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Hoy en día cualquiera puede hacer un podcast, pero no cualquier podcast. Elemental, querido Watson, ya está aquí ser podcast, toda la calidad y la experiencia del líder de la radio. Ahora en versión Take Away, bienvenidos a la Liga de los Podcast Extraordinarios. Encuéntranos en la nueva app de la cadena Ser en ser podcast puntocom o en tu plataforma favorita Ser Podcast donde nacen, crecen y se reproducen los podcast más escuchados.

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Cadena Ser La Radio. De ser podcast. Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Hola, soy Antonio Martínez Asensio. Estás escuchando el podcast de un libro? Una hora en el episodio de hoy te vamos a contar la plaza del Diamante de Mercé Ruidera. Mercé Rudra nació en 1908 en Barcelona y murió en Girona en 1983. Ha sido una de las escritoras catalanas más importantes de todos los tiempos. Identifico desde muy joven la esclavizante situación femenina que implicaba vivir del sustento de un marido.

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En los años 30 inicia su labor literaria, trabaja la literatura infantil y juvenil y el cuento para adultos y culmina su primera etapa literaria con la novela Aloma, que reescribió casi en su totalidad. En 1969, el exilio hace que Mersa Ruidera guarde un silencio de más de veinte años. Vive en Burdeos y en París, y en 1954 se traslada a vivir a Ginebra, trabajando como traductora de la UNESCO. No vuelve a España hasta 1979. Es la autora de 22 contex El carrer de las Camelias.

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La nueva Cristina y altres contes mirai tran cat o jardi boral mar. En 1980 recibe el Premio de Honor de les Lletres Catalanes. En 1962 se publica la Plaza del Diamante, de la que Gabriel García Márquez dijo que era la más bella novela que se ha publicado en España desde la Guerra Civil. Es una novela mágica, hermosa y a la vez terrible, que cuenta como pocas. La historia de una mujer que no es dueña de su destino y su liberación.

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Vamos allá. La Julieta vino expresamente a la pastelería para decirme que antes de rifar el ramo referian cafeteras, que ella ya las había visto preciosas, blancas, con una naranja pintada cortada por la mitad, enseñando los gajos.

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Pero Natalia no tiene ganas de ir a bailar porque se ha pasado el día despachando dulces de pie. Pero Julieta la obliga y cuando llegan a la plaza ya están tocando los músicos. Todo adornado con flores y cadenitas de papel de todos los colores. Natalia va de blanco, de pies a cabeza. La finta de la goma de las enaguas le aprieta y ella, a su vez, de vez en cuando, respira hondo para engancharlo. Mi madre muerta hace años sin poder aconsejarme y mi padre casado con otra.

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Mi padre casado con otra y yo sin madre, que sólo había vivido para cuidarme. Y mi padre casado. Y yo jovencita y sola en la plaza del Diamante, esperando a que rifas en cafeteras y la Julieta gritando para que la voz pasase por encima de la música. No te sientes que te rogarás?

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Y delante de los ojos, las bombillas vestidas de flor y las cadenitas pegadas con engrudo y todo el mundo contento? Y mientras estaba en Babia, una voz que me dice al oído. Bailamos? Natalia contesta que no sabe bailar, pero el muchacho le dice que la enseñara.

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Ella piensa en su novio, pero que en aquellos momentos estará encerrado en el sótano del Colón, cocinando con delantal blanco. Y dice que qué pasará si su novio se entera y el muchacho se pone más cerca y le pregunta riendo si ya tiene novio. Siendo tan jovencita. Y cuando sonríe, los labios se le estiran y se le ven todos los dientes.

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Tiene ojitos de mono. De pronto el muchacho se vuelve de espaldas y se pone de puntillas y empieza a preguntar a gritos por su americana y se pone a llamar a gritos a un tal Synthroid.

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Me encontré yendo arriba y abajo y como si viniese de lejos, estando tan cerca, oí la voz de aquel muchacho que me decía Ve usted como si sabe bailar? Y sentía un olor de sudor fuerte y un olor de agua de colonia evaporada. Y los ojos de mono brillando al ras de los míos y a cada lado de la cara, la medallita de la oreja, la cinta de goma clavada en la cintura y mi madre muerta y sin poder aconsejarme porque le dije aquel muchacho que mi novio hacía de cocinero en el Colón y se rió y me dijo que le compadecía mucho, porque dentro de un año yo sería su señora y su reina y que bailaría mos el ramo en la plaza del Diamante.

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Mi reina dijo ella le dice que tiene ojos de mono y él no para de reír. Y la cinta en la cintura, que parece un cuchillo. Los músicos tocando y la Julieta que no aparece por ninguna parte y todo girando. Los músicos cansados dejan las cosas dentro de las fundas, pero luego las vuelven a sacar porque un vecino paga un vals para todo el mundo. Cuando el vals se acaba, la gente empieza a salir.

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Yo dije que había perdido a la Julieta y el muchacho dijo que él había perdido al Syntek y dijo Cuando estemos solos y todo el mundo esté metido dentro de sus casas y las calles vacías, usted y yo bailaremos un vals de puntas en la Plaza del Diamante. Gira que gira Colometa. Lo miré muy incomodado y le dije que me llamaba Natalia y cuando le dije que me llamaba Natalia, volvió a reírse y dijo que yo sólo podía tener un nombre Colometa.

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Entonces echa a correr y él corre detrás de ella diciéndole que no se asuste, que no puede ir sola por las calles, que la robaran y la coge del brazo y la para. Natalia vuelve a echar a correr. Salen a la calle Mayor y de pronto la presilla de hilo se rompe y ahí se quedan las enaguas. Natalia salta por encima de ellas y vuelve a correr como si le persiguieran todos los demonios del infierno.

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Valiéndose de la técnica del monólogo interior, Mercè Rodoreda consigue transmitir al lector los sentimientos más profundos de la protagonista a través de un estilo simple y una mirada inocente y sincera a lo largo del texto, plagado de símbolos y metáforas visuales. El lector consigue descubrir la resignación, el crecimiento y la lucha de una mujer frente a la realidad trágica que le ha tocado vivir, así como ser testigo de los convencionalismos de una época que dejaba a la mujer apartada y en un segundo plano, la Plaza del Diamante.

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Es un relato febril y ágil, arrollador por momentos. Un relato verosímil y vibrante en una voz más anónima y dormida, pero seguramente más real que todas las que suelen contarnos.

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Aquella época empieza a quedar con Quimet y él siempre lo primero que le pregunta es ella reñido con Albert. Una tarde quedan en el Parque Güell y justo ese día que sigue reñido con él, no sólo Brunt. Colometa tiene una pena dentro, como si hubiese hecho una mala acción. El Quimet empieza a alabar al señor Gadi y Colometa dice que demasiadas ondas y demasiados picos. Él le da un golpe en la rodilla con el canto de la mano y le dice que si quiere ser su mujer tiene que parecerle bien todo lo que a él le parezca bien.

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Le da un sermón sobre el hombre y la mujer y los derechos del uno y los derechos de la otra. Y luego dice que hará un armario que servirá para. Los dos con dos cuerpos con madera de allá y que cuando tenga el piso amueblado para la cunita del nene. Y entonces la besa por primera vez. Dijo que me presentaría a su madre, que ya le había hablado de mí y que su madre tenía muchas ganas de ver cómo era la novia que su hijo había escogido.

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Fuimos un domingo. Vivía sola. Quimet estaba de pensión para no darle trabajo y decía que así eran más amigos porque juntos no se llevaban bien. Y su madre vivía en una casita hacia los periodistas y desde la galería se veía el mar y la niebla que a veces lo tapaba. Era una señora menuda, como una ardilla, peinada de peluquería, con muchas sombras. Tenía la casa llena de lazos. Tíbet le dice que se va a comprar una moto para recorrer todo el país.

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Cuando estén casados ella nunca ha montado en moto. Entran en el Monumental hacer el vermut y a comer pulpitos y ahí se encuentran consistent. Y Syntek les dice que hay un piso en la calle de La Perla. Bastante bien de precio, pero abandonado. Y que las reparaciones son a cuenta de los inquilinos. El piso está debajo de la azotea y sería toda para ellos. Y eso les gusta mucho. Deciden ir todos juntos a verlo. Quimet le pregunta si sabe de alguna moto de segunda mano a Syntek.

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Hablan como si ella no estuviera allí.

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La señora Enriqueta, que vive de vender castañas y boniatos en invierno y cacahuetes y chufas por las fiestas mayores en verano y que siempre da buenos consejos a Colometa, le dice que hace bien en casarse joven, que necesita un marido y un techo. La señora Enriqueta salta con BocaDePez y una nariz de cucurucho. Acompaña a Colometa a comprar la tela para hacerse la ropa de novia y se pone muy contenta cuando le cuenta que a lo mejor se quedan con un piso que está cerca.

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El piso estaba abandonado, la cocina olía a cucarachas y encontré un nido de huevos alargados de color de caramelo. Y el Quimet me dijo Busca quetodavía encontrarás. Más El papel del comedor era un papel con rayitas que hacían aros. El Quimet dijo que quería un papel verde manzana y papel de color de nada en la habitación del niño con una cenefa de payasos y una cocina nueva. Le dijo al Syntek que avisase al Matei, que le dijese que quería verle.

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El domingo por la tarde fuimos todos al piso. Enseguida se ponen todos manos a la obra. A veces el Quimet desaparece y se dice que cuando uno tiene ganas de hacer alguna cosa se escurre como una anguila. Cuando vuelve, dice que se encontró un cliente. Suben a la azotea, corre mucho el aire y se ven muchas azoteas, pero no se ve la calle a media semana. Colometa se pelea con Quimet porque le ha cogido manía el pastelero diciendo que le mira el culo a Colometa.

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Estado dos o tres días sin aparecer y cuando vuelve le dice que la ha visto por la calle paseando con el perro. No es verdad, pero él jura que sí y para que se calle Colometa termina prometiéndole que no saldrá más con Helper y Quimet se pone como un demonio diciendo que ya está harto de mentiras. Poco después terminan la cocina la víspera del Domingo de Ramos. Van a la bendición y luego a comer a casa de la madre de Quimet y el domingo siguiente a casa del padre de Colometa.

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Cada domingo van al Monumental a hacer el vermut y a comer pulpitos. Quimet dice que tienen que pagar el alquiler del piso a medias como si fuesen dos amigos.

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Todo lo que me llevé de mi casa fue la cama de latón, que era lo único que tenía. Syntek nos regaló la lámpara del comedor de hierro con unos flecos de seda de color de fresa y que se colgaba del techo con tres cadenas de hierro unidas con una flor de hierro de tres hojas. Fui vestida de blanco, con falda larga, que me iba de oscura. También vino El aprendiz y la familia de Syntek. Tres hermanas y dos hermanos casados que vinieron con sus mujeres.

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Mi padre también vino para llevarme al altar y la madre de Quimet, con un vestido de seda negro que cuando se movía, crujía por todas partes. Y la Julietta con un vestido de encaje de color ceniza con un lazo rosa. Todos juntos hacíamos un buen grupo mientras los invitados toman el vermut.

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Quimet y Colometa se van a retratar. Comen y luego ponen discos y todos bailan. Colometa baila con todos, con su padre, con Mateix, que baila muy bien.

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Calumet está feliz. Le gustaría que fuera el día antes para volver a empezar.

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Quimet se compró una moto con lo que gana restaurando unos muebles. Iban por las carreteras como centellas, alborotando a las gallinas de los pueblos y asustando a las personas en las curvas. Se ponen casi tumbados. Siempre van a comer a casa de la madre de Quimet y ella siempre les pregunta si no hay novedad por la noche.

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Cuando me desnudaba ya se sabía. Hoy, como es domingo, haremos un niño. A la mañana siguiente se levantaba como un torbellino, tirando las sábanas por el aire, sin fijarse en que me dejaba destapada de pie en la galería. Respiraba fuerte, se lavaba con mucho ruido y se presentaba en el comedor cantando. Se sentaba a la mesa y enroscaba las piernas a las patas de la silla. Yo todavía no había visto su tienda y un día me dijo que fuese a la tienda.

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Tiene una cristalera despintada con los cristales llenos de polvo y desde dentro no se ve lo de fuera. Tiene un aprendiz que se llama André Huet, Quimet. Se hace una silla medio mecedora, medio butaca mallorquina. Dice que es en la que sólo se puede sentar él. Los domingos ya no salen porque llueve y pasan la tarde en la cama.

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Mientras comíamos avisaba Hoy haremos un niño. Y me hacía ver las estrellas. Ya hacía tiempo que la señora Enriqueta me dejaba adivinar que le gustaría mucho que le contase mi noche de bodas. Pero yo no me atrevía porque no hicimos noche de bodas. Hicimos semana de bodas, Colometa.

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Siempre he tenido miedo porque de pequeña había oído decir que te partían. Y siempre ha tenido mucho miedo de morir partida. Y siempre he creído que si no te han partido bien, la comadrona te acaba de partir con un cuchillo o con un cristal de botella y ya te quedas así para siempre, abierta o cosida. Y por eso las casadas se cansan antes, cuando tienen que estar un rato de pie. Quimet se ríe cuando se lo cuenta y le dice que sí, que había habido un caso.

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El caso de la reina Bustamante, que su marido, para no tener que molestarse, la hizo abrir por un caballo y de resultas se murió.

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Por eso no le podía contar mi noche de bodas a la señora Enriqueta, porque el día que nos casamos, cuando llegamos al piso, el Quimet me hizo ir a buscar provisiones. Echó la barra de la puerta e hizo durar la noche de bodas una semana.

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Pero lo que sí le conté a la señora Enriqueta fue el caso de la reina Bustamante y dijo que sí, que era horroroso, pero que todavía era más horroroso lo que le hacía ella a su marido, al que ya hacía años que regaba la lluvia y que las malvas le florecían encima, que la ataba a la cama como crucificada, porque ella siempre quería escaparse en las ficciones de Rodoreda.

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Siempre hay una figura femenina que contempla el mundo que la rodea. Para la crítica europea, la muerte de la madre de Natalia se convierte en el eje central de la novela y enlaza la muerte de la madre de Natalia con la imposibilidad de Natalia de relacionarse con el sexo contrario. Desde el principio de la narración aflora el tema de la soledad. De la misma manera que a la madre de Natalia se la asocia con unión, creando una imagen positiva. Al padre se le asocia con ruptura, creando el efecto contrario.

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La señora Enriqueta hará de madre de Natalia.

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Una noche, al volver a casa, se dan cuenta de que se han dejado la llave dentro. Vale el taller y con una barrena el Quimet hace un agujero en la puerta por encima de la cerradura y luego con un gancho, con un alambre, pesca la cuerda que abre la puerta y al día siguiente tapa el agujero con un pedazo de corcho. Cuando llega la fiesta mayor, aunque el Quimet había dicho que bailarían en la Plaza del Diamante y que bailarían el ramo, la pasan encerrados en casa porque el Quimet está enfadado y el mal humor lo pagaba Colometa.

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Poco después, el Quimet empieza a quejarse de la pierna. Dice que le duele por dentro, como si tuviese un fuego en el tuétano del hueso y durante todo el invierno se queja. Un día, en la Rambla de las Flores, en medio de un torbellino de olores y de colores Colometa, hay una voz detrás de ella que dice Natalia, pero no cree que sea ella, porque allá ya nadie la llama así.

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Es su primer novio, el Pérez. Se dan la mano y el labio debajo de él. Le tiembla un poco. Me dijo que se había quedado solo en el mundo. Hasta entonces no me había dado cuenta de que llevaba una franja negra en el brazo y me miró como uno que se estuviese ahogando entre la gente, entre las flores, entre tantas tiendas. Me dijo que un día había encontrado a la Julieta y que la Julieta le había dicho que yo me había casado y que en cuanto se lo dijo pensó que me deseaba mucha suerte.

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Bajé la cabeza porque no sabía qué hacer ni qué decir y pensé que tenía que estrujar la tristeza, hacerla pequeña enseguida para que no me vuelva, para que no esté ni un minuto más corriéndome por las venas y rondándome. Hacer con ella una pelota, una bolita, un perdigón, tragármelo.

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Al fin Colometa se queda embarazada. Su padre dice que lo mismo si es varón que hembra, su apellido está acabado. La señora Enriqueta le dice que si tiene antojos no se toque y si se toca, que sea el trasero en el verano. La comadrona dice que le conviene mucho aire libre y baños de mar. Así que cogen, la boto y se van a la playa. Colometa mira las olas y el mar, a veces gris, a veces verde y casi siempre azul.

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Le quita los pensamientos. La deja vacía. La madre de Quimet le regala corpiños y un domingo le enseña una cosa muy rara, como una raíz muy seca, toda apelotonados, es una rosa de Jericó y dice que cuando llegue el momento la pondrá en agua y cuando se abra dentro del agua también se abrirá la Colometa. Si el primer grito me ensordecido, nunca hubiera creído que mi voz pudiera ser tan alta y durar tanto y que todo aquel sufrirse me saliesen gritos por la boca y en criatura por abajo.

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El Quimet iba pasillo arriba y pasillo abajo, rezando un padrenuestro tras otro, y una vez que la comadrona salió a buscar agua caliente, les dijo Y tenía la cara amarilla y verde, que la culpa era de él por no haber sabido parar a tiempo.

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La comadrona pasa una toalla por entre las columnas de la cama y le hace coger a Colometa de cada punta para que pueda hacer más fuerza. Y cuando todo está a punto de acabar, se rompe la columna de la cama y una voz dice que ha estado a punto de ahogarlo. Colometa no puede criar porque tiene un pecho pequeño y liso y el otro lleno de leche. El niño pesa al nacer cerca de cuatro kilos, pero al cabo de un mes de haber nacido sólo pesa dos y medio.

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El Quimet dice que se derrite. El niño llora por las noches y el Quimet acaba perdiendo la paciencia y dice que aquella vida es una vida que no se puede vivir. Pero muy poco a poco el niño empieza a chupar el biberón y todo parece tranquilizarse y volver a la normalidad. El niño se llama Anthony. Muchas tardes Colometa se va a mirar las muñecas con el niño en brazos.

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Me acuerdo de la paloma y del embudo porque el Quimet compró el embudo antes de haber venido la paloma a la paloma la vi una mañana cuando abría los postigos del comedor. Tenía una. La herida estaba medio mortecina y había dejado gotas de sangre por el suelo. Era jovencita. La curé y me dijo que la guardaríamos, que le haría una jaula en la galería para que pudiéramos verla desde el comedor. Pero al final lo que decide hacer es un palomar en la azotea y dice que el padre de su aprendiz que cría palomas les venderá una prueba para ver si empareja con la de ellos hasta la tercera paloma.

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Nos emparejan, pero no tienen crías. La señora Enriqueta les aconseja que le pongan ortigas. El palomar lo termina pintando Colometa y al fin suben las palomas.

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Con un aleteo echaron a volar. El uno fue a parar al lado del bebedero y el otro al lado del comedero. Y la hembra, como una señora de luto, meneó la cabeza y las plumas del cuello como si se ahueca s y el macho se acercó, abrió la cola y venga a hacer la rueda, dale que dale y venga a follarse. Y el Quimet fue el primero que habló porque todos callábamos y dijo que las palomas eran felices. Al cabo de una semana el Quimet trae otra pareja de palomas muy raras, con una especie de capuchón que les deja sin cuello y dice que son palomas, monjas y al cabo de quince días viene con otra pareja de palomas con cola de pavo real muy presumidas y todo va con pequeños quebraderos de cabeza.

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Hasta que llega la República y el Quimet se entusiasma y anda por las calles gritando y haciendo ondear una bandera que Colometa no sabe dónde ha sacado. Todavía me acuerdo de aquel aire fresco, un aire cada vez que me acuerdo que no lo he podido sentir nunca más, mezclado con olor de hoja tierna y con olor de capullo. Un aire que se marchó y todos los que después vinieron no fueron como el aire aquel de aquel día que hizo un tajo en mi vida.

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Porque fue en abril y con flores cerradas cuando mis quebraderos de cabeza pequeños se volvieron quebraderos de cabeza grandes. El Syntek cuenta que los Reyes se han marchado, que el Rey dormía cada noche con tres artistas. El Syntek y el Matei van a menudo a casa de Colometa. El Matheus cada día más enamorado de la Griselda. Siempre acaban hablando de la República, de las palomas y de las crías. El Syntek dice que las palomas tienen que volar, que no están hechas para vivir entre rejas, sino para vivir entre el azul.

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Y les abre la puerta del palomar de par en par. Y el Quimet, con las manos en la cabeza, se queda de piedra. Pero las palomas vuelan solo por encima del tejado y luego se meten en el palomar como viejas en misa. El Quimet dijo que el niño necesitaba aire y carretera. Menos azotea y menos balcón, ni menos jardincito de la abuela. Hizo una especie de cuna de madera y la ató a la moto. Cogí al niño como si fuera un paquete porque sólo tenía meses y lo ataba a la cuna y se llevaba un biberón.

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Cuando les veía irse, siempre pensaba que no iba a volver a verles. La señora Enriqueta me decía que el Quimet era poco expresivo, pero que estaba como loco con el chiquillo.

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Un año y medio después de haber tenido al niño, Colometa vuelve a quedarse embarazada. Tiene un embarazo muy malo. Esta vez tiene una niña y le pone Rita. El Antoni coge celos de la niña y tienen que vigilarle mucho. Un día, Kurumada le encuentra encaramado en un taburete al lado de la cuna, metiendo una peonza en la garganta de la niña. Le pega por primera vez y al cabo de tres horas todavía el niño llora y la niña también.

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Los dos llenos de mocos y de porquería. El niño aprende a hacer el cojo porque oía al Quimet quejarse de la pierna. El Quimet tiene a veces como una especie de náusea y una mañana, cuando Colometa está deshaciendo la cama, encuentra una especie de cinta como si fuera una tripa con los bordes ondulados. Quimet tiene la solitaria. Le dan una medicina para que eche al gusano entero y cuando lo hace lo meten en un bote de mermelada de cristal que ponen encima de un armario.

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Y una tarde el Antoni se lo echa por encima a su hermana.

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Para Nathalia, tanto el matrimonio como la maternidad son actos dolorosos impuestos por parte de Quimet, el cual le hace ver las estrellas a Natalia cuando éste le avisa que después de comer van a hacer un niño. Las metáforas maternales se suceden a lo largo de la novela. Natalia se siente hinchada y no disfruta de la experiencia dentro de la sociedad patriarcal. El hecho de que Natalia no pueda criar se ve como una tara. Natalia es una madre incompleta al no tener leche para su cría, creando un proceso de desvinculación entre madre e hijo.

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Esta desvinculación llega al extremo cuando el niño Antoni no quiere el biberón ni nada y está a punto de morir.

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El trabajo iba mal. El Quimet decía que el trabajo le volvía la espalda, pero que al final se arreglaría, que la gente andaba muy alterada y no pensaba en restaurar sus muebles o en hacerse otros nuevos que los ricos se hacían los enfadados con la República. Y mis niños? Yo no sé porque ya se sabe que una madre siempre exagera. Pero eran las flores. Colometa se busca un trabajo de interna por las mañanas en una casa con jardín donde viven cuatro de familia, el matrimonio de los suegros y el matrimonio de los jóvenes.

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Le dan diez reales al día. Quimet le dice que si quiere ponerse a trabajar es cosa suya, que él va a tratar de hacer marchar la cría de palomas y que vendiendo palomas se harán ricos. La señora Enriqueta se ofrece para quedarse con los niños después del primer día de trabajo. La Colometa se va corriendo a casa y cuando cruza la calle Mayor por poco se mete debajo de un tranvía. Los niños no han hecho nada malo. La Rita está dormida en el suelo y el niño, en cuanto a la vez, se pone a lloriquear.

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Al final termina dejándoles solos en el piso, porque siempre que lo ha hecho se han portado bien. Hasta que un día, al volver, escucha un alboroto de alas. El niño está de pie en la galería, de espaldas a la luz, y pasa un brazo por el hombro de la Rita. Están muy quietos. Han cogido la costumbre de jugar con arvejas. Cada uno tiene su cajita llena de arvejas y hacen dibujos por el suelo con las arvejas, caminos y flores y estrellas.

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Ya tienen diez parejas de palomas. Un mediodía, el Quimet va a buscarla a la casa donde trabaja.

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Me fui con el Quimet y de paso, por encargo de la señora, dejé una lista en la tienda. Cuando salí, el Quimet, que se había quedado en la calle, me dijo que si era tonta, que las arvejas de aquel tendero eran las mejores que había visto en su vida, que ya se había fijado cuando éramos novios y me hizo volver adentro a comprar 5 kilos de arvejas. El mismo tendero me las pesó. Era un chico como el Pére, el cocinero alto, con el pelo bien peinado y la cara un poco picada de viruelas.

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No mucha. Mi señora siempre decía que hacía buenos precios y que era un tendero honrado que siempre daba el peso y era de pocas palabras. Colometa cada día está más cansada. Muchas veces, cuando entra en el piso, encuentra a los niños dormidos. Ha puesto una manta en el suelo del comedor y se los encuentra juntitos y dormidos como ángeles. Un día corre más y no se pare en ningún sitio y llega un poquito antes a casa. Al abrir la puerta del piso ve la galería llena de palomas en el pasillo y los niños no están en ninguna parte.

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El balcón está abierto de par en par. Los niños están en el cuarto oscuro. La Rita sentada en el suelo con una paloma en la falda y el niño con tres palomas delante dándole arvejas.

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Se ve que ya hacía tiempo que por las mañanas las palomas eran las amas del piso. Cuando yo estaba afuera, entraban por la galería. Corrían por el pasillo, salían por el balcón de la calle y volvían al palomar dando la vuelta. Y así era como mis hijos habían aprendido a estar quietos para no espantar a las palomas y poder tener su compañía. El Quimet lo encontró muy divertido y dijo que el palomar era el corazón de donde sale la sangre que da vueltas por el cuerpo y vuelve al corazón.

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Y que las palomas salían del palomar que era el corazón. Daban vueltas por el piso que era el cuerpo, y volvían al palomar que era el corazón. El Quimet dice que ya que las palomas están acostumbradas al piso, pondrá comederos en la habitación pequeña que hay justo debajo de la buhardilla de la azotea. Sólo hace falta abrir un agujero en el techo, una trampilla y poner una escalera de listones desde el suelo hasta el techo. Y las palomas tendrán el camino más corto para ir y venir del piso al palomar.

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Y las palomas encerradas a oscuras ponen huevos y los incuban y salen pichones. Sólo oía Cebreros de palomas. Me mataba limpiando porquería de palomas. Todo. Yo olía a palomas, palomas en la azotea, palomas en el piso. Soñaba con ellas. La chica de las palomas. Haremos una fuente, decía el Syntek con la kulo meta arriba, con una paloma en la mano. Cuando iba por la calle a trabajar a casa de mis señores, el zurdo de las palomas me perseguía y se me metía por el cerebro como un moscardón.

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Un día la madre del Quimet muere. Les avisa una vecina por la madrugada en el dormitorio de la muerta y tres vecinas ya la han vestido a los pies de la cama. Hay una corona muy grande de hojas verdes, sin ninguna flor. Está encima de la colcha de las rosas rojas, como una figura de cera descalza. Le han juntado los pies con un imperdible muy grande. De media a media, una vecina le dice a Quimet que su madre era una persona muy querida, siempre dispuesta a hacer un favor, y le dice que le quería mucho a él y a sus niños, pero que la ilusión de su vida habría sido tener una niña.

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Ni el sin techo ni el Quimet paraban de hablar de los escamosas y de que tendrían que volver a hacer de soldados y de todo lo que hiciese falta. Yo les dije que bueno, qué muy bien que hacer de escamotea estaba bien, pero que ellos ya habían hecho de soldados. Y le dije a Syntek que me dejase al Quimet tranquilo y que no me lo encariñarse con eso de los esquà MOTS, porque bastantes quebraderos de cabeza teníamos ya el Sintieses estuvo ocho días sin mirarme a la cara.

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Los Desca MOTS son un grupo paramilitar creado por el partido Estat Catalá durante la dictadura de Primo de Rivera, que una vez proclamada la Segunda República, fue encuadrado en la llamada Guardia Cívica.

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La Colometa está cansada, se mata trabajando y tiene la sensación de que todo va para atrás. El Quimet no ve que lo que ella necesita es un poco de ayuda. Una tarde, cuando los niños están echando la siesta, llaman a la puerta. Es el matei. Y en cuanto le ve la Colometa se da cuenta de que hay algo que no marcha bien. Se sienta en el comedor y empiezan a hablar de las palomas. Colometa le dice que los niños y las palomas son como una familia, pero se da cuenta de que el Mateus no la escucha y al final le cuenta que hace una semana que no ve a su niña porque la Griselda se ha colocado de mecanógrafa y se ha llevado a la niña a casa de sus padres y le pide perdón por contarle sus penas, pero que siente que ella es como su hermana y entonces se pone a llorar y Colometa se asusta.

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Es la primera vez que ve llorar a un hombre tan grande. Cuando me quedé sola sentí una cosa muy rara por dentro. Una pena mezclada con un bienestar que seguramente no había sentido nunca por la noche. En lugar de pensar en las palomas y en mi cansancio, que a veces no me dejaba dormir, pensaba en los ojos de Mateo con aquel color de mar. El color que tenía el mar cuando hacía sol y salía con Quimet a correr en la moto.

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Y sin darme cuenta pensaba en cosas que me parecía que entendía y que no acababa de entender. O aprendía cosas que empezaba a saber entonces. Al día siguiente, en casa de sus señores Colometa rompe un vaso y se lo hacen pagar. Cuando llega al piso cargada con las arvejas, cansada más no poder, le pega un par de cachetes al niño sin razón. Y el niño llora y la niña, cuando le ve llorar, también se pone a llorar.

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Y Colometa también se pone a llorar. Y LasPalmas, TurÃn. Y luego llega el Quimet y les encuentra con la cara chorreando lágrimas y dice que sólo le falta eso. Y coge a los niños de un tirón y los levanta por el aire diciendo que si no se acaban los llantos les tirará de cabeza a la calle y Colometa se traga la pena. Pero aquel día es cuando se dice que aquello se ha acabado, que se han acabado las palomas, que se han acabado las palomas, las arvejas, los bebederos, los ponedoras, el palomar y la escalera de palo.

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Todo a paseo y empieza a molestar a las palomas. Mientras en Pollán y al cabo de unos cuantos días, muchos ponedlos, están abandonados y los huevos solos en medio de su nido de esparto se pudren con el pollo dentro. Luego empieza a coger los huevos y a sacudirlos con rabia. Es una temporada de dormir desasosegado, que dura meses todo porque ya no puede más con las criaturas encerradas lavando platos en aquella casa sólo para meterse cucharadas llenas de comida en la boca.

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Y mientras yo armaba la gran revolución con las palomas, vino lo que vino, que parecía una cosa que tenía que ser muy breve. De momento nos quedamos sin gas. Quiero decir que no subí al piso y que en casa de mis señores no bajaba al sótano. El primer día ya tuvimos que hacer la comida en la galería, con un fogón de tierra gris sujeta con hierros negros y con carbón de encina que yo tuve que ir a buscar. Pobres piernas mías!

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El Quimet corre por las calles y Colometa piensa que cualquier día no le volverá a ver. Se viste con un mono azul y al cabo de unos cuantos días de humo y de iglesias echando llamas, se presenta con un cinturón con revólver y una escopeta de dos cañones colgada del hombro. Hace calor y la gente vive como a la nada. La tienda de abajo se queda vacía en pocos días y una señora dice que ya se veía venir hace tiempo y que estas cosas del pueblo en armas siempre pasan en el verano, que es cuando la sangre hierve más deprisa.

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Y un día dejan de traer leche. Al Quimet le veía muy poco y ya era mucho. Se venía a dormir a veces. Un día me dijo que la cosa se ponía negra y que tendría que ir al frente de Aragón y me dijo que habían podido salváramos en Yohan y que mosén Joan, con un traje de Matei y en un camión que les había conseguido el Syntek, había pasado la frontera.

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Toma, me dijo, y me dio dos monedas de oro y dijo que mosén Joan se las había dado para mí y para los niños, que las necesitaríamos más que porque a él, fuese donde fuese a parar, le ayudaría a Dios. No le dejaría morir hasta que no le llegase la hora. Quimet le pide que no deje a sus señores, que siempre la podrán sacar de un apuro y le cuenta que la Griselda se ha ido con uno muy importante y que no quiere volver a saber nada más del Matei.

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Se va al frente de Aragón y Colometa sigue viviendo como siempre, hasta que la echan de la casa donde trabaja porque se enteran de que su marido está en el tinglado y ellos no quieren tener problemas y que sin los ricos los pobres no pueden vivir. Le dicen. Y que todos esos automóviles con que se pasean los cerrajeros y los albañiles, los cocineros y los mozos de cuerda los tendrán que devolver con mucha sangre. A la hora de comer se presenta el Quimet con el Syntek, ha venido del frente para verla y llevarle comida.

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Se van enseguida y luego llega el Matei también con mono y fusil. Muy preocupado por la Griselda y por la niña, le cuenta que se va al frente y le pide que le dé algo de recuerdo porque es lo único que tiene del mundo. Y Colometa ve una cinta roja que está atada a un viejo ramito de boj y salada. Y antes de irse le coge la mano y le dice que el Quimet no sabe la suerte que tiene de tener una mujer como ella.

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Hay una gran simbología en las palomas. La única persona que se opone en repetidas ocasiones a tener palomas enjauladas es Syntek, llegando en una ocasión a dejarlas en libertad. Metáfora de las injusticias y premonición de la guerra civil. Con la construcción del palomar, Quimet va echando a Natalia de su territorio. La invasión de las palomas enerva a Natalia, que tomará la determinación de acabar con ellas al mismo tiempo que estalla la guerra civil. Este acto de rebelión contra Quimet es el más importante de la novela, especialmente por ser una rebelión silenciosa.

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Colometa tarda en volver a ver al Quimet y gracias a la señora Enriqueta, encuentra trabajo de limpiadora en el Ayuntamiento. El Quimet llega un domingo lleno de polvo y cargado de comida. Deja los paquetes encima de la mesa y el revólver y la escopeta. Dice que necesitan colchones y se lleva dos. Le cuenta que están muy bien atrincherados, que no les falta comida y que todo el mundo les ayuda y está con ellos y que mucha gente del campo se les une para engrosar las filas.

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Colometa le cuenta lo que ha pasado con los señores que ahora trabaja del Ayuntamiento y el Quimet dice que trabajar para los que dirigen la ciudad es más bueno que mal. Se va al amanecer, al cabo de tres días justos de haber seguido el Quimet, viene el Syntek con un mono nuevo, muy tieso y todo lleno de correajes cruzados por el pecho y por la espalda y con un gran cesto de naranjas. Todas las luces eran azules. Parecía el país de las hadas y era bonito en cuanto caía el día.

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Todo era de color azul. Habían pintado de azul los cristales de los faroles altos y los cristales de los faroles bajos y las ventanas de las casas oscuras. Sí, se veía un poco de luz. En seguida pitos. Y cuando bombardearon desde el mar, mi padre murió. No por culpa de las bombas del bombardeo, sino porque del miedo se le paró el corazón y allí se queda. Me costaba darme cuenta de que estaba muerto porque ya hacía tiempo que estaba medio muerto.

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Hace tiempo que no sabe nada del Quimet, ni del Syntek, ni del Matei, cuando un domingo se presenta el Quimet con siete milicianos cargado de comida y de miseria, sucio y desastrado, y todos los demás igual. El Quimet está tuberculoso, no quiere dar ni besos a los niños parado, pasarles los microbios. Está tres días en casa y no para de repetir que cuando acabe la guerra se meterá en casa como una carcoma dentro de la madera y que nadie volverá a sacarle de ahí.

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Me di cuenta de que tenía los ojos muy hundidos, como si los hubiesen empujado para acabarlos de meter adentro del tanque. Cuando se fue me abrazó muy fuerte y los niños se lo comieron a besos y le acompañaron hasta abajo de la escalera, yo también. Y cuando subíamos, cuando estuve en el rellano, entre el primer piso y el mío, me paré y pasé el dedo por los platillos de las balanzas de la pared. Y la niña me dijo que le dolía la cara porque la barba de su padre pinchaba.

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Colometa ha vuelto a ver a su amiga Giulietta vestida de miliciana. Un día le ofrece meter al niño en una colonia. A Colometa le cuesta tanto encontrar comida que le dice que sí.

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Tenía en casa dos bocas abiertas y no tenía nada con qué llenarlas. No se puede contar lo tristemente que lo pasábamos. Nos metíamos temprano en la cama para no acordarnos de que no teníamos cena. Los domingos no nos levantábamos para no tener tanta hambre y en un camión que hizo venir la Julieta. Se llevaron al niño a la colonia después de haberle convencido con buenas palabras, pero él se daba cuenta de que le engañaba. Colometa le dice que irá cada domingo.

[00:37:43]

Llegan allí, en el camión. Todos los niños llevan la cabeza afeitada, llena de bultos y sólo se les ven los ojos. Una profesora le dice a Colometa que a lo mejor a su niño aquello no le gustaría, que no le pareció un niño para aquella casa. Y es que Antoni es como una flor. Colometa dice que se queda y echa a andar hacia la puerta y entonces el niño se le echa encima como una fiera desesperada y llora a lágrima viva y grita que no le deje, que quiere estar en casa, que las colonias no le gustan, que no le deje, que no le deje.

[00:38:11]

Colometa tiene que hacer de tripas corazón y le aparta. Le dice que no exagere, que allí estará muy bien y que enseguida hará amigos si jugara con los otros niños.

[00:38:20]

Y él dice que ya los ha visto, que todos son malos y le pegaran y que no se quiere quedar. Entonces me acurruqué delante del niño y le expliqué muy claro que no podía ser, que no teníamos para comer. Que si se quedaba en casa nos moriríamos todos. Que estaría allí poco tiempo, el tiempo. Que las cosas tardas en ponerse mejor y que se pondrían mejor enseguida. Y él, con los ojos bajos y la boca apretada y las manos colgando.

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Y cuando ya creía que le había convencido y empezábamos a salir, volvió a las mismas. Arrancó hacia mí y agarrado a la falda. Y no me dejes, no me dejes que me moriré. Y todos me pegarán. Y yo que no se moriría y que no le pegarían. Y salimos a escape. Yo arrastrando a la niña y la Julieta delante y atravesamos aquella nube de niños pelados. Y antes de bajar la escalera me volví a mirar y la vi de pie al otro lado de la terraza, de la mano de la profesora, sin llorar y con cara de viejo.

[00:39:20]

La señora Enriqueta va a ver al niño cada domingo.

[00:39:23]

La Rita puede comer un poco más, pero los ojos se le ve que echa de menos al Antonio. Hasta que un día un miliciano llama a la puerta para decirle que el senté y el Quimet han muerto como unos hombres y le da todo lo que queda del Quimet. El reloj.

[00:39:41]

La Colometa sube a la azotea a respirar, se acerca a la barandilla que da a la calle y se queda allí quieta un rato. Por fin entendí lo que querían decir cuando decían que una persona era de corcho porque yo era de corcho, no porque fuese de corcho, sino porque me hice de corcho y el corazón de nieve. Tuve que hacerme de corcho para poder seguir adelante, porque si en vez de ser de corcho con el corazón de nieve hubiese sido como antes de carne, que cuando la pellizcas te duele, no hubiera podido pasar por un puente tan alto y tan largo.

[00:40:18]

Quiere pensar que el Quimet está en la guerra y que volverá con su dolor en la pierna y todo lleno de agujeros dentro de los pulmones. Por la noche se siente por dentro como una casa cuando vienen los hombres de la mudanza y lo sacan todo de su sitio.

[00:40:32]

Se pone de luto y anda por las calles sucias y tristes de día, oscuras y azules por la noche, toda de negro.

[00:40:41]

Cuando se acabó el tiempo que el niño tenía que estar allí, la Julieta fue a buscarle. Era otro niño. Me había hecho un cambio. Estaba hinchado. Ventrue, con los carrillos redondos y con dos huesos por piernas, quemado del sol, con la cabeza pelada, llena de costras y con un ganglio en el cuello. Ni me miró. Se fue enseguida al rincón de sus juguetes y los tocó con la punta del dedo. La Plaza del Diamante es un libro sobre la guerra civil y la posguerra.

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Pero a diferencia de otros que también tocan ese tema, acierta al hacerlo sin apenas mencionarlas, sin necesidad de entrar en ellas. Nos enteremos de lo que pasa sin que a Rodoreda le haga falta describir escenas ni perder el tiempo con detalles. Lo que importa no es lo que se libra a lo lejos, sino la manera en que impacta sobre Colometa, la forma estoica en que lo percibe y el mundo de imágenes poéticas que produce en ella todo ese fragor.

[00:41:41]

Es importante la visión femenina de una mujer corriente que nos da una perspectiva en la que la crudeza de la guerra va golpeando de forma terrible, sin necesidad de salir de su casa ni de su barrio.

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Aquel día, para cenar, comen entre los tres una sardina y un tomate enmohecido. Si hubiesen tenido gato no habría podido encontrar las espinas. Y duermen juntos y no se mueven de allí, aunque suenen las alarmas. El último invierno es el más triste. Antes de vender las dos monedas de Mossen Joan lo vende todo. Todo, pero apenas puede comprar para comer porque no hay comida. Todo el mundo ha empezado a marcharse y la señora Enriqueta dice que pronto volverán a tener rey y le cuenta que han fusilado al Matei en medio de una plaza.

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Y la pena le brota Colometa y se queda sin sangre en la cara. Un día agarra la vergüenza por el cuello y se va a casa de sus antiguos señores. Pero ellos no quieren saber nada. Al salir, se para delante del tendero de las arvejas para respirar un momento y al echar a andar se desmaya.

[00:42:50]

La señora Enriqueta me encontró una portería para ir a fregar la escalera los sábados y dos mañanas. Cada semana iba a limpiar una sala donde hacían películas de todas las cosas que pasan por el mundo. Pero todo junto era como un grano de arena tirado en el suelo. Y una noche, con Rita a un lado y Anthony al otro, con las varillas de las costillas que les agujerean la piel y con todo el cuerpo lleno del dibujo de las venas azules, pensé que los mataría.

[00:43:19]

Piensa en pedir primero a la puerta de una iglesia con los niños o rebuscar en la basura. Pero al fin decide comprar agua fuerte para hacérselo beber a los niños y luego ella y terminar con todo. Pero ni siquiera tiene dinero para comprar aguafuerte. Entonces se acuerda del tendero de las arvejas y utiliza el truco de decir que se le ha olvidado el dinero en casa y así consigue comprar una botella de agua fuerte. Pero cuando sale de la tienda, el tendero la llama de pronto y le pide volver con él a la tienda.

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Le pregunta que si quiere ir a trabajar a su casa, que la conoce hace tiempo, que si no tiene trabajo. La suya es una buena casa, le dice.

[00:43:55]

Y el poco latoso dije que sí con la cabeza.

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Y entonces dijo Empiece mañana. Y todo desasosegado, me puso dos latas en el cesto que fue a buscar adentro y un envoltorio de papel de estraza y alguna otra cosa de la que no me acuerdo. Y me dijo que podía empezar al día siguiente, a las nueve de la mañana, y sin darme cuenta, saqué la botella del agua fuerte del cesto y la puse con mucho cuidado encima del mostrador y me fui sin decir nada. Y cuando llegué al piso, yo, que casi nunca había llorado, me eché a llorar como si no fuese una mujer.

[00:44:32]

A Colometa le cuesta levantar cabeza, pero poco a poco vuelve a la vida después de haber estado en el hueco de la muerte. Los niños pierden el aire de ser unos niños hechos sólo de huesos. El tendero, siempre a la hora de acabar, le da una bolsa de arroz utilizado, alguna bolsa de garbanzos pequeños. Los niños la esperan y van a recibirla y ella pone las bolsas encima de la mesa y cuando hace buen tiempo suben a la azotea y se sientan en el suelo como tras puestos, hasta que la luz del día se les pone encarnada delante de los ojos.

[00:45:04]

Los niños no hablan nunca de su padre como si no hubiese existido. Y si ha Colometa? Le viene el recuerdo. Hace un gran esfuerzo para quitárselo porque no puede. Un día el tendero le pide que vaya el domingo a las tres de la tarde, cuando Colometa llega, le ofrece una caja de galletas y le pregunta por los niños mientras charlan. Ella se da cuenta de que le cuesta mucho decir cualquier cosa. Parece una almeja con la concha partida, que es una de las cosas más abandonadas.

[00:45:33]

Dijo que no era un hombre al que le gustase privarse de lo necesario, pero que pensaba mucho en la vejez y que no se quería encontrar cuando no tuviesen ni vientes, ni pelo, ni fuerza en las piernas, ni ánimo para ponerse los zapatos, teniendo que ir a llamar a la puerta de un asilo y acabar asilado después de una vida dedicada al trabajo de cada día y a la lucha desde enlazó los dedos y entonces metió dos dentro del jarro que tapaba la mancha de tinta y de entre las rosas rojas y las margaritas.

[00:46:02]

Sacó un pellizquito de musgo y dijo sin mirarme, que siempre pensaba mucho en mí y en mis hijos y que él creía en el destino de las personas. Y le cuenta que por unas heridas de guerra es inútil, pero quiere tener una familia y le pide a Colometa que se case con él. Ella se lo teme, pero se queda helada. El hombre dice que necesita compañía y los hijos de Colometa necesitan un buen apoyo, que él es una buena persona y que la tiene afecto desde siempre, desde que iba allí a comprar arvejas, que con ella se encuentra una familia hecha y que no quieren engañar a nadie y la llaman Natalia.

[00:46:39]

Al mediodía se lo dije a los niños, no precisamente que me iba a casar, sino que viviríamos en otra casa y que un señor muy bueno se ocuparía de que fuesen al colegio. El uno y el otro no dijeron ni una palabra. Aunque yo creo que me entendieron. Se habían acostumbrado a no hablar y los ojos se les habían vuelto tristes. Y al cabo de tres meses de aquel domingo, una mañana temprano, me casé con el Anthony, que desde aquel día fue el Anthony padre y mi hijo el Anthony hijo.

