bastante daño, por lo que merezco que se pudra mi corazón. Una o dos veces. Lolita contorsión o su brazo con tanta violencia que temí que se me escapara. Mientras ocurría todo esto, me miraba con aquellos ojos inolvidables, los que luchaban en la fría ira, las lágrimas ardientes.

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Lolita desaparece al día siguiente. Humbert casi se vuelve loco buscándola. Al caer la tarde, la encuentra metida en una cabina con su bicicleta al lado. Ella le dice que le estaba llamando y que ha tomado una gran decisión. Ha decidido que quiere dejar esa escuela y dejar la representación teatral. Quiere que se vayan enseguida, que empiecen un largo viaje de nuevo, pero esta vez yendo a donde ella quiera. Humbert dice a todo que sí. En nuestro vestíbulo, rebosante de luces acogedoras, mi lolita se quitó el jersey, sacudió su pelo cubierto de diamantes.

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Tendió hacia mí sus brazos desnudos y levantó una rodilla. Súbeme en brazos. Esta noche me siento romántica. Quizás interese saber a los psicólogos, ahora que viene a cuento, que tengo la capacidad kaso harto singular, supongo, de verter torrentes de lágrimas mientras doy rienda suelta a los torrentes de mi lujuria, inician un viaje en el que vuelven a recorrer moteles apartados.

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Pero desde el principio Humbert tiene la sensación de que ella se comunica con alguien, de que sale cuando él ha ido a hacer algo y Humbert se empieza a obsesionar. Cree que le está siendo infiel? Humbert viaja con una pistola que perteneció al padre de Lolita. Está en una caja con su munición y Rambert decide tenerla siempre a mano y cargada con el seguro puesto por si la puede necesitar. Empieza a sospechar de todo y quien lo paga es Lolita. Un día, mientras repostar en una gasolinera, ve a un hombre acercarse a la ventanilla del coche y hablar con Lolita.

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Lleva un mapa en la mano. Es un hombre de anchas espaldas, medio calvo, con chaqueta de color avena y pantalones marrón oscuros. A Amber le impresiona la voluble familiaridad de su actitud, como si se conocieran desde hace mucho tiempo. Pero cuando le pregunta Lolita, ella le explica que simplemente era un hombre que se había perdido. Pero al día siguiente, Humbert se da cuenta de que un coche. Siempre el mismo le sigue. Hace una maniobra y le despista.

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Y Lolita dice que es un malpensado. Esa noche van al teatro a ver una obra de Cler Cauldre. Cuando termina la obra, Lolita aplaude obnubilada.

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Había visto antes estados de éxtasis semejantes en otros niños. Juro por Dios que el suyo era un caso especialmente grave, pues seguía con la vista fija, igual que si fuera miope. En el cada vez más lejano escenario donde tuve una breve visión de parte de los autores les makin de un hombre y los hombros desnudos de una mujer parecida a un gavilán de pelo negro y altisima expuesto a hacerme daño en la muñeca animal, dijo luego en voz baja al deslizarse en el automóvil.

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Han encargado a la oficina de Correos de vérsele que les envíe la correspondencia a las listas de correos de los pueblos cercanos y a la mañana siguiente se dirigen a una de las oficinas para recoger el correo. Hay cola y Lolita se dirige hacia el quiosco de periódicos que está cerca de la entrada. Humbert empieza a leer una de las cartas y cuando levanta la vista, Lolita ya no está. Le pregunta a un hombre y dice que él ha visto salir corriendo.

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Y entonces él corre. También piensa que ya está. Que se ha marchado para siempre. Pregunta en todas las tiendas. Recorre las calles del pueblo. Arriba y abajo. Pero vuelve de pronto. Humbert la ve a su lado con una sonrisa tímida. Jammer le grita que suba al coche. Ella le cuenta que se ha encontrado a una amiga y entonces Humbert la somete a un interrogatorio en el que Lolita cae en numerosas contradicciones. Al final continúan su camino tres o cuatro kilómetros más allá de Weiss.

