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Estás escuchando curiosidades de la historia de historia National Geographic? Hoy hablaremos del papel de las mujeres en Roma. En la antigua Roma, el comportamiento de las mujeres respetables debía ajustarse a un ideal femenino muy preciso, el de la matrona. Su misión era tener hijos e hijas en el marco de un matrimonio controlado y educarlos en los valores tradicionales y desde la infancia. Las niñas de Irán encaminadas a cumplir ese papel en la ceremonia de los esponsales se colocaba a la prometida aún una niña, un anillo en el dedo que por ello se llamaba Anular, del que se pensaba que partía un nervio que iba al corazón.

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A partir de ese momento, la niña esperaba el matrimonio como el acontecimiento más importante de su vida. Con él iniciaba su función reproductora y de mantenimiento de los valores nacionales, educando a las hijas y a los hijos en los principios del patriotismo romano. La mujer estaba sometida a un orden patriarcal en el que eran los varones quienes controlaban su sexualidad y capacidad reproductiva. Para ello se aplicaban normas y leyes de gran dureza. Toda relación fuera del matrimonio, incluso si las relaciones las mantenían mujeres solteras o viudas, se consideraban delito y podían ser castigadas por el cabeza de familia o pater familias sin necesidad de juicio.

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En el siglo segundo, antes de Cristo, Catón afirmaba no sin satisfacción, que si el marido sorprende a la mujer cometiendo adulterio, puede matarla impunemente, mientras que si es la mujer la que sorprende al marido, no puede tocarlo a él ni siquiera con un dedo. Según recogía más tarde Aulo Gelio, asimismo, aunque una mujer desease ser madre, si el pater familias no quería, ese hijo podía obligarla a abortar sin que su comportamiento fuera jurídicamente reprochable.

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El absoluto control que ejercían los hombres sobre la capacidad reproductiva de las mujeres se refleja en una singular costumbre romana, comparable con lo que hoy se viene denominando gestación subrogada o vientre de alquiler. Cuando un matrimonio no tenía hijos, era frecuente que las matronas romanas fértiles realizasen un servicio patriótico. También en este caso gratuito, que consistía en prestarse como vientre gestante. Esta práctica, si bien sólo se realizaba entre personas de un cierto nivel social, es recordada por Plutarco.

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Los romanos se prestan las mujeres cuando alguno de ellos no tiene hijos. A diferencia de los espartanos que emparejan a sus mujeres con otros conciudadanos cuando desean hijos vigorosos, los romanos ponen en circulación a las mujeres. Eso significaba que el marido enviaba a su esposa embarazada a casa del amigo estéril que reconocía como legítimo al hijo cuando nacía. También Séneca menciona este tipo de préstamo como un servicio que los amigos se hacían entre sí. En caso de esterilidad masculina, si bien en su opinión se trataba de un exceso de disponibilidad, más allá de su papel de madres, las mujeres sufrían innumerables limitaciones legales.

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No podían hacer testamento y estaban de por vida sometidas a tutela masculina en todos los negocios jurídicos que realizaban. En algunos casos no heredaban ni podían disponer de sus bienes en favor de sus propios hijos. Igualmente, las mujeres estaban excluidas de la vida política. No se les permitía votar en los comicios, donde se elegía a los magistrados y, por tanto, tenían prohibido el acceso a los llamados oficios viriles. Esta marginación se mantuvo a lo largo de toda la historia de Roma, como pone de relieve en el siglo tercero, después de Cristo, el jurista Ulpiano.

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Las mujeres están apartadas de todas las funciones civiles y públicas y por ello no pueden ser jueces, ni tener magistratura, ni actuar como abogadas, ni intervenir en representación de alguien, ni ser procuradores. La subordinación jurídica y política de la mujer se justificaba de diversos modos. El filósofo Séneca, por ejemplo, afirmaba que los dos sexos contribuyen de igual modo a la vida común, pues uno está hecho para obedecer y otro para mandar. También se argüía que la exclusiva dedicación de la mujer a la familia, la inhabilitada para el ejercicio de los oficios públicos.

