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Estás escuchando curiosidades de la historia? De historia National Geographic. Hoy hablaremos de un día en Versalles, la corte del Rey Sol. En 1682, al establecer la Corte y el Gobierno en Versalles, Luis 14 tomó una decisión fundamental en su reinado por primera vez en Francia, el ejercicio del poder se identificó con un lugar Versalles, que de algún modo pasó a ser la segunda capital del país. El palacio, relativamente nuevo, se convirtió en el punto de mira de toda Europa, abierto de par en par al público.

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Ofrecía a los numerosos visitantes franceses y extranjeros que se apiñaban allí. Un compendio de la habilidad de los artesanos y los artistas protegidos y empleados por el rey. Un escaparate de la riqueza de Francia. En este momento, Versalles se encontraba en pleno proceso de acondicionamiento. Las obras se centraban en el palacio, cuyo cuerpo central, reservado a los soberanos y a la familia real y al ala sur, llamada también de los príncipes, estaban a punto de terminarse.

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Mientras que las obras del ala norte se iniciarían en 1684. Asimismo, se construyeron numerosas dependencias para que los distintos servicios de la corte y los órganos de gobierno pudieran permanecer allí durante todo el año. Las alas de los ministros, las dos caballerizas reales, el gran común, la torre del agua, el huerto del Rey. Los jardines fueron objeto de notables remodelaciones, dando relieve a la gran perspectiva. El eje este oeste que atraviesa todo el lugar. Más allá de los jardines, el pequeño parque se organizaba alrededor del Gran Canal, mientras que el gran parque, rodeado de muros, constituía una inmensa reserva de caza de más de 10000 hectáreas.

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En ese marco transcurría la jornada del Rey, en torno al cual gravitan todos los cortesanos, como los planetas alrededor del sol.

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La jornada de Luis 14 se encontraba estrictamente planificada desde que se levantaba hasta que se acostaba. El día empezaba a las ocho y media. El primer ayuda de cámara real se acercaba al lecho del monarca y pronunciaba la famosa fórmula Señor! Es la hora. Así daba inicio el verdugo a la ceremonia de una hora de duración en la que el soberano salía de la cama, se aseaba, hacía que lo vistieran y lo opinarán y realizaba sus plegarias diarias. Decenas de cortesanos se apeó, botaban en las ante cámaras a la espera de que se les permitiera entrar en la habitación real.

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Las diferencias de rango marcaban el orden de acceso a la estancia. Primero, los príncipes e íntimos del rey, luego los ministros y a continuación los demás cortesanos. En total había seis entradas. Era la oportunidad para obtener un favor del soberano o comunicarle una información. Algunos obtenían incluso una autorización especial para entrar antes que los demás. Mientras el rey estaba sentado en el retrete. Las sillas pease. La operación duraba media hora. Aunque un testimonio aclaraba que el rey lo hacía más por ceremonia que por necesidad.

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A la salida del E.B. El rey se dirigía normalmente a la capilla del palacio que se encuentra a la entrada del ala norte. Este acto cortesano era muy importante ya que ponía de manifiesto la devoción pública del rey cristianismo y permitía a cualquiera situarse en el recorrido del rey o en la capilla para ver al soberano y hacerse ver por él para llegar a la capilla. El rey tomaba la gran galería ubicada detrás de su habitación y a continuación las distintas salas del gran apartamento.

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La Capilla Real es una capilla palatina, es decir, de dos niveles el superior corresponde a la primera planta del palacio y allí se encuentra la tribuna real, desde la cual el rey, arrodillado, asistía a la misa diaria. Se trataba de una misa en voz baja, durante la cual la música de la capilla, es decir, la del conjunto de músicos del rey, ejecutaba uno o más motetes. Esta ceremonia duraba una media hora, cinco veces al año en ciertas festividades especiales.

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El soberano comulgaba. Descendía entonces a la planta baja para asistir a la misa desde el coro, sobre un reclinatorio especialmente instalado a tal efecto. Esos días, al salir de la capilla, el rey realizaba la ceremonia de tocar las escrófulas. La escrófula era una forma de tuberculosis ganglionar y enfermos aquejados de esta enfermedad, procedentes de todas las provincias francesas, se desplazaban al Palacio de Versalles para ser curados por el Rey. Los enfermos debían arrodillarse al paso del soberano y éste les tocaba la cara uno por uno, mientras pronunciaba la fórmula El rey te toca, Dios te cura.

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Al regresar de la misa, o bien inmediatamente después del leve