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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles el hombre que llegó a ser rey de rayar. Qué plen rayar? Qué plen? Nació en Bombay en 1800 65 y murió en Londres en 1936.

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Publicó más de 250 historias cortas, 800 páginas de versos y 5 novelas, entre las que están qiM capitanes intrépidos que ya les hemos contado en un libro Una hora o el libro de las tierras vírgenes. El hombre que llegó a ser rey se publicó en 1888. Es un relato apasionante e inolvidable, lleno de aventuras y de pasión. Vamos allá. Para un príncipe hermano, para un mendigo amigo, siempre que sea digno. La ley, según está redactada, determina cuál es el modo correcto de transitar por la vida.

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Pero esa senda no es fácil de seguir. Fui muchas veces amigo de un mendigo, en circunstancias que a ninguno nos permitieron averiguar si el otro era digno. Me queda todavía ser hermano de un príncipe, aunque en una ocasión estuve a punto de estrechar lazos con alguien que bien pudo haber sido un auténtico rey.

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Así comienza el hombre que llegó a ser rey con el encabezamiento de la ley de la Masonería. Un hombre nos cuenta que todo empezó en el ferrocarril, que va de asumir ambos. El hombre, por unas complicaciones presupuestarias, viaja no ya en segunda clase que cuesta la mitad que primera, sino en clase intermedia, que es horrible. Los asientos no son mullidos y el pasaje también es intermedio, por lo que no resulta muy agradable si el trayecto es largo y se hace por la noche.

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El relato de Kipling es de sobra conocido. Se publicó en 1888 en la editorial Wiles Railway, el de la Jabad India, formando parte de la colección de relatos titulada De Phantom Rickshaw. No han faltado nunca traducciones. Bien, vienen antologías más o menos extensas, bien en solitario y hasta en ediciones ilustradas. Se ha afrontado una nueva traducción más rigurosa con el original. Qué ajustado más fielmente el título inglés al castellano. El cine popularizó extraordinariamente este relato con el título El hombre que pudo reinar John Houston, y fue una gozosa adaptación a la pantalla en 1975, protagonizada inolvidable mente por John Connery y Michael Caine.

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El vagón va vacío hasta llegar a Nasir, a la banda. Allí se sube al tren un caballero corpulento en mangas de camisa y se pone a charlar con el hombre. Es un trotamundos, un vagabundo, pero de gusto refinado y aficionado al whisky. Le cuenta muchas historias sobre lo que ha visto y hecho. Le habla de lugares recónditos del imperio en los que ha penetrado. Le cuenta aventuras en las que arriesgado la vida a cambio de comida para unos días.

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Mi amigo quería enviar un telegrama a asumir desde la siguiente estación, que es donde se desvía la línea de Bombay hacia el MOW cuando viajas en dirección oeste. Mi amigo no tenía apenas dinero, aparte de 8 anas que necesitaba para cenar y yo no tenía nada de nada. Debido a la complicación presupuestaria de la que hablé antes. Además, yo iba camino de un territorio salvaje. Me dirigía a una región inhóspita sin oficinas de telégrafos. Si bien tenía que ponerme en algún momento en contacto con el Tesoro.

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Así que no podía ayudarle de ninguna manera.

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El trotamundos le pregunta si va a regresar por esa misma línea dentro de unos días y el hombre contesta que sí, que dentro de diez días. El trotamundos le dice que se trata de un asunto bastante urgente y que tiene que hacer llegar un mensaje a un amigo que parte de Delhi rumbo a Bombay. La noche del 23. Ocho días después. Pero nuestro hombre va hacia el desierto y entonces el trotamundos se da cuenta de que para ir al desierto tendrá que hacer trasbordo en Mar Howard Johnson y que su amigo pasará por Mar Howard Johnson el 24 por la mañana temprano en el correo de Bombay.

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Tengo que darles razón de dónde me encuentro o no sabrá dónde acudir. Si fuera usted tan amable de regresar de India Central a tiempo de alcanzarle emargo al Jackson, ni decirle se ha ido al sur a pasar toda la semana. Él lo entendería todo. Es un hombre corpulento, con una gran barba pelirroja, un tipo excepcional. Le encontrará durmiendo en un compartimiento de segunda clase, como un señor rodeado de todas sus maletas. Pero no se alarme. Usted baje la ventanilla y diga Se ha ido al sur a pasar toda la semana que ya caerá él.

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Y para convencerle le dice con énfasis que es un extranjero que va hacia el oeste. Una frase que pertenece claramente al ámbito de la masonería. El trotamundos se baja del tren en la siguiente estación y nuestro hombre continúa su viaje. Cuando nuestro hombre baja del tren, hace negocios con diversos reyes y en ocho días cambia de vida. Muchas veces viste unas veces ropa de gala y trata con príncipes y políticos bebiendo en copas de cristal, comiendo con cubiertos de plata y en otras ocasiones termina por los suelos devorando lo que puede, bebiendo agua del grifo y durmiendo bajo la misma manta que su sirviente.

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Y todo ello en una misma jornada laboral. Se dirige al gran desierto de la India en la fecha convenida y el correo de la noche le deja en el cruce de Mar War. Llega justo cuando entra en la estación El Correo de Bombay, procedente de Delhi.

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Tuve el tiempo justo para ir hasta su andén y recorrer los vagones. Había sólo uno de segunda.

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Bajé la ventanilla y miré al interior. Allí refulgía una barba pelirroja cubierta sólo a medias por una manta de viaje. Era mi hombre. Iba profundamente dormido. Así que le di unos golpecitos suaves en las costillas. Se despertó emitiendo un gruñido y a la luz de las farolas pude verle la cara espléndida y radiante. El billete otra vez? Preguntó. No respondí. He venido a decirle que se ha ido al sur a pasar toda la semana. Se ha ido al sur a pasar toda la semana.

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El tren había empezado a andar. El hombre se frotó los ojos. Se ha ido al sur a pasar toda la semana. Repitió bien. Una osadía muy propia de él. Le dijo si tenía que darle algo a usted. Una propina, porque no pienso hacerlo.

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Hace un frío terrible porque el viento sopla desde el desierto, así que nuestro hombre se sube a su tren. Esta vez no viaja en un vagón de intermedia y se dispone a dormir. Si el hombre de la barba le hubiera dado una rupia, la habría guardado como recuerdo de aquel asunto tan curioso. Pero su única recompensa es saber que ha hecho lo que debía. Y luego regresa a un despacho donde no hay ni más reyes ni más acontecimientos que la elaboración diaria del periódico.

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La redacción de un periódico. Parece atraer como un imán a cualquier persona. Todo el mundo quiere contar algo, ser protagonista de una noticia o que cubran determinado evento cuando el calor se hace casi insoportable. Todo es más tranquilo. Las rotativas se ponen al rojo vivo y nadie escribe otra cosa que no sean crónicas de las estaciones de montaña o necrológicas. En esa época, el periódico decide tirar la última edición de la semana, la noche del sábado, que es lo mismo que decir el domingo de madrugada como nosotros.

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Un sábado por la noche me correspondió el agradable cometido de cerrar la edición. Yo solo un rey o cortesano o cortesana que iba a morir a una comunidad que estrenaba nueva constitución o algo importantísimo, iba a suceder en la otra punta del mundo. Y el periódico no podía cerrar hasta el último minuto a la espera del telegrama. Era una noche más negra que la boca del lobo, bochornosa, como sólo puede serlo una noche de junio. Y lo que es el viento abre.

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Sador, que viene del oeste, resonaba entre los árboles resecos, haciéndonos creer que la lluvia le pisaba los talones, de vez en cuando caía sobre el polvo alguna gota de agua casi hirviendo que sonaba igual que un sapo al chocar con el suelo. Pero nuestro universo, exhausto, sabía que aquello era pura simulación. Nuestro hombre se sienta en la sala de máquinas. Los chotacabras pululan tras las ventanas y los cajistas medio desnudos. Se enjuga el sudor de la frente y gritan pidiendo agua a las tres.

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Empiezan a girar las rotativas, destrozando la atmósfera de calma. Nuestro hombre se levanta para salir de ahí cuando le cortan el paso. Dos hombres vestidos de blanco le señalan y le reconocen con una carcajada casi tan estruendosa como el sonido de las máquinas. Son el hombre que conoció en el tren de Mou y su compañero, el pelirrojo de Mary Ward Jackson, entre las cejas de uno y la barba del otro. No cabe la menor duda. Nuestro hombre les pregunta qué quieren?

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Y el de la barba le contesta que sólo quieren media hora de conversación con él. En esa oficina tan fresca y confortable, beber algo y pedirle consejo. Así que el hombre, aunque sólo quiere dormir, les lleva a su sofocante despacho, que tiene las paredes cubiertas de mapas. El pelirrojo se frota las manos. Esto está mejor dijo. Hemos llegado al sitio idóneo. Y ahora, caballero, permítame presentarle al hermano Peachy carne, que es él.

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Yo soy el hermano Daniel. Dra. Bott. Cuanto menos digamos de nuestras respectivas profesiones, mejor, porque hemos sido casi todo cajistas, fotógrafos, correctores de pruebas, predicadores, esto y aquello y lo de más allá y corresponsales del bug Goodman siempre que nos pareció que el periódico lo precisaba carne. Sam está sobrio y yo también. Pero mírenos y cerciórese usted mismo. Así no tendrá que interrumpirme cuando hable para demostrárselo. Voy a coger uno de sus cigarros puros, uno para cada uno, y los voy a encender delante de usted.

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Luego empiezo a hablar Pichí y cuenta que han recorrido toda la India, casi siempre a pie. Han sido caldereros, maquinistas, chapuza antes de todo, y han decidido que la India no es lo bastante grande para gente como ellos. Se queja de que el país está sin explotar, pero que quienes lo gobiernan no permiten que nadie lo toque. Así que han decidido irse a otro sitio donde los hombres no estén constreñidos y puedan hacer su voluntad para ser reyes reyes por derecho propio.

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Nuestro hombre les dice que seguramente han estado mucho al sol y que se vayan a dormir. Pero Darabont le dice que no están ni mamados ni tórridos y que lo que necesitan es consultar algunos libros y un atlas. Quieren ir a Café TristÃn. Saben que se encuentra en la esquina superior derecha de Afganistán, que tiene ya treinta y dos ídolos paganos, que es una región montañosa y que las mujeres de esa zona son muy bellas. Y en ese punto, Peachy le interrumpe diciéndole que eso contraviene el contracto.

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Ni mujeres ni alcohol. Y eso es todo lo que sabemos, salvo que nadie ha llegado hasta allí y que hay allí muchas escaramuzas en cualquier sitio donde sucede esto. El que consigue reunir un ejército puede llegar a ser rey. Así que iremos hasta allí. Y a cualquier rey que nos encontremos le diremos. Quieres vencer a tus enemigos y le enseñaremos cómo se prepara un ejército. Eso es lo que mejor se nos da. Luego derrotaremos al rey, usurpar el trono y fundar una dinastía.

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Nuestro hombre les dice que les harán pedazos a menos de cincuenta millas de la frontera para llegar hasta allí. Tienen que atravesar todo. Afganistán es un amasijo de montañas, picos y glaciares que ningún inglés ha logrado recorrer todavía. Y los habitantes de la zona son unos bárbaros. Por eso están ahí, para que les instruya sobre ese país. Para leer algún libro y para consultar algún mapa. Nuestro hombre saca de su estuche un enorme mapa de la India y otros dos mapas de la frontera y un volumen de la Enciclopedia Británica para que los dos hombres lo consulten.

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Dra. Bott dice que Pichí y él conocen bien la carretera, hasta ñada Balak porque estuvieron allí con el ejército y le parece que sobre el mapa no parece estar muy lejos. Están absortos en la enciclopedia por nosotros nos bede, dijo Dra. Bott Cortés. Son casi las cuatro. Si quiere irse a dormir, nosotros nos iremos antes de las seis sin robar ninguna de sus papeles. No se quede ahí esperando. No somos más que un par de lunáticos inofensivos.

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Si quiere ir mañana por la noche al serAi, allí estaremos. Así podremos despedirnos. No son ustedes dos chalados? Respondí desde portaran en cuanto crucen la frontera o les da. Despedazará en cuanto pongan un pie en Afganistán, necesitan algo de dinero? Una carta de recomendación la semana que viene podría ayudarles a buscar un trabajo. Gracias, pero la semana que viene estaremos ya trabajando duro, sin ayuda, dijo Dra. Bott. Ser rey no es tan fácil como parece.

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Cuando tengamos nuestro reino en marcha, le avisaremos para que venga a vernos y nos ayude a gobernarlo.

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Y Peachy? Le dice que no son unos chalados que han firmado un contracto y le enseña una página grasienta cortada por la mitad de un cuaderno de notas en la que hay algo escrito. El hombre copia el texto allí mismo, más que nada por curiosidad. En este contrato firmado entre tú y yo. Poniendo a Dios por testigo. Amén. Y todo lo demás se estipula uno que tú y yo vamos a arreglar esta cuestión conjuntamente. Es decir, lo de ser reyes de kaffir están dos que tú y yo.

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Mientras la cuestión no esté resuelta por entero, no miraremos ni a una botella de licor ni a una mujer negra, blanca o mestiza para no sufrir los daños de mezclarnos con una o con otra. Tres, que nos comportaremos con dignidad y discreción. Y si uno de nosotros se mete en líos, el otro permanecerá a su lado, firmado por ti, por mí en el día de la fecha. Peachy tal y hacerlo carne Jam. Y Daniel Travet, ambos caballeros.

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En general, Kipling basó las líneas más generales de esta novela corta en la historia real del masón norteamericano José Allá Harland, hombre culto y aventurero con conocimientos militares, que hizo su primera entrada en Afganistán disfrazado y que llegó a Príncipe en aquel cruel, turbulento y despótico país de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, para informarse geogrÃficamente, Kipling recurrió a la edición entonces en uso de la Enciclopedia Británica, que también ofrece a sus aventureros para que se ilustren sobre el terreno que piensan recorrer, donde se habla de una tierra caracterizada por sus arcaicos e indómitos habitantes, definidos especialmente por ser tribus no mahometanos enclavadas en la escabrosa edad de sus valles fronterizos y refugiadas allí, como en un islote en medio de un océano musulmán, adornado con los mitos de su raza blanca y de su descendencia más o menos directa desde las gentes del gran Alejandro.

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El serAi de Kum Arsen es un enorme sumidero de humanidad donde se cargan y descargan las caravanas de camellos y caballos del norte. Allí confluyen todas las nacionalidades de Asia Central y la mayor parte de los pueblos de la India propiamente dicha. Allí se puede comprar de todo y se consiguen un montón de cosas raras a cambio de nada. El hombre se acerca por allí al caer la tarde. Inmediatamente se acerca a él un sacerdote vestido de harapos y adornado con cintas que le mira amenazante.

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Va haciendo girar con gesto serio uno de esos molinillos de papel con los que juegan los críos. Le sigue su criado, inclinado bajo el peso de una canasta cargada de figuras de barro. Están cargando unos camellos y la parroquia del serAi los observa entre carcajadas de Rum.

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Vengo! Gritó el sacerdote, agitando el molinete desde Rum e impulsado por el aliento de mil demonios. He cruzado el mar. Ladrones, descuidados, mentirosos a los que pican! Bendice, cerdos, perros perjuros. Quién llevará hasta el norte el protegido de Dios para vender al emir? Fetiches que nunca se han visto. Vuestros camellos no se debilitarán, vuestros hijos no caerán enfermos y vuestras esposas os guardarán fidelidad mientras estáis ausentes. Si me hacéis un hueco en vuestra caravana.

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Quién me ayudará a golpear al rey de los Rousse con una zapatilla dorada de tacón de plata que la protección de Circun recaiga sobre sus afanes?

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Grita que partirá a lomos de sus camellos alados y llegará a Peshawar en un día, y le pide a su criado que saque los camellos. Sube a lomos de su camello arrodillado y se gira hacia nuestro hombre, gritándole Que vaya con ellos, que les acompañe un tramo del camino y que le vendera un fetiche, una boleto que le convertirá en rey de Café TristÃn. Entonces se hace la luz. Nuestro hombre sale del serAi tras los dos camellos. Iba con ellos hasta que llegan a la gran ruta troncal y el sacerdote hace un alto.

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Qué le parece? Preguntó en inglés. Carne no es capaz de chapurrear su lengua, así que le he tomado de criado y hace muy bien su papel. No llevo catorce años pateando este país para nada. Verdad que hablo bien? Desaguar. Nos uniremos a una caravana, llegaremos con ella hasta Jack Black y allí veremos si nos cambian los camellos por burros y si podemos entrar en kafir.

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Están molinetes para el emir, señor. Mete la mano en la alforja y dígame qué toca. Nuestro hombre palpa la cola. De un rifle Martini, hoy 20, con su correspondiente munición de Nabot, dice que todas las rupias que han mendigado o robado o que les han prestado, las han invertido en esos dos camellos. Que nadie se va a meter con un pobre sacerdote trastornado y le pide algo en recuerdo de su amabilidad y le llama hermano. Como se llaman los masones.

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Y nuestro hombre le da un dije con forma de compás. Adiós, dijo Darabont, tendiéndome la mano con cautela. Esta será la última vez en muchos días que estreche la mano de un inglés. Dale la mano! Carne!

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Gritó mientras pasaba junto a mí el segundo camello. Carne! Se inclinó y me dio la mano. Luego los camellos se alejaron por el camino polvoriento y yo me quedé solo y pensativo. Al cabo de diez días, un amigo le escribe para darle noticias del día en Peshawar y concluye contándole que se han reído mucho con un sacerdote loco o que partía convencido de que le iba a vender un montón de chucherías y baratijas insignificantes a Su Alteza. El emir de evocarA que pasó por Peshawar y se unió a la segunda caravana de verano de las que van a Kabul y que los mercaderes estaban encantados porque, supersticiosos como eran, creen que ese tipo de chalados traen buena suerte.

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De modo que han cruzado la frontera. La rueda universal pasa una y otra vez por las mismas fases. Se fue el verano y llegó el invierno. Volvieron a llegar y se volvieron a ir. También siguió el periódico su curso diario y yo con él. Y el tercer verano trajo consigo una noche tórrida, una edición nocturna y una espera tensa, porque del otro lado del mundo iba a llegar un telegrama exactamente igual que ya había sucedido en una ocasión anterior.

