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Un libro Una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio. Bienvenidos una semana más a un libro. Una hora. Hoy vamos a contarles Tristana de Benito Pérez Galdós Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 y murió en Madrid el 4 de enero de 1920, hace 101 años. Es uno de los mayores narradores de nuestra literatura como autor. Revolucionó la narrativa española. Hay que leer a Galdós. Nosotros ya les hemos contado Marianela Trafalgar, Doña Perfecta Misericordia.

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Y hoy les traemos Tristana es uno de los grandes personajes de nuestra literatura. Es una mujer moderna, libre, divertida, apasionada. Y la novela es divertidísima. Una novela innovadora que se lee primero con sorpresa, luego con una sonrisa y al final con un estremecimiento. Vamos allá. En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del depósito de aguas que de Cuatro Caminos, vivía no a muchos años. Un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino, no aposentado en casa solariega, pues por allí no las hubo nunca, sino emple.

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Bello cuarto de alquiler de los baratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero cabrearía y estrecho patio interior de habitaciones numeradas.

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Así, con ese aire quijotesco, comienza Tristana presentándonos a don Lope de Sosa. En realidad, Juan López Garrido, de catadura militar de antiguo cuño. Cara enjuta, líneas firmes y nobles, cuerpo espigado, nariz de caballete despejada frente y ojos vivísimos, mostacho entrecano y perilla corta, tiesa y provocativa. No se puede llamar de otra manera. O habría que matarle o llamarle don Lope. La idea del buen hidalgo, según la cuenta que hacía cuando de esto se trataba, era una cifra tan imposibles de averiguar como la hora de un reloj descompuesto cuyas manecillas se obstinan en no moverse.

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Se había planteado en los cuarenta y nueve, como si el terror instintivo de los cincuenta le detuviesen aquel temido lindero del medio siglo. Pero ni Dios mismo, con todo su poder, le podía quitar los 57. que no por bien conservados eran menos efectivos.

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Don López Garrido fue gran estratégico en líderes de amor y se apreciaba de haber asaltado más torres de virtud y rendido más plazas de honestidad que pelos tenía en la cabeza. Sin ninguna ocupación profesional. Ha gozado en mejores tiempos de una regular fortuna y no posee ya más que un usufructo en la provincia de Toledo. Se pasa la vida en ociosas y placenteras tertulias de casino, consagrando también metódicamente algunos ratos a visitas de amigos a trancas de café y a otros centros, o más bien rincones de esparcimiento que no hay por qué nombrar.

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Ahora con él vivían dos mujeres criada la una señorita en el nombre, la otra, confundiéndose ambas en la cocina y en los rudos menesteres de la casa, sin distinción de jerarquías, con perfecto y fraternal compañerismo, determinado más bien por la humillación de la señora que por infulas de la criada. La criada se llama Saturna. Es alta y seca, de ojos negros, un poco hombruna, y por su viudez reciente va vestida de luto riguroso. Ha colocado a su hijo en el hospicio y se ha puesto a servir la otra.

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A veces parece sirvienta y a veces no, porque se sienta a la mesa del Señor y le tutea con familiaridad. Se llama Tristana.

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Es joven, bonita ella, esbelta, de una blancura casi inverosímil, de puro alabastro enna, las mejillas sin color, los negros ojos más notables por lo vivarachos y luminosos que por lo grandes, las cejas increíbles como indicadas en arco con la punta de finísimo pincel, pequeñuela y roja. La boca irrita de labios un tanto gruesos, orondos, reventando de sangre, cual si contuvieran toda la que en el rostro faltava los dientes. Menudos pedacitos de cuajado cristal castaño el cabello y no muy copioso, brillante como dorsales de seda y recogido con gracioso revoltijo en la coronilla.

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Pero lo más característico en tan singular criatura era que parecía toda ella un puro armiño y el espíritu de la pulcritud, pues ni aún rebajándose a las más groseras faenas domésticas se manchaba. A veces Tristana saca los pies del plato, queriendo demostrar carácter y conciencia de persona libre. Don Lope le impone su voluntad con firmeza, endulzada a veces con mimos o carantoñas, y destruyendo en ella toda iniciativa.

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Pero cuando la joven tiene 21 años, se despiertan en ella los anhelos de independencia.

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Tristana forma parte del conjunto que el autor designó con el título de novelas contemporáneas. En esta serie el arte narrativo de Galdós se enriquece y el concepto de realismo se amplía y evoluciona. No se trata solamente de reflejar la realidad social del momento que le tocó vivir, sino de penetrar agudamente en el mundo interior de los personajes. Publicada el principio de 1892, se sitúa entre Ángel Guerra y Nazarín. Es de Galdós ya iniciado el proceso de espiritualización que culminará el misericordia.

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Así que, sin abandonar la corriente naturalista, se interesa por los problemas espirituales del ser humano. Ambas tendencias están presentes en Tristana.

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Pero cuál es el parentesco de Tristana con don Lope? Un amigo de la infancia de don Lope, a quien amaba entrañablemente llamado Antonio. Reluce. Compinche de caballerías. Más o menos correctas. Se casó por amor con una joven distingui dísimo. Se dedicó a la compra y venta de cebada a contratas de abastecimientos militares y otros honrados tráficos. Hasta que la estrella de luz se eclipsó de pronto y se quedó de la noche a la mañana sin blanca, y acabó en la cárcel.

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Don Lope se desprendió de su colección de cuadros antiguos para ayudarle, y al salir de la cárcel se lo metió en su casa. Pero el hombre pilló una calentura maligna que lo despachó en siete días, dejando una viudita inconsolable y una hija de diecinueve abriles llamada Tristana. La viuda de Reluzca había sido linda antes de los disgustos y trapisondas de los últimos tiempos. Pero su envejecer no fue tan rápido y patente que le quitara don Lope las ganas de cortejarla.

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Pues si el código caballeresco de éste le prohibía galanteo, era la mujer de un amigo vivo. La muerte del amigo le dejaba en flanquea para cumplir a su antojo la ley de amar. Estaba de Dios. No obstante. Que por aquella vez no le saliera bien la cuenta.

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La pobre mujer empezó pronto a dar muestras de no estar bien de la cabeza. Se empezó a obsesionar con las mudanzas y con la limpieza. Perdió la memoria y acabó sus días por unas fiebres reumáticas para pagar al médico la botica y el entierro. Don Lope tuvo que vender su colección de armas antiguas y modernas y parte de sus ahorros ya no le quedaba más que su colección de retratos de hembras hermosas. Antes de morir, la madre de Tristana le encomendó a su hija huérfana a don Lope, y el noble caballero aceptó el encargo.

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Total, que la viuda de Luz cerró la pestaña, mejorando con su pase a mejor vida la de las personas que acá gemían bajo el despotismo de sus mudanzas y lavatorios. Que Tristana se fue a vivir con don Lope y que éste hay que decirlo por duro y lastimoso que sea. A los dos meses de llevársela aumentó con ella la lista ya larguísima de sus batallas ganadas a la inocencia.