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Estás escuchando curiosidades de la historia de historia National Geographic? Hoy hablaremos de la caza de brujas en España en el siglo XVII. La primera mitad del siglo XVII fue en toda Europa la gran era de la caza de brujas. Prácticamente ningún país escapó a esta obsesión. Tampoco España. El episodio más conocido tuvo lugar en un pueblo de los Pirineos navarros, Zugarramurdi, que terminó con el procesamiento en 1610 por parte de la Inquisición de 53 personas, 11 de las cuales fueron ejecutadas.

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Pero no fue el único. Entre 1637 1643 se desarrolló en varios pueblos del valle del Tenнa, en los Pirineos de Huesca. Otro caso que tuvo mucho eco alarmado, un escritor madrileño aseguró que se habían encontrado 1600 endemoniadas, cifras sin duda exagerada que otro testimonio rebaja 250, aunque en la documentación figuran sólo 62 implicados en el proceso inquisitorial. Según el máximo estudioso de este episodio, Angele Gary, esta fue una de las más importantes epidemias de posesión demoníaca de Europa, aunque finalmente ningún brujo bruja del Valle del Tena fue condenado a morir en la hoguera.

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El episodio muestra muy bien, como en el siglo XVII, la creencia en los demonios podía crear una espiral de histeria colectiva y de caza del brujo culpable. Conocemos muchos detalles del episodio gracias al libro Patrocinio de Ángeles y Combate de Demonios, escrito por Fray Francisco Blanco de Lanuza, que era rector de uno de esos pueblos. En el momento en que estalló el caso, según Blasco y otro sacerdote de la zona, Matías Ximénez, desde 1637, las gentes de Trauma, Castilla, San Ginés, Sallent de Gallego y otros pueblos de la comarca fueron presa de un extraño mal.

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Más exactamente, los afectados eran principalmente mujeres jóvenes, aún solteras, que andaban como trastornadas y atemorizadas, gritando como si se ahogarán y sin poder tranquilizarse, se mostraban incapaces de rezar. Tenían hormigueos en la piel, perdían la sensibilidad en algunas zonas del cuerpo o veían de color negro la hostia consagrada y no podían fijar en ella la mirada. La mayoría ponía excusas para no confesarse, algo que no se toleraba y caían desmayadas cuando el sacerdote les daba la absolución.

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Blasco de Lanuza y María Jiménez creyeron enseguida que detrás de aquello andaba el demonio. En su libro, Blasco se refirió al episodio como una fiera invasión de Satanás, uno de los sucesos más raros en materia de energumenos que vio el mundo así por el número de ellos como por los terrores y efecto del demonio que se ha experimentado. Además, como los pueblos estaban apenas dos leguas de la frontera. Cabía sospechar que los demonios habían penetrado desde Francia, donde en los años anteriores habían instalado varios casos de brujería y posesiones.

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Tras consultar con el obispo de Huesca, los sacerdotes decidieron combatir a los demonios para desterrarlos de las parroquias. Organizaron procesiones y ayunos y celebraron ceremonias colectivas de exorcismos en las iglesias para expulsar a los demonios de los cuerpos de las explicitadas, como se denominaba las posesivas. Estas sesiones agotadoras duraban varias horas, a veces de la mañana a la noche. Su gestionadas por los sacerdotes, las jóvenes mostraron enseguida señales de la posesión. Los religiosos contaron que en la oreja de una de las posesa apareció una horrible imagen negra que representaba al mismísimo diablo.

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Aseguraban también que le salían objetos por la piel sin dejar herida, que eran capaces de doblar cosas con una fuerza que varios hombres no podían reunir y que a las palabras en latín del cura contestaban perfectamente en romance. Las mujeres veían apariciones en cualquier lugar. Lanuza cuenta el caso de una joven que estaba cosiendo y que creyó ver un demonio que entraba en su aposento disfrazado de sacerdote, con los ojos que le centelleaban como rayos, y al que consiguió expulsar, haciendo la señal de la cruz y arrojándole una jarra.

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Para ayudar a los dos sacerdotes llegó a la zona un fraile enviado por la Inquisición aragonesa, Fray Luis de la Concepción, en un libro publicado varios años después, este famoso profesor, teólogo y exorcista explicó su actuación en Trauma Castilla en términos que parecían surrealistas, según aseguraba. Lo primero que hizo con la Iglesia abarrotada de gente fue practicar un exorcismo espectacular. Puso su estola sobre el cuello de una mujer poseída por el maligno y mandó al párroco que diera la orden de que se manifestaran todos los demonios que se escondían en aquellos feligreses.

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Fue terminar de decirlo y más de 200 mujeres, las más doncellas, fueron levantadas en el aire que casi tocaban la bóveda de la iglesia, girando por el aire y con tanta decencia sentadas como cuando lo estaban antes de dicho precepto y maldición, a lo que siguió una barahúnda de gritos y palmadas. Y no fue eso todo. Estando una mañana oyendo seis confesores conmigo. La confesión a seis señoras atormentadas por los enemigos. A un mismo tiempo, en presencia de muchas y graves personas, los demonios las arrebataron de los pies de los confesores, y sacándolas por la puerta de la iglesia en el aire y transportando las por él en brevísimo espacio, las llevaron como cosa de media legua, y de las puntas de los pies las colgaron de las más eminentes riscos y peñas de aquellos montes Pirineos.

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La situación y modo de estar de dichas criaturas colgados en la forma dicha, no quita la decencia que a su honestidad debía, pues estaban como si sus pies fueran cabezas y las cabezas pies, explica fray Luis. Todos estos hechos, desde luego, son producto de la imaginación del autor, pues no consta ninguna otra fuente del caso. Cabe explicarlos como un intento de resaltar su propio papel y autoridad en toda la peripecia. Pero también muestra hasta qué punto los religiosos creían a pie juntillas en los poderes del demonio.

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Pese a las procesiones y los exorcismos, los casos de posesiones no amainado. Por lo que los sacerdotes Ximénez y Blasco informaron al Rey y solicitaron la intervención de la Inquisición a primeros de julio de 1640. Llegó al Valle del Tena Bartolomé Guijarro, inquisidor general de Aragón, a fin de dirigir personalmente la investigación. Pero dos meses y medio más tarde el inquisidor falleció repentinamente por causas desconocidas, lo que de inmediato se interpretó como una obra más del demonio. Prueba de ello fue que al fallecido le habían robado un par de escarpines, calcetas, calzoncillos y una camisa con los que, sin duda, un brujo había elaborado un maleficio contra él.

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El brujo, en efecto, era el personaje que faltaba para completar la extraña tragicomedia que se estaba desarrollando en el remoto Valle Aragonés en la mentalidad de la época. La intervención del demonio era propiciada por personas con poderes sobrenaturales que escribían con Satanás un pacto maléfico. En un caso como el del Valle del Tena, las sospechas eran generalizadas. Por ejemplo, los lugareños, para defenderse por sí mismos del demonio, recurrían a amuletos protectores como muñecos en forma de gatos, ratones, sabandijas y conjuros escritos en papelillos.

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Pero esos objetos, al ser descubiertos, eran interpretados por los sacerdotes como una prueba palpable de que existía brujería oculta y pactos satánicos. En cualquier caso, las posesivas no habían tardado en revelar el causante de su mal. El agente del demonio que las había embrujado mediante sus maleficios en el curso de los exorcismos colectivos. Cuando algunas mujeres en trance se les preguntaba por el nombre de su diabólico señor, no nombraban a un espíritu maligno, sino a un tal Pedro de Apruebo.

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Este era un rico propietario del valle, de carácter violento a un joven y que era conocido por acosar a todas las mujeres de la zona, que para él se había convertido en una especie de gran coto de caza. Unos años antes, en 1634, a ruego, ya había sido acusado de brujería, pero salió indemne y no enmendó su comportamiento. Al contrario, aprovechando su fama de brujo, hacía creer a las mujeres que si se resistían a sus deseos, las en demonio haría con sus poderes extraordinarios o rompería sus relaciones sentimentales.

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Por ejemplo, se contaba que en junio de 1637 dio un pellizco en el brazo a una mujer y la dejó tan sugestionada que se le manifestó un gran dolor en sus partes íntimas, anticipo de otros síntomas inequívocos de estar espiritas. En noviembre de ese mismo año, cuando se encontró con otra mujer en un puente, la agarró por un brazo con malos ánimos, pero ella pidió ayuda y la soltó. Obsesionada por aquel contacto, la mujer no dejó de temblar.

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Luego quedó sorda en los tres días. Cayó también explicitada. Para las gentes del Valle no había duda de que apruebo, era un brujo con poderes diabólicos tener cierta cultura. Apruebo, sabía leer y escribir y mantener contactos con Francia. El joven hablaba bien. El francés era motivo de sospecha. Durante los exorcismos, muchas espíritas insistían en que mientras Pedro de apruebo viviera, no habría paz y que los demonios no saldrían de sus cuerpos hasta que él y sus secuaces desaparecieran para siempre.

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Apruebo, iba siempre con un amigo al que también se acusó de brujería. El sastre Miguel Guillén, con fama de mujeriego, jugador y bebedor. Guillén fue acusado de hechicero, mago, encantador y maléfico, según un testimonio que consta en el proceso. Cierto día que Guillén iba con Pedro de Huevo se le ocurrió pellizcar a Mariana de Lope, hija del notario, diciendo Qué buena ropa es ésta. La muchacha quedó tan impresionada por la mala reputación que tenían los dos que empezó a sufrir terribles dolores en el brazo, en la cabeza y hasta en el estómago.

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A ruegos fue detenido en 1638, pero pidió misericordia y penitencia y se le permitió regresar a su casa de Pardina, del artista, no sin pagar antes las costas del proceso. Sin embargo, como las posesiones no peinaron, se consideró que seguía actuando como brujo. De hecho, fue a él a quien se culpó de la muerte del inquisidor Guijarro en 1640. Por ello, el sucesor de éste, Alejandro de Leza ETA, reanudó el proceso contra el huevo y su cómplice convocó en Zaragoza una cincuentena de posesivas que durante cuatro meses dieron cuenta detallada de lo sucedido.

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A ruego fue nuevamente detenido, acusado de ser brujo, mago, hechicero y encantador y de tener un pacto implícito con el demonio. El río se defendió con mucha serenidad al ser interrogado, sin caer en contradicciones. En todo momento negó ser un brujo, solo admitió que se aprovechaba de las mujeres para gozar de ellas. Soportó asimismo con entereza la tortura que se aplicaba a los reos recalcitrantes. Fue acusado incluso de cometer bestialismo, acto que finalmente admitió haber realizado con una becerra pequeña a la edad de doce años.

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Finalmente. 1642 fue condenado a un total de diez años de servicio en las galeras del rey 5 por el delito de bestialismo, y los otros cinco por la causa de la fe. Sin embargo, no consta ningún documento que hubiera cumplido la condena, y únicamente Blasco Lanuza afirma que murió en la cárcel. En cuanto a Miguel Guillén, fue condenado a destierro a más de cinco leguas del valle de Tena durante cuatro años, pero murió en el hospital por una afección cardíaca sin que se aplicara la sentencia.

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Lo ocurrido en el Valle de Tena es un ejemplo característico de lo que los historiadores denominan de monomanía la obsesiva creencia en que los demonios tenían una existencia real y amenazaban la vida de los hombres. Para entender este fenómeno aparentemente irracional, hay que tener presente el papel que tenía la Iglesia en la sociedad de los siglos XVI y XVII a la vez de control de las conciencias y la defensa frente a supuestos peligros contra la comunidad. Los sacerdotes de escudriñaban a los feligreses mediante la confesión y a la vez defendían a la comunidad de bautizados frente a los herejes y también al demonio.

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Por ello, episodios de infección diabólica como el del Valle de Tena eran en buena parte obra de algunos sacerdotes inspirados que en sus parroquias exponían sermones sobrecogedores y dedicaban arengas incendiarias a personas analfabetas, combinándolas a cerrar filas contra Satanás y contra las brujas. Lo que no significaba que la población no supiera aprovechar las circunstancias en su favor. Como prueba, el que en los pueblos navarros de 1637 las acusaciones de brujería se dirigieran precisamente contra el personaje más odiado de la comarca hasta deshacerse de él para siempre.

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