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Durante los dos últimos años habían muerto unos cuantos hombres insignes. El traqueteo de las máquinas era mayor y algunos árboles del jardincillo de la redacción habían crecido unos pies de altura. Y hasta ahí todos los cambios.

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Cuando a las tres de la mañana pone en marcha las rotativas y se dispone a marcharse, llega arrastrándose hasta su silla. Lo que queda de un hombre va tan encorvado que forma casi un círculo con la cabeza hundida entre los hombros. Al andar arrastra un pie tras otro, como lo haría un oso, hasta tal punto que no se sabe si camina o repta. Y entonces aquél tullido que coso envuelto en harapos, se dirige a él por su nombre y le dice que está de regreso y le suplica un trago.

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Regresa a su despacho con el hombre caminando tras de sí, gimiendo de dolor y enciende la lámpara. Es que no me conoce? Jadeó dejándose caer sobre la silla. Luego volvió la cara macilenta, coronada por una mata de pelo cano, y se acercó a la luz. Le miré atentamente. Había visto antes esas cejas que se juntaban sobre la nariz, formando una franja de pelo de una pulgada de anchura. Sí, pero por mi vida que no lograba recordar dónde?

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No, no le conozco. Afirmé mientras le daba el whisky. En qué puedo ayudarle? Se bebió de un trago el licor puro y comenzó a tiritar a pesar del calor sofocante. Ya he regresado anunció. Y fui reyes de Café TristÃn.

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Dra. Boti y yo fuimos coronados reyes. Lo acordamos en este despacho. Estaba usted sentado ahí mismo y nos enseñó aquellos libros. Soy Pichí. Pichí. Tagliaferro Carnahan. Nuestro hombre le dice que se tome el whisky y todo el tiempo que necesite y le pide que le cuente todo lo que logre recordar desde el principio hasta el final. Y Pichí le pide que le mire a los ojos sin decir nada. Y el hombre lo hace. Le mira a la cara con todo el aplomo del que es capaz.

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Peachy apoya una mano en la mesa y se la agarra por la muñeca, arqueada como la garra de un pájaro, y tiene en el dorso una cicatriz irregular, enrojecida en forma de rombo. No, mire, eso me dice a mí.

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A mí insistió Carne. Eso vendrá luego. Pero, por amor de Dios, no me distraiga. Si nos fuimos con la caravana Edra Botillo, hicimos todo tipo de tonterías para distraer a nuestros compañeros de viaje por las noches. Nos hacía reír cuando todos se disponían a preparar la cena, a preparar la cena. Y qué hacían entonces? Encendían pequeñas hogueras de las que saltaban chispas, saltaban a las barbas de Matt y todos nos reíamos mucho. Nos moríamos de risa.

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Eran hogueras pequeñas y rojas y las chispas saltaban a la gran barba roja de Dra. Bott. Qué gracioso era todo! Y le cuenta que se desviaron antes de llegar a Jack Balak porque les dijeron que el camino era bueno, pero no lo era. Cuando abandonaron la caravana se despojaron de todos los ropajes y se vistieron de cualquier manera, mezclando las piezas de ropa para parecer paganos. Porque los cafres no permiten que los mahometanos les hablen ni se afeitaron la cabeza.

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Era una zona montañosa y los camellos no podían seguir avanzando por aquel terreno.

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Viajar al Café TristÃn supone traspasar la frontera y adentrarse en lo desconocido que nos atrae y fascina y donde de seguro nos aguardan la aventura, la gloria, la fortuna y también la derrota y la tragedia. El abismo de la frontera, de la pérdida o el fracaso y la necesidad de la aventura confirman la necesidad del mito. Y es en el mito donde nuestros héroes logran su gloria definitiva. Perdurando en nuestro recuerdo, Dra. Jard. Kipling logró inmortalizar ese ideal y ese ideario en el que es posiblemente su mejor relato y logró convertir a Dani Bravo y Pichi Carnahan en dos referentes insuperables, junto con Kim del ideal de aventura en la India colonial británica.

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Continúa contándole que mataron a los cabellos allí mismo, entre las montañas, porque no había nada que comer. Pero antes sacaron las cajas donde iban los fusiles y las municiones. Llegaron entonces dos hombres con cuatro mulas y Darabont empezó a bailotear delante de ellos y les pidió que les vendieran esas cuatro mulas. Uno de los tipos respondió que sí era lo bastante rico para comprarlas. También era lo bastante rico para robarle. Pero antes de que pudiera echar mano al cuchillo, Dra.

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WOT le rompió el cuello con un golpe de rodilla. El que iba con él escapó.

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Cargaron las mulas con los fusiles y emprendieron la marcha por aquellas montañas tan frías e inhóspitas de novia, sendero más ancho que la palma de una mano. Pichí imploraba a Darabont para que no cantara ni silbar tan alto porque tenía miedo de que se produjera una avalancha. Pero Gravo dijo que si un rey no puede silbar, de nada le sirve serlo.

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Llegamos a un valle amplio y llano, con las mulas medio muertas, así que las matamos. No teníamos nada que comer, ni para ellas ni para nosotros. Nos sentamos en las cajas y nos pusimos a jugar a pares o nones con los cartuchos que se habían caído. Entonces fue cuando llegaron corriendo vaya abajo diez hombres con arcos y flechas que perseguían a otros veinte hombres con arcos y flechas. La refriega fue tremebunda. Eran hombres blancos, todos ellos de piel más clara que usted o que yo, con el pelo rubio y de excelente constitución.

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Dra. Bott sacó los fusiles diciendo que empezaba la fiesta y que iban a luchar por esos diez hombres. Disparó dos fusiles contra el grupo de veinte y uno de ellos cayó a unas 200 yardas de la roca donde estaba sentado los demás hombres. Echaron a correr, Pichí y Darabont empezaron a dispararles a unos y a otros. Vaya arriba o vaya abajo. Luego se acercaron a los diez hombres que habían llegado corriendo por la nieve y que les disparaban unas flechitas de nada.

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Robot apuntó y disparó sobre sus cabezas. Todos se tumbaron en el suelo y se acercó a ellos y les pateó. Y luego les hizo levantarse para estrecharle las manos y hacerse amigo suyo. Les dio las cajas para que las llevaran y saludó con la mano como si ella fuera el rey. Ellos cogieron las cajas y lo cogieron a él. Lo llevaron por todo el valle y subieron a una colina en cuya cima había un pinar con media docena de ídolos de piedra de gran tamaño de Nabot.

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Se acercó al mayor de todos, un tipo al que llamaban hembra, y dejó a sus pies un fusil con su cartucho, mientras frotaba la nariz con la del ídolo en señal de respeto. Le daba unos golpecitos en la cabeza y le hacía una reverencia.

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Luego se vuelve a mirar a los hombres, asiente y dice Estupendo. Ahora ya no me cabe duda. Estos viejos demonios son mis amigos. Y abre la boca y señala con el dedo hacia adentro. Cuando el primer hombre le lleva algo de comer, dice No!

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Y cuando se lo lleva el segundo repite no hasta que se lo lleva uno de los viejos sacerdotes con el jefe de la tribu.

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Y entonces dice sí con gesto arrogante y comienza a comer despacio. Así fue como llegamos al primer poblado, sin problemas, como si hubiéramos caído del cielo. Pero de dónde caímos? No fue del cielo, sino de uno de esos malditos puentes de cuesta. Ya sabe. Después de eso no le quedan a uno muchas ganas de reírse.

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Nuestro hombre le ofrece a Pichí un poco más de whisky y le pide que le siga contando. Le pregunta cómo llegó a ser rey y Pichí le contesta que en realidad el nunca fue rey. El que llegó a ser rey fue Dra. Bott y le cuenta el porte que tenía con aquella corona de oro y toda la parafernalia. Le cuenta que se quedaron en aquel poblado y todas las mañanas Darabont se sentaba junto al viejo Cimbra y la gente se acercaba a adorarlos siguiendo las órdenes de Darabont.

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Cada vez que aparecían hombres les disparaba y luego iba a su poblado y se hacía con él Peachy y. Llevaron vaya abajo a la gran jefe de cada poblado y les dieron a cada uno un puñado de tierras drado.

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Les dice Id a trabajar la tierra, creced y multiplicaos. Y eso hicieron, aunque no entendieron nada. También les preguntó como se llamaban en su jerigonza las cosas el pan, el agua, el fuego, los ídolos y todo eso. Y llevó el sacerdote de cada poblado hasta el lugar donde se encuentra el ídolo. Cuando ya están allí, les explica que se va a sentar a juzgar al pueblo y que si algo va mal, le han de pegar un tiro.

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Y a partir de entonces, cuando tenían un problema, se lo decían a los sacerdotes y éstos a Darabont. Por señas, Darabont le dijo a Pichí que esto no había hecho más que empezar porque esos hombres creen que son dioses. Escogieron a veinte de los mejores hombres y les enseñaron a disparar un fusil y a formar. Y luego les fue dejando los poblados y se fueron a explorar el siguiente valle donde había otra aldea. Les mandaron al otro valle a cultivar la tierra y les hicieron un bautismo con la sangre de un cabrito para dejarles entrar en el nuevo reino.

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Para impresionarlos, claro, así se quedaban tranquilos y callados. En el siguiente valle era todo nieve y hielo, muy montañoso. Pero encontraron una aldea habitada, hicieron amistad con el sacerdote y allí se quedó Pichí con un par de soldados del ejército adiestrando a los hombres. Llega un gran jefe caminando por la nieve con un estruendo de mil demonios de timbales y cuernos que resuenan porque ha oído que había un Dios nuevo por la zona. Carne en busca con la vista a los hombres.

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Apunta a media milla de distancia en la nieve y le da a uno.

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Luego envía al jefe un aviso diciendo que a menos que quiera que le maten, tendrá que acercarse a darle la mano y deponer las armas. El jefe llega solo carne. Estrecha la mano y comienza a mover los brazos, como había hecho de la Hott. El jefe se queda perplejo y empieza a acariciarme las cejas y toman otra aldea. El reino crecía tanto que Pichí decide volver. Dra. Bott llevaba ausente dos o tres meses, pero una mañana se oyó un sonido de mil demonios, tambores y cuernos y apareció Darabont con su ejército.

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Una comitiva de centenares de hombres y con una enorme corona de oro. La cabeza? Dios mío! Carnahan! Menudo negocio este tremebundo. Ya nos hemos hecho con todo lo que vale la pena rapiñar de este país. Yo soy el hijo de Alejandro y de la reina Semíramis. Tú eres mi hermano y también un dios. Esto es lo más grande que hayamos visto jamás. Llevo seis semanas marchando con el Ejército, combatiendo con él y se ha unido a nosotros con regocijo hasta la última aldea insignificante que encontramos en 50 millas a la redonda.

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Y no sólo eso, tengo la clave de cómo funciona todo. Ya lo verás. Y tengo una corona para ti. Y le contó que en un lugar llamado su el oro abundaba sobre las rocas, como el sebo en las chuletas de carnero, y se podían arrancar turquesas de los acantilados. Y le dio una corona. Pichi era demasiado pequeña y demasiado pesada, pero se la puso para sentir la gloria de ser rey. Y en ese momento Darabont dijo que no necesitaban luchar más que la clave estaba en la fraternidad.

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Y hace venir al mismo jefe que dejé yo en Başkanı, al que después llamaríamos Billy Fisch, porque era clavado a Billy Fish, que en tiempos conducía la locomotora del ferrocarril de Bolan. El que va a por Mac, dale la mano, dice Bott.

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Yo le doy la mano y casi me caigo porque Billy Fish me dio un buen apretón. Yo no dije nada, pero me aventuro a hacerle el saludo de compañero masón y como él me lo devuelve, pruebo a hacerle el saludo de maestro y ahí se retracta. Sorprendentemente, todos los sacerdotes conocían la palabra, así que podían constituir una logia Dra. Bott. Le dijo que él era un Dios y gran maestro de la Fraternidad y que establecería una logia de tercer grado y ascenderían a los sacerdotes principales y a los jefes de los poblados.

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Pichí y le dijo que iba contra la ley celebrar una logia sin que nadie lo autorizara. Pero Darabont le dijo que aquello era un golpe maestro de la política.

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Acomoda estos soldados en los poblados de Ocupate de que se organice algún tipo de logia. El templo de Indra es un buen lugar para celebrarla. Que las mujeres confeccion en los mandiles. Dales las instrucciones pertinentes. Yo por mi parte convocaré una asamblea de jefes esta noche y una logia mañana. A aquello se me iba de las manos, pero no era yo tan tonto como para no ver que el asunto de la fraternidad nos daba un empujoncito. Pichí les explicó cómo se hacían los mandiles para los distintos grados y cojieron del templo.

[00:33:56]

Una enorme piedra cuadrada para que se sentara el maestro y unas cuantas más pequeñas para los suficientes. Se celebró la ceremonia y todos recibieron sus mandiles y sus nombres, pero en la logia de la noche siguiente se produjo el milagro más asombroso. Uno de los viejos sacerdotes no dejaba de mirarles y en un momento empezó a dar alaridos y aullidos, intentando dar la vuelta a la piedra en la que estaba sentado Darabont, que no se inmutó ni cuando diez sacerdotes comenzaron a agarrarse a la piedra de hembra y a sacudirla.

[00:34:31]

El sacerdote empieza a frotar la base de la piedra para limpiar la mugre y enseña a los demás sacerdotes el símbolo del maestro que estaba tallado en la piedra, la misma que llevaba de bota en el mandil. Ni siquiera los sacerdotes del templo de Cimbra sabían que estaba allí, así que el anciano se lanza al suelo y empieza a besarle los pies de la bota. Los sacerdotes dijeron que era el símbolo perdido. En ese momento Darabont se declaró gran maestro de los francmasones de Café TristÃn y rey de kafir.

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Están en igualdad de condiciones con Pichí se puso su corona, le puso a Pichí la suya e inauguraron la logia con gran solemnidad. Y a continuación, pitching hidra WOT fueron ascendiendo algunos hombres, no más de diez, de entre los más importantes para que el grado no perdiera valor. Billy Fish fue el primero.

[00:35:22]

El que cuenta sabe quién es, el que puede escucharle y quién no. Como si el lector pudiera ser elegido por el escritor. Y en todo caso, cuando el suceso atenaza interiormente a quien lo sufrió, expresarlo tendría un efecto liberador. La técnica narrativa de Kipling en este relato juega con todo ello reuniendo varios modos de exposición que se suceden y alternan de forma directa. Hablando el autor en primera persona directa del protagonista, poniéndose a sí mismo en tercera persona e indirecta del personaje en primera persona.

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La vivacidad de la narración es así, sorprendente y cambia los focos de la formidable historia. Entra en el mismo temple de los aventureros en sus mentalidades, formación, motivos, planteamientos y conductas.

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No puedo contar todo lo que hicimos durante aquellos seis meses siguientes, porque Dra. Boti hizo muchas cosas a las que yo no encontraba sentido y aprendió a hablar la jerigonza de aquellos pueblos con una precisión de la que yo no sería capaz en la vida. Mi trabajo consistía en ayudar a la gente a arar el campo y de vez en cuando salir con parte del ejército a ver qué hacían los de otros poblados. Les mandaba tender puentes de cuerda sobre los barrancos que se formaban en aquel país y lo cortaban en pedazos.

[00:36:39]

Dra. Bott era muy amable con Pichí. Nunca le faltó al respeto delante de la gente, pero cuando iba y venía por el pinar fillo, acariciándose la barba roja con las dos manos. Pichi sabía que estaba planeando algo sobre lo que no podía aconsejarle. Todos tenían miedo de pichí del ejército. Pero ahora Bott le adoraban. Era buen amigo de los sacerdotes y los jefes. Y a cualquiera que viniera del otro lado de las montañas con alguna queja, Dra.

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le prestaba atención. Reunía a cuatro sacerdotes y decía lo que había que hacer. Tenía un gabinete de guerra formado por cuatro sacerdotes, Billy Fish y otros dos jefes de tribu. Entre todos se pusieron de acuerdo para enviar a Pichí con cuarenta hombres al país de Korban a comprar fusiles fabricados por el emir de Kabul. Tardó un mes en volver. Dra. Bott tenía sueños de grandeza. No voy a construir una nación, afirmó. Voy a construir un imperio.

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Estos hombres no son negros. Son ingleses. Mira sus ojos. Mirar sus bocas, mirar su corte. Se sientan en sillas, en su propia casa. Son las tribus perdidas o algo así, y se han convertido en ingleses. Si ello no asuste a los sacerdotes en primavera, elaboraré un censo. Tiene que haber al menos dos millones de ellos en estas colinas. Los poblados están llenos de niños. Dos millones de personas. 250000 hombres preparados para la lucha.

[00:38:11]

Y todos ingleses. Lo único que precisan son fusiles y algo de instrucción. 250000 hombres preparados para atravesar el costado derecho de Rusia en cuanto trate de hacerse con la India.

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Le dijo a Pichí que serían emperadores. Emperadores de la tierra. Y le dijo que en primavera escribiría pidiendo una dispensa a la Gran Logia por lo que hizo en calidad de gran Maestro. Y cuando todo estuviera organizado, entregaría la corona a la Reina Victoria, se pondría de rodillas y ella diría Oh, señor Daniel Darabont, póngase en pie. Y luego le dijo a Pichí que quería una esposa por amor de Dios, deja en paz a las mujeres, les dijo.

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Los dos tenemos mucho trabajo que hacer, aunque el idiota sea yo. Recuerda el contracto y mantente alejado de las mujeres. El contracto sólo estaba vigente hasta que fuéramos reyes. Hemos sido reyes todos estos meses. Dice Darabont, sopesando su corona. Buscató también una esposa, Pichí, una muchacha bonita, robusta y curvilínea que te mantenga caliente en invierno. Las chicas de aquí son más guapas que las inglesas y tenemos donde escoger hervidas un par de veces. Resultarán tan ricas como un pastel de pollo y jamón.

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Peachy dijo que no pensaba tener tratos con ninguna mujer hasta que estuvieran más asentados y le propuso a Darabont descansar. Encontrar tabaco mejor que el de los afganos y buenos licores, pero nada de mujeres. Bravo le contestó que él no hablaba de mujeres, sino de una esposa, una reina que le diera al rey un heredero, una reina de la tribu más fuerte, que convirtiera a sus habitantes en sus hermanos de sangre, que estuviera a su lado y le dijera todo lo que pensaba el pueblo de él y de sus asuntos.

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Y aunque Pichí le rogó que no lo hiciera. Bravo dijo que lo haría mientras se alejaba por el pinar con aspecto de diablo rojo y el sol, ya bajo, golpeaba la corona y la barba por uno de los lados, y ambas refulgían como carbones al rojo.

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Pero conseguir una esposa no era tan sencillo como había pensado. Dan lo sometió al consejo y no recibió respuesta hasta que Billy Fisch respondió que lo mejor que podía hacerse era consultar con las muchachas de Nabot. Los llenó de maldiciones. Pero qué pasa conmigo? Gritó mirando al hízolo INBA. Acaso soy un perro? O es que no soy lo bastante hombre para vuestras hembras? Es que no he tomado este país bajo mi ala? Quién detuvo el último ataque de los afganos?

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En realidad, Oyola te lo dirá protestaba, demasiado contrariado para recordarlo. Peachy llamó entonces a consulta a Billy Fish y le dijo que le contara como amigo. Qué es lo que pasaba? Y Billy Fish respondió que cómo puede la hija de un mortal desposar a un dios o a un demonio y que eso no estaba bien. Pichí pensó que si después de convivir durante tanto tiempo con ellos aún les consideraban dioses. No iba a ser él quien les sacara de su error y le aclaró que un dios podía hacer cualquier cosa.

[00:41:31]

Y si el rey sentía afecto por una muchacha, no permitiría que muriera. Tendrá que morir.

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Dice Billy Fish En estas montañas hay dioses y demonios de todo tipo. Y de vez en cuando una muchacha se casa con uno de ellos y no se vuelve a saber nada de ella. Además, vosotros dos conocéis el símbolo que está tallado en la piedra. Sólo los dioses lo conocen. Creímos que erais hombres hasta que mostraste el símbolo del maestro. Durante toda la noche sonaron los cuernos en un templo pequeño y oscuro que había en la ladera a medio camino.

[00:42:09]

Se oyó el sollozo de una muchacha que parecía que iba a morir. Dra. Bott se pasó más de la mitad de la noche despierto pensando en la esposa que iba a tomar. A la mañana siguiente, Pichí se levantó muy temprano. Aquel día, Dra. Bott seguía durmiendo. Los sacerdotes hablaban entre ellos en susurros y los jefes también. Le preguntó de nuevo a Billy Fish. Y contestó que si conseguía convencer al rey de que se olvidara de la boda, le haría un favor enorme al rey y a todos.

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Pero apareció Darabont con la corona puesta, moviendo los brazos y pateando con fuerza al suelo. Parecía feliz como un niño con zapatos nuevos y preguntó dónde estaba la muchacha. Todos estaban allí, fusiles y lanzas en ristre, formando un círculo en el claro del pino arcillosa. Una delegación de sacerdotes se acercó con la muchacha cubierta de plata y turquesas, pero pálida como una muerta.

[00:43:07]

Me vale dice de admirándola de arriba abajo. Pero de qué tienes miedo, chiquilla? Ven, dame un beso. La abrazó. Ella cerró los ojos, soltó una especie de graznido y hundió la cara en la barba de Dan, roja como una llamarada. Hidan exclama Me ha mordido esa ramera! Me ha mordido!

[00:43:31]

Se llevó la mano al cuello y no había duda. Tenía la mano llena de sangre. Billy Fish y dos de sus hombres, armados con mosquetes, agarran a Dan por los hombros y le arrastran hacia el grupo de başkanı mientras los sacerdotes aúllan algo en su jerigonza.

[00:43:46]

Hombre es ni Dios ni demonio. Billy Fish tenía 20 de sus hombres y les dijo que aquello era motín y destrucción y que debían intentar llegar a Başkanı. Pichí disparó a la turba con un fusil Martín Inglés. Cayeron tres. Las voces resonaban en el valle que se llenó de gritos y de aullidos. Hasta la última criatura chillaba Hombre es ni dios ni demonio! Darabont, furioso, bramaba como un toro y a Billy Fish le costó mucho detenerle para que no se lanzara contra la multitud.

[00:44:21]

Billy Fish les dijo que no podían contenerlos, que corrieran valle abajo porque todos se habían vuelto contra ellos. Nos lanzamos valle abajo.

[00:44:31]

A pesar de las protestas de Dragos. Juraba como un condenado, sin dejar de vociferar que él era el rey. Los sacerdotes comenzaron a lanzar contra nosotros grandes piedras rodantes y el ejército regular disparaba sin descanso. Pero al final no llegaron vivos. Al fondo del valle más de seis hombres, aparte de Dan Billy Fisio. Dejaron de disparar entonces y se volvieron a oír los cuernos del templo. Billy Fish les gritó que se marcharan lejos, que iban a llegar los hombres de todos los poblados y que no conseguirían llegar a Abascal.

[00:45:08]

Bandra Bott se había vuelto loco. Miraba arriba y abajo como un jabalí acorralado. Quería regresar el solo y matar a los sacerdotes con sus propias manos. Y habría sido capaz. Gritaba que era emperador. Que dentro de un año sería caballero de la reina. Luego se puso a echarle la culpa a Pichí por no haber controlado a su ejército. Se sentó en una roca y le llamó. Todo lo que se le vino a la boca y a Pichí no le importó.

[00:45:35]

Sólo quería llegar a Başkanı. Caminaron el día entero y por la noche Dra. Bott no paró de dar vueltas por la nieve, murmurando para sí.

[00:45:45]

A la mañana siguiente nos encontramos en un lugar hostil. Cuestas arriba, cuestas abajo. Ni una pulgada de suelo llano y nada que comer. Seis de başkanı nos miraban abilify hacia mí con ojos de hambre, como si quisieran preguntarnos algo, pero no articularon palabra. A mediodía llegamos a lo alto de una meseta totalmente cubierta de nieve y en cuanto pusimos allí el pie. Sorpresa! Había un ejército en posición de ataque en pleno centro. Los mensajeros han sido muy rápidos.

[00:46:20]

Dice Verifiques con una risotada. Nos están esperando. Comenzaron a disparar tres o cuatro hombres y una bala perdida alcanzó a Darabont en una pantorrilla. Eso le hizo reaccionar. Miró al ejército apostado en medio del suelo nevado y vio los fusiles que ellos mismos habían introducido en el país. Entonces se dio cuenta de que no había nada que hacer y les dijo a Billy Fish y a Pichí que le dieran la mano y se fueran. Que tal vez no les matarían.

[00:46:53]

Vuélvete tú.

[00:46:55]

Le contesto. O vete al infierno, Dan. Yo estoy contigo en esta empresa. Vete tú. Billy Fish. Nosotros dos hablaremos con esta gente. Yo soy el jefe, dice Abilify con calma. Yo me quedo con vosotros. Se irán mis hombres, los devas Kai. No se lo hicieron repetir. Salieron corriendo mientras Danny y yo, junto a Billy, emprendimos camino hacia donde sonaban los tambores y los cuernos. Hacía un frío de mil demonios. Desde entonces tengo el frío metido dentro.

[00:47:30]

Se me ha quedado aquí, alojado en la nuca. Peachy se queda de pronto en silencio. Está tiritando en el despacho. Arden dos lámparas de queroseno.

[00:47:45]

La gran paradoja de Kipling es que su India tiene mucho más que ver con lazarillos y quijotes que con el brillo de las condecoraciones en la pechera de un virrey. Tiene más que ver con la busca que con la gloria. Hay en el Kipling indio una cierta gracia del lumpen vivido como un mundo sin pecado original, con algo del encoger de hombros dickensiano. Sus personajes quedan deslumbrados al pensar en lugares donde el oro abunda sobre las rocas, como el sebo en las chuletas de carnero.

[00:48:15]

Y si huyen del alcohol y las mujeres es sencillamente porque nada les gusta más. Pero el imperio, en su grandeza, no es más que el decorado de sus sueños y disparates. Lo que cuenta en Kipling es la inocencia, sin la que es imposible la aventura. Y eso debe de ser lo que nos atrae en él, porque todos hemos suspirado alguna vez por ser reyes de nuestro cacerías tan particular para volver a aterrizar resignados sobre nuestra mera condición de hombres.

[00:48:43]

El hombre le pregunta qué pasó después? Y entonces Pichí continúa con su relato. Le cuenta que se los llevaron sin que se oyera un susurro por la nieve. No se oyó nada, ni siquiera cuando el rey derribó al primer hombre que le puso las manos encima. Ni siquiera cuando el viejo Pichí disparó el último cartucho sobre la turba Abilify Fish. Le cortaron el cuello allí mismo le degollaron como a un cerdo. El rey pateó la nieve ensangrentada y dijo que para este viaje no necesitaban alforjas.

[00:49:18]

Le hicieron recorrer una milla por la nieve hasta llegar a un puente de cuerda sobre un barranco con un río al fondo. Quizá los haya visto. Le usaron como a un toro y dijo el rey Maldito sea vuestros ojos! Acaso crees que no sé morir como un caballero? Se volvió entonces hacia Pichí, que estaba llorando como un niño, y le dijo. Yo te traje aquí Pichi, yo te saqué de la vida feliz que llevabas y te traje a morir.

[00:49:50]

Café listÃn donde fuiste el último comandante en jefe de las fuerzas del Emperador. Perdóname pH. Y Pitching le dijo te perdono libremente, te perdono, Adán, dame la mano, Peche, ya me voy. Y se fue. Tal como dijo, sin mirar ni a un lado ni a otro. Y cuando estaba a medio camino sobre estos puentes de cuerda que bailan como si estuvieran borrachos, gritó cortando zarrapastrosos. Los cortaron y Dan cayó dando vueltas y vueltas y vueltas.

[00:50:29]

Al menos 20000 millas, pues tardó media hora en golpear las aguas. Yo veía su cuerpo chocar contra las rocas y quedarse atrapado en una de ellas con la corona. A Pichi le crucificaron entre dos pinos, con unos clavos de madera, le clavaron por las manos y los pies. Pero no murió. Se quedó allí colgado, gritando y al día siguiente le bajaron y dijeron que era un milagro que no hubiera muerto. Peachy comienza a balancearse hacia adelante y hacia atrás.

[00:51:02]

SOLLOZA amargamente y se frota los ojos con el dorso de las manos llenas de cicatrices. Gime como un niño. Pichí tardó en llegar casi un año mendigando por los caminos, pero asalvo, pues Daniel Darabont caminaba anteel la mano de Dan. Nunca dejó de cubrirle y el nunca soltó la cabeza de Dan. Se la dieron cuando le llevaron al templo como si fuera un presente. Se la dieron para recordarle que no debía volver por allí. Y aunque la corona era de oro puro y Peachy estaba muerto de hambre.

[00:51:39]

Nunca trató de venderla.

[00:51:42]

Revolvió entre el montón de jirones que llevaba enrollados de la cintura y sacó una bolsa negra de pelo de caballo bordada con hilo de plata y la sacudió sobre mi escritorio. Y de allí salió. La cabeza se calla gustada de Daniel Bott, el sol de la mañana, que llevaba ya un rato haciendo palidecer la luz de los quinqués, chocó contra la barba roja y los ojos hundidos, ciegos. Golpeó también el aro de oro macizo con turquesas en gastadas que pichí carne.

[00:52:13]

Colocó con suavidad sobre las sienes destrozadas. Peachy sale tambaleándose del despacho aquel día, a mediodía, nuestro hombre le ve cantando un himno en la calle con voz temblorosa. Le llevaba a la misión más cercana para que gestionen su traslado al manicomio. Cantando le deja en la misión. Dos días después pregunta al director del manicomio cómo se encuentra. Le ingresamos con un cuadro de insolación. Murió a primera hora de la mañana de ayer, me dijo el director.

[00:52:48]

Es cierto que pasó media hora al sol de mediodía sin cubrirse la cabeza? Sí respondí. Pero sabe usted por casualidad si llevaba algo encima cuando murió? No me consta, respondió el director.

[00:53:05]

Y ahí termina esta historia. Y así les hemos contado el hombre que llegó a ser rey de Reyes Arqué plen. Hemos seguido la magnífica edición que acaba de publicar la editorial Forth Sola, con una nueva traducción de Amelia Pérez de Villar. Prólogo de Eduardo Martínez de Pisón y epílogo de Ignacio Peiró, de los que hemos citado algún fragmento. La semana que viene nos volvemos a encontrar con Lolita de Nabokov. Gracias por estar ahí. Y gracias por leer un libro.

[00:53:46]

Una hora en la Cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Eugenio Barona y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo.