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Estás escuchando curiosidades de la historia de historia National Geographic? Hoy hablaremos de la dura vida de los soldados de Napoleón. Casi dos millones y medio de jóvenes sirvieron en los ejércitos franceses que combatieron a principios del siglo XIX por toda Europa bajo las órdenes de Napoleón. Unos eran voluntarios que se alistaban por patriotismo, por veneración hacia Napoleón. Quizá tan solo para salir de la pobreza o por espíritu aventurero. Otros eran conscriptos, eso, llamados a filas por sorteo y debían amoldarse con rapidez al violento entorno en el que estaban obligados a servir.

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La mayoría se integraba en la infantería que marchó por todo el continente, desde las costas del Atlántico hasta las nieves rusas. El reclutamiento imperial era deudor de las levas masivas desarrolladas durante las guerras revolucionarias, sobretodo de la ley Yordan 1798, que bajo el principio de que todo francés es un soldado. Permitió reclutar cada año de forma obligatoria y por sorteo a miles de jóvenes solteros de entre 20 y 25 años. El sistema funcionó adecuadamente pese a las exenciones, los sobornos o la compra de sustitutos por las clases pudientes y proveía la gran arme de reemplazos según avanzaban las conquistas y aumentaban las necesidades de hombres.

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Los nuevos soldados se alistaban por un servicio de 1 a 5 años en tiempos de paz o en caso de guerra hasta el final de la misma. Antes de combatir, el recluta ingresaba en uno de los centros de instrucción de los regimientos en reserva, donde recibía formación militar básica y uniforme y era encuadrado en un batallón. Terminada esta etapa, las nuevas levas se incorporaban a la campaña en sí, donde se mezclaban con los veteranos para fijar en ellos el llamado expi.

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Decore la solidaridad entre los miembros del grupo que haría del ejército su segundo hogar. El uniforme reglamentario, fabricado en tres tamaños, era un instrumento fundamental para cohesionar, inculcar unos valores y distinguir a las diferentes unidades del ejército. El soldado francés solía vestirse con guerrera azul oscura, chaleco blanco, pantalones amplios y zapatos con polainas. Se tocaba con un vì córneo sustituído a partir de 1806 por el Chaco. El característico sombrero cilíndrico coronado con un pompón. La mochila pesaba entre 15 y 20 kilos.

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Cuando iba totalmente cargada con dos paquetes de cartuchos en batalla, llevaban de 50 a 60 pantalones, polainas y calzado de repuesto para las marchas, bizcochos para cuatro días y gorra de noche junto a los enseres personales. Asimismo, los soldados portaban una cartuchera negra de cuero fabricada sobre un bloque de madera que se suspendía detrás del muslo derecho y se sujetaba gracias a una banda colgada del hombro izquierdo. A esto había que sumar el armamento. Todo soldado de infantería, ya fuera veterano, bisoño, iba provisto con un fusil de chispa de 4,6 kilos en épocas de paz.

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El soldado napoleónico vivía a Cantonal en fortalezas cuarteles en Vilde guer, como las construidas en Estrasburgo o en Maguncia, o bien en campamentos semi permanentes como el preparado en Boulogne, a orillas del pas de Calais, para invadir Inglaterra. La jornada de las tropas se dividía entre la severa instrucción y las tediosas rutinas de la milicia, en condiciones a veces bastante espartanas. Por ejemplo, dos hombres solían compartir la misma cama de paja compactada. Los combatientes recibían una soldada diaria para sufragar sus gastos en la guardia imperial.

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Una unidad de élite. Un granadero cobraba 23 shush de los que9 se destinaban a la comida, cuatro a la ropa interior y calzado, y los otros diez se dejaban en reserva para imprevistos. Un cabo recibía 33 y un sargento XLIII. En tiempos de guerra, los soldados realizaban largas marchas que sorprendían al enemigo por su velocidad y por su extensión. El recluta estaba habituado a requisar o a vivir sobre el terreno. Al finalizar el día, y en el mejor de los casos, las tropas descansaban en tiendas de campamentos improvisados o más comúnmente piva.

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Quedaban al raso, frente a una hoguera para dormir, cubiertos con una simple manta. La organización previa era fundamental, ya que las distancias recorridas variaban entre 20 y 30 kilómetros al día. Aunque en caso de necesidad la tropa realizaba marchas forzadas de 40 kilómetros o más. Un episodio significativo se produjo en 1805, la víspera de la batalla de Austerlitz. El ejército del Mariscal laburó, fue avisado la tarde del 29 de noviembre por el emperador y se puso en acción para recorrer 130 kilómetros sin apenas descansos y llegar a tiempo a combatir el 2 de diciembre por la mañana.

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No es extraño que ante estas duras caminatas, los propios soldados se quejarán de tener le sangre, es decir, en carne viva. En estas duras condiciones de vida, la moral de la tropa era un factor determinante para el éxito de la batalla. La efectividad de un ejército depende de su tamaño. Entrenamiento, experiencia y moral, y la moral vale más que cualquiera de los otros factores combinados, decía Napoleón. Uno de los elementos que mantenía esta moral alta era el propio Bonaparte, como demuestra el bafle en grito de guerra con el que sus tropas recorrieron Europa, el respeto y la admiración hacia su figura.

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Alcanzaban hasta sus enemigos el duque de Wellington, el mariscal británico que fuera gran rival de Napoleón sobre el terreno. Lo resumió en una frase La aparición del sombrero de Napoleón en una batalla valía como tener miles de hombres más. Esta moral era importante porque las batallas podían llegar a ser verdaderas carnicerías. Al combatir o esperar organizados en orden cerrado durante horas y horas ante el fuego enemigo. Había que morir por el emperador y la cobardía en combate. Claro está, estaba penada con la muerte.

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Un cirujano francés relató al día siguiente de la terrible batalla duelo en febrero de 1807. Nunca hubo tantos cadáveres apretujados en un espacio tan reducido. La nieve aparecía teñida de sangre por todas partes. Miles de fusiles, gorros y corazas aparecían esparcidos por la carretera o los campos en la pendiente de una colina cuyo lado contrario habían escogido los rusos por considerarlo una buena posición defensiva. Había montículos de un centenar de cadáveres ensangrentados. Yacob Walter recordaba en su diario de un soldado de Napoleón la retirada de Moscú en pleno invierno bajo las acometidas de los cosacos rusos.

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Miraba a los cientos de cadáveres. Nunca olvidaré el horror del hielo y la nieve pegados a sus bocas. Las heridas en combate podían llegar por fuego de fusilería, tajos de espada punzantes lanzas o por impactos de artillería en forma de bala rasa, metralla o granada. Los que no morían en esas batallas tenían muchas probabilidades de fallecer tras varios días de agonía o quedar incapacitados de por vida debido a las carencias de la medicina de la época. Muchos de los que lograban sobrevivir eran declarados no aptos para volver al combate.

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Tras la derrota en Waterloo y el posterior exilio de Napoleón a la isla de Santa Elena en 1815, la gran Armelle fue licenciada y después de años de lucha continúa al servicio del emperador. Sus soldados tuvieron que optar por enrolarse en el nuevo ejército de Luis XVIII, el rey Borbón restaurado o recordar con nostalgia glorias pasadas. Si te ha gustado este podcast, puedes suscribirte a nuestro canal, en el que iremos publicando nuevos contenidos cada semana. Además, recuerda que también puedes suscribirte a la revista Historia National Geographic, tanto en formato digital como en papel a través de la web.

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