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Otros se referían a la inferioridad natural de las mujeres y más precisamente a su debilidad de juicio o levitas a Nimi, conforme al mito de la inconstancia femenina que tanta trascendencia jurídica y literaria ha tenido a lo largo de la historia posterior. Así se manifiesta en los textos jurídicos. Los antiguos quisieron que las mujeres, aunque fueran de edad adulta, estuvieran bajo tutela a causa de la ligereza de su espíritu. Escribía el jurista Gayo refiriéndose a la ley de las Doce Tablas, el código legal más antiguo de Roma.

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Sin embargo, no puede decirse que las mujeres romanas vivieran totalmente resignadas a esta sumisión legal. A lo largo de la historia, muchas encontraron resquicios para hacer valer sus intereses e incluso plantearon desafíos abiertos a la supremacía masculina. Así ocurrió a propósito de las severas leyes que regían contra la ostentación de lujo.

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El riesgo de corrupción que siempre lleva consigo el manejo del dinero se presentaba como algo especialmente perjudicial para las mujeres. Éstas debían seguir el modelo de Cornelia, la madre de los braços, ejemplo de matrona romana, a quien despreciaba los adornos y las riquezas y se jactaba de que sus hijos, los héroes de Roma, Cayo y Tiberio Graco, eran sus únicas joyas. Pese a este ejemplo, el enriquecimiento general que vivió Roma al acabar la Segunda Guerra Púnica entre el 2018 y el 2001 antes de Cristo, hizo que las mujeres se mostraran beligerantes con leyes que las alejaban de las riquezas, como la lex copia de 2015 antes de Cristo, que les prohibía lucir sus joyas, llevar encima más de media onza de oro.

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Ante esta resistencia de las mujeres, Caton respondió con su habitual misoginia Lo que realmente quieren es la libertad sin restricciones o para decir verdad, el libertinaje. En verdad, si ahora ganan, qué no intentarán? En esa misma época, tanto las hijas como los hijos de las familias accedían con mayor facilidad a la administración de su patrimonio. Muchos cabezas de familia habían muerto durante las guerras púnicas y cada vez había más mujeres ricas y dedicadas al comercio. Ello provocó una presencia cada vez mayor de las mujeres en el mundo de los negocios y de la empresa, e incluso de la política, como ponen de relieve decenas de carteles electorales en Pompeya firmados por mujeres, cuando en el año 169, antes de Cristo, se promulgó la Lex Bolonia que les impedía ser herederas de los ciudadanos más ricos.

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Las mujeres hallaron estrategias legales para burlar esta restricción con la colaboración de varones que se centraban en clases distintas. Asimismo, las mujeres idearon complejos mecanismos jurídicos para liberarse de la tutela masculina, eligiendo para ejercerla algún familiar o amigo que no interfiriera en sus deseos. Algo que suscitó las críticas de autores conservadores como Cicerón fue voluntad de nuestros antepasados que todas las mujeres, por su debilidad de juicio, estuvieran bajo la potestad de los tutores. Más los jurisconsultos inventaron una especie de tutores que estuvieran sometidos a la potestad de las mujeres, aunque la presencia femenina en la política ya se empezó a hacer visible durante la República.

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Esta fue en aumento cuando el modelo de familia entró en crisis hasta desaparecer definitivamente en el imperio. La presencia femenina fuera de la domus de la casa iba en aumento, a la par que la vieja idea de familia patriarcal tradicional perdía fuerza. Empezaron a ser frecuentes las familias mixtas. Algunas de ellas estaban compuestas por un solo progenitor divorciado, viudo, otras por cónyuge sin hijos. Otras eran familias pluri parentales que unían hijos de diferentes matrimonios y personas de edades muy diferentes.

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Esto sin contar las numerosísimas uniones de concubinato ni las familias compuestas por parejas homosexuales. Poco hicieron para corregir la nueva situación. Las leyes de Augusto en favor de la natalidad y en defensa de la institución matrimonial, ni tampoco la promoción que se hacía de la figura ideal de la matrona fiel a su marido y madre de muchos hijos. Por otra parte, hay que destacar que las leyes nalistas del fundador del Imperio incorporaban importantes ventajas legales para las mujeres, puesto que declaraban liberadas de la tutela masculina a las mujeres ingenuas, aquellas nacidas libres que nunca habían caído en la esclavitud, que daban a luz al menos tres niños, así como a las libertas que hubieran tenido al menos cuatro hijos.