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Mire hacia la sombra de una zona de descanso donde la mañana había vertido su carga de luz sobre una mesa vacía. Lo levantó la vista con una tenue sonrisa de asombro y sin decir palabra ardientemente raes que la alcanzó en el pómulo duro y cálido. Y después el remordimiento, la punzante dulzura de la expiación entre sollozos. El amor rastrero. El inútil intento de reconciliación sensual. La noche aterciopelada en el motel Mirana Misrata desde las plantas amarillentas de sus pies de largos dedos Neue Mole.

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Pero fue inútil. Ambos estábamos condenados por el destino. Humbert vuelve a haber coches que le siguen, aunque aquel hombre ha cambiado de táctica y ahora se mueve en coches alquilados. Llegan al hotel Champion, donde juegan al tenis y donde en uno de los partidos Amber recibe una llamada. Cuando acude a la lejana recepción y coge la llamada. No hay nadie en la línea. Y cuando vuelve a la pista hay un extraño jugando con Lolita. Cuando estaba en la piscina, Lolita aparece lucirse para alguien que no es Humbert, que está tan obsesionado que le da una especie de ataque.

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En otro hotel es Lolita la que empieza a sentirse mal. La fiebre le sube mucho, es una infección y terminan llevándola al hospital donde Lolita se queda ingresada a Humbert. No le dejan quedarse con ella y vaga por los hoteles cercanos entre la preocupación y la obsesión. Sin Lolita. Pasan los días y Lolita va mejorando. Una mañana, Humbert, que también se encuentra mal porque había un resfriado, llama al hospital para ver qué tal está Lolita. Todo iba bien.

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Una voz enérgica me informó de que, en efecto, todo iba bien. Habían dado de alta a mi hija el día anterior a eso de las dos. Su tío, el señor Gustaf, había ido a buscarla con un cachorro de cocker spaniel. Una sonrisa para todos y un Cadillac negro. Había pagado la cuenta de Dolly en efectivo y les había encargado que me dijeran que no me preocupara y que cogiera mi resfriado. Que ellos se marchaban al rancho del abuelo según lo convenido.

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Entonces Amber empieza a buscar a ciegas en casi 2000 kilómetros de carretera, hasta donde apareció por primera vez aquel hombre busca en los registros de los hoteles donde se hospedaron el rastro de un nombre de una pista, y lo que encuentra es que desde hace tiempo se ha estado riendo de él, dejando nombres en clave juegos, como si supiera que todo eso iba a suceder. Y pasan tres años. Vacuos en los que Humbert busca otras nínfula y termina encontrando a Rita, Rita tiene el doble de la edad de Lolita y tres cuartos de la suya, una adulta muy esbelta, de pelo oscuro y piel pálida, con la que recorre algunos de los moteles donde estuvo con Lolita y con la que lleva una vida insulsa.

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Hasta que un día recibí una carta. Querido papá. Cómo van las cosas? Me he casado. Voy a tener un hijo. Creo que será muy grande. Creo que nacerá para Navidad. Es difícil escribirte esta carta. Estoy medio loca porque no podemos pagar nuestras deudas y marcharnos de aquí. Le han prometido ADIC una buena colocación en Alaska dentro de su especialidad en la mecánica. No sé cuál es, pero tengo entendido que es muy importante. Perdona que no te dé mi dirección, pero quizás sigas enfadado conmigo y Dick no debe saber lo ocurrido.

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Esta ciudad es algo increíble. El humo de las fábricas se mezcla con la niebla y no deja ver a los idiotas que viven aquí. Por favor, mándanos un cheque, papá. Podemos arreglarnos con 300 o 400, o quizás menos. Cualquier suma vendría bien. Puedes vender mis cosas viejas. Pues una vez lleguemos allí, nos lloverá el dinero. Escríbeme, por favor. He pasado muchas tristezas y sinsabores. Tu hija que espera ansiosa, dolida, señora de Richard Schiller, hija Amber, la busca.