[00:47:10]

Hasta que encontramos la manera de llamarle Toni y los niños empiezan a estudiar, cada uno en su habitación, con ventana, con cama dorada, con colcha blanca, con edredón amarillo en invierno, con mesita de madera clara y con su tanguita buscan una interna para que ella no tenga que limpiar. Y los niños quieren mucho Antonio, sobretodo el niño. Ella vive encerrada en casa, la calle le da miedo. Los niños hacen la primera comunión y todos están en traje.

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Y Natalia se empieza a obsesionar con el Quimet por una historia que le cuentan de un hombre que vuelve a casa después de mucho tiempo en la cárcel, cuando todos creían que había muerto. Y se da cuenta de que no ha visto muerto a Quimet y que sólo sabe lo que le contaron. Y ese miedo la atenaza durante tres años. Vi caer muchas hojas y vi salir muchos brotes nuevos. Un día, mientras comíamos, la Rita va y dice que quiere aprender idiomas y sólo idiomas para colocarse en la aviación de las que van en los aviones y ayudan a los pasajeros atarse el cinturón para que no se vayan para arriba y les llevan licores y les ponen un cojín detrás de la cabeza.

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Y el Antoni a la primera palabra de Rita, que si Andoni le dice a Natalia que nunca en su vida ha sido tan feliz y ella no sabe si está dormida o si está despierta. Pero vea las palomas como antes. Todo lo mismo. Pero unas palomas que no ensucian, que sólo vuelan por el aire arriba, como ángeles de Dios. El Toni, en cambio, no quiere estudiar ni hacer nada más que quedarse en la tienda con Antonio.

[00:48:46]

Y un día un muchacho pide hablar con Natalia y le dice que quiere casarse con Rita. Cuando Natalia se lo cuenta Rita, ella le dice que si cree que tiene ganas de casarse y de enterrarse y de ser la señora del tabernero de la esquina y las dos se ponen a reírse. Rita, lo que quieres ver mundo. Pero poco a poco el Vicent se lo va ganando y al final se hacen novios y llegó la boda. Toda la noche había llovido y a la hora de ir a la iglesia caía el agua a cántaros.

[00:49:14]

La Rita se vistió de blanco porque yo quise que se vistiera de blanco, porque una buena boda es una boda con la novia vestida de blanco. Hicimos la boda y al mismo tiempo celebramos el aniversario de mi boda con el Antoni.

[00:49:27]

Aquel día se despierta en mitad de la noche y se viste a tientas y se pone a pensar en Quimet y en la carcoma y en los cuchillos. Y de pronto le vienen los olores. Todos. Olor de azotea con palomas y olor de azotea sin palomas. Y el hedor a lejía que cuando estuvo casada supo qué clase de olor era y el olor de sangre que ya era como un anuncio de olor a muerte y el olor de azufre de los cohetes y de los busca pies.

[00:49:54]

Aquella noche, en la plaza del diamante y el olor de papel de las flores de papel y el olor muy fuerte del mar y el olor de los niños cuando eran pequeños de leche y de saliva, de leche todavía buena y de leche que se había agriado el olor de las sábanas llenas de su cuerpo y del cuerpo de Antonio. Y el olor del grano y el de las patatas y el de la bombona de agua fuerte y con un cuchillo en la mano.

[00:50:19]

Se pone los zapatos y sale a la calle y llega caminando hasta el que fue su piso. Quiere subir a la azotea. Busca el agujero que hizo el Quimet, pero no puede abrir. Entonces, con el cuchillo escribe Colometa y caminando se mete en la plaza del Diamante y con los brazos delante de la cara para salvarme.

[00:50:41]

No sabía qué. Dio un grito de infierno, un grito que debía de hacer muchos años que llevaba dentro. Y con aquel grito tan ancho que le costó mucho pasar por la garganta, me salió de la boca una pizca de cosa. De nada. Como un escarabajo de saliva y aquella pizca de cosa de nada que había vivido tanto tiempo encerrada dentro. Era mi juventud que se escapaba con un grito que no sabía bien lo que era. Y vuelve a casa.

[00:51:13]

El Antoni se ha pasado años diciendo gracias. Y ella nunca le ha dado las gracias por nada. Gracias. Está amaneciendo. La ciudad se despierta cuando entra en el patio. El Antonio la está esperando con la nariz pegada a los cristales del balcón. Le pregunta que la pasa y ella le dice que se va a enfriar. Y él se vuelve a meter en la cama. Deja el cuchillo encima de la consola y empieza a desnudarse. Se mete en la cama y se arrebujado.

[00:51:47]

La cama está caliente, pero el Antoni tiembla. Ella le pasa un brazo por debajo de su brazo y le abraza por el pecho. Enrosca las piernas con sus piernas y los pies con sus pies y baja la mano y le desata la atadura de la cintura para que pueda respirar bien. Le pega la cara a la espalda y es como si sintiese vivir todo lo que tiene dentro. Y piensa que no quiere que se le muera nunca.

[00:52:11]

Y así se duermen. El agua estaba fría y eso me hizo recordar que el día antes, por la mañana, a la hora de la boda, había llovido mucho y pensé que por la tarde, cuando fuese al parque, como siempre, a lo mejor todavía encontraba charcos de agua en los angelitos y dentro de cada charco. Por pequeño que fuese, estaría el cielo. El cielo que a veces rompía un pájaro, un pájaro que tenía sed y rompía sin saberlo el cielo del agua con el pico.

[00:52:48]

O unos cuantos pájaros chillones que bajaban de las hojas como relámpagos, se metían en el charco, se bañaban en él con las plumas erizadas y mezclaban el cielo con fango y con picos y con alas. Contentos. Y así les hemos contado la plaza del Diamante de Mer Cerro Dudara. Hemos seguido la edición de Edhasa con un prólogo maravilloso de Gabriel García Márquez y traducción de Enrique Sordo. Hemos citado varios fragmentos del artículo Soledad y Maternidad en la Plaza del Diamante de Guiomar C.

[00:53:32]

Fages. La semana que viene nos volvemos a encontrar con la señora Dalloway de Virginia Woolf. Gracias por estar ahí. Y gracias por leer un libro.

[00:53:42]

Una hora en la Cadena Ser, un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Laura Martínez y la participación de Olga Hernán Gómez. Realización de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arévalo. Suscríbete a un libro Una hora todos los episodios y contenidos adicionales el la de cadena serie, nuestros canales de Appel Podcast, Spotify, iVoox, Google Podcast de YouTube Escúchanos en directo Lasser los domingos a las 5 de la mañana. Cadena Ser.

[00:55:42]

La radio.