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Muchas mujeres de la aristocracia gozaron durante el imperio de una posición económica envidiable. Las mayores fortunas procedían del favor imperial y pertenecían en gran medida a libertos y libertas, a quienes los emperadores prestaban su garantía sin hacer distinción entre varones y mujeres. Del mismo modo, se superó la idea republicana de que el dinero fuera algo sucio o indigno. De ahí que fuera cada vez más habitual que las mujeres aparecieran como titulares de grandes patrimonios y como gestoras de los mismos e invertirse en personalmente su capital.

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Por ejemplo, en una serie de tablillas halladas en Mure cine cerca de Pompeya, hidratadas en el año 61, después de Cristo, aparece una lista de préstamos realizados por mujeres. Un caso es el de la libertad Popea Data, que acuerdo con una mujer llamada decidiA Magariños, un préstamo de 1450 sestercios que tenían que devolver en un plazo determinado, dejando como depósito dos esclavos, aunque hubo propietarias de tierras. No es habitual encontrar mujeres que administras en este tipo de propiedades.

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Una matrona llamada Valeria Máxima puso al frente de su finca a dos administradoras llamadas Europea y Kania Urbana. Otros casos curiosos fueron los de mujeres propietarias de canteras de arcilla como domici a Lucila en torno al año 108 después de Cristo, que las explotó para fabricar telas y materiales de construcción. Al parecer su empresa contó con un número considerable de esclavos. Dispuso de dos encargados y tuvo una producción importante también en la estela funeraria de una mujer llamada Escancia Irredenta. Hace alusión a sus cualidades de hija y esposa pero también a sus conocimientos de medicina maestra versada en el arte de la medicina.

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A pesar de su juventud, la amó su marido, que se benefició de su vida fecunda y llena de virtudes. No era un caso excepcional. Una lápida del siglo cuarto dice Aquí yace la médicas Amarna, que vivió más o menos 70 años con el Imperio, pues el estatuto legal de las mujeres también mejoró en otros aspectos. Por ejemplo, bajo los emperadores severos en 393 y 235 después de Cristo, a las madres divorciadas se les reconoció el derecho a ejercer la custodia sobre sus hijos, aunque sólo en caso de probada maldad del Padre, las mujeres también supieron aprovechar alguna ventaja del sistema.

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Así, algunas se valieron de su condición de viudas para proteger sus derechos. Tal fue el caso de Antonia, la menor sobrina de Augusto, y no era de la emperatriz Livia, que tras haber cumplido sus deberes con el Estado, dando a luz a sus tres hijos Germánico Li Bila y el futuro emperador, Claudio decidió no volver a casarse, desoyendo los consejos de su imperial tío, con lo que pudo acceder a las ventajas legales de que disfrutaban las viudas permaneciendo vida, es decir, esposa de un solo.

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Varón y fiel a la memoria de su heroico esposo. Antonia logró la admiración y el respeto de toda Roma y esquivó las críticas de las que no se libraron ni su madre Octavia, ni su suegra Livia, por tener hijos de diferentes matrimonios. Pero la mayor de las ventajas de seguir viuda fue que estuvo en condiciones de manejar por sí misma, sin injerencias masculinas, su enorme patrimonio. En otros aspectos, las leyes seguían siendo contrarias a la libertad de la mujer.

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La interrupción del embarazo sin el acuerdo del marido, salió de la jurisdicción doméstica y fue objeto de persecución pública. Pero no era el feto ni la libertad de la madre lo que se protegía, sino la legítima expectativa del marido de tener prole. Seguía existiendo la figura del cuidador del vientre curator Ventris, que se ocupaba de la marcha del embarazo e impedía que la mujer abortara sin el consentimiento del marido. No es raro, por ello, que el jurista Papini, a no afirmarse en muchos extremos de nuestro derecho, es peor la condición de las mujeres que la de los varones.

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