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Sigue el rastro del apellido, del humo, de las fábricas y de la ciudad desde la que se envió la carta. Recorre cada barrio, cada casa, hasta que va encontrando pistas y al fin, una dirección a la que llega un día lluvioso. Lleva la pistola en el bolsillo. Al bajar del coche le recibe un perro.

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Aprieta el timbre de una casa. Se oyen pasos apresurados y la puerta se abre. Casi cinco centímetros más alta. Gafas de montura rosada. Nuevo peinado hacia arriba. Orejas nuevas. Que inocente parecía todo el momento. La muerte que había imaginado durante tres años parecían tan inocentes como un pedazo de madera seca. Estaba França inmensamente encinta. Su cabeza parecía más pequeña. Sólo habían transcurrido dos segundos. En realidad. Pero permítanme asignarles toda la duración que es capaz de sobrellevar una vida.

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Sus pálidas mejillas estaban hundidas y sus piernas y brazos desnudos habían perdido su tinte bronceado. De modo que se notaba el vello. Llevaba un vestido marrón de algodón sin mangas y anchas zapatillas de fieltro. Lolita lo dice Vaya y Humbert. Sólo pregunta si su marido está en casa apretando la pistola en su bolsillo. Lolita le invita a pasar. Amber piensa que sigue oliendo a Lolita, aunque con un tufillo de fritanga. Y entonces ella señala a su marido, que es un joven desconocido de pelo oscuro que lleva un mono y al que Humbert absuelve de la pena de muerte e inmediatamente se sientan en el diván.

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Amber le dice que tiene que saber quién era aquel hombre que le siguió y que se la llevó. Ella no quiere decírselo, no quiere remover el pasado, pero al fin arquea las finas cejas, proyecta hacia adelante los resecos labios y no sin ternura. En tono confidencial y con voz que va bajando de volumen hasta convertirse en una especie de contenido susurro, pronuncia el nombre Cler quilty oku kiu que se pronuncia kiu significa pista, conjunto de indicios o señales que pueden conducir a la averiguación de algo.

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QIW es también la pronunciación de la letra Q en inglés. De ahí que se apode familiarmente Guiu a Claire Quilty, el gran amor de Lolita por la inicial de su apellido. Por otra parte, a lo largo de la novela, Nabokov da una serie de pistas jugando con la pronunciación kiu acerca de la identidad de este personaje, las cuales van desde las alusiones de las primeras páginas hasta las letras Q y C.U. De las matrículas del coche o coches perseguidores o la indicación del campamento Q.

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Entonces entre su marido se saludan. Él dice que si se quiere quedar a dormir, que ellos dormirán sobre un colchón en la cocina. Humbert no siente rencor, sólo dolor y asco.

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Todo es extraño cuando el marido se vuelve a ir. Humbert le pide a Lolita que le cuente qué hizo después de traicionarle y ella le cuenta que Kiu le llevó a un lujoso rancho donde hicieron una especie de ceremonia de iniciación y que la idea era que Kiu le llevara en septiembre a Hollywood para hacerle una prueba, a ver si podía intervenir en una película escrita por él o incluso doblar alguna de las estrellas en la pista brillantemente iluminada. Pero nada de eso ocurrió.

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Lolita le dice que era un gran tipo en muchos sentidos, pero no hacía más que emborracharse y drogarse y que sus gustos sexuales eran de lo más estrafalario y pretendía que todos se mezclarán desnudos mientras una viejales filmaba y ella se negó porque le quería y él la ha hecho durante casi dos años. Lolita anduvo de aquí para allá trabajando en restaurantes de pueblos pequeños. Después conoció a Dick. Allí estaba Milou. Con su belleza marchita, sus manos adultas y llenas de gruesas venas, sus brazos blancos con la carne de gallina, sus orejas lisas, sus axilas descuidadas.

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Ahí estaba mi Lolita, definitivamente ajada a los 17 años, con aquella criatura que ya soñaba en su vientre, con tener éxito en la vida. Hacer mucho dinero y retirarse hacia el 2020 después de Cristo. La miré. La mire, comprendí con tanta certeza como me he de morir, que la quería más que a nada en este mundo. Entonces Amber le dice a Lolita que la vida es muy corta, que de ahí a su coche hay solo 25 pasos, que cidades esos 25 pasos en ese momento.

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Así, tal y como está, vivirán felices el resto de sus vidas. Lolita ni siquiera le entiende porque le pregunta que si sólo les dará el dinero si se va con él a un motel. Y Amber dice que no, que lo que quiere es que deje a su dicc. Que deje ese horrible agujero y que se vaya a vivir con él, que muera con él, que lo haga todo con él. Y ella le contesta que está loco, que antes volvería con qiw no encuentra las palabras.

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Él le tiende entonces un sobre con 400 dólares en efectivo y un cheque por 3600 más, y luego estalla en el llanto más ardiente que ha conocido en su vida. Ella le dice que el dinero lo arregla todo y le pide que deje de llorar. Humbert le explica que aquella suma representa las rentas netas de la casa de su madre. Un abogado le enviará después un informe detallado de la situación financiera. Es muy buena. Algunos de los títulos comprados por su madre han subido sin parar.

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Ella era un monstruo. Pinta poco, pero te quería. Era despreciable y brutal y lascivo. Y cuanto pueda imaginarse, me GTM y GTM. Había momentos en que sabía todo cuanto sentías y saberlo era un infierno. Pequeña mía! La niña Lolita convertida en la corajuda Dolly.

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Sí. A partir de entonces se dedica a buscar a Cler. Quilty le encuentra en su mansión que está abierta, le encuentra borracho aún y sólo después de su última juerga, Humbert saca su pistola y le dice quién es. Le dice que le va a matar, pero Quilty no le cree hasta que Amber le empieza a disparar.

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Culti huye escaleras arriba hasta su habitación ya herido, mientras Rambert vuelve a cargar su pistola y en su propia habitación le vuelve a disparar. Le vuela la oreja y media cabeza después de matar a Culti. Ya no le queda nada por hacer. Conduce su coche por el carril contrario, mientras los coches le pitan hasta que saca el coche de la calzada y cae por una pendiente de hierba. Entonces sale del coche y se pone a vomitar.

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Cuando Humbert Humbert empieza a escribir Lolita primero en la sala de observación para sicópatas, después en la cárcel, lo hace no para salvar su cabeza, sino su alma. Pero luego comprende que no puede mostrar en público las interioridades de Lolita mientras esté viva.

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Ninguno de los dos vivirá. Pues cuando el lector abra este libro, pero mientras palpite la sangre en mi mano que escribe, tú y yo seguiremos siendo parte de la bendita materia. Y me será posible hablarte desde aquí, aunque estés en Alaska. Sé fiel a tu dick. No dejes que otros hombres te toquen. No hables con desconocidos. Espero que quieras a tu hijo. Espero que sea varón. Ojalá que tu marido te trate siempre bien, porque de lo contrario, mi espectro se le aparecerá como negro humo, como un gigante demente, y le arrancarán nervio tras nervio.

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No tengas lástima de cleaner, Quilty. Tenía que elegir entre él y Humbert Humbert y quería que éste viviera al menos un par de meses más para que tú vivieras después en la mente de las generaciones venideras. Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir.

[00:53:26]

Lolita mía. Y así les hemos contado Lolita, de Vladimir Nabokov. Hemos seguido la edición de Anagrama con traducción de Francesc Roca. La semana que viene nos volvemos a encontrar con La isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson. Gracias por estar ahí. Y gracias por leer un libro.

[00:54:07]

Una hora en la Cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Eugenio Barona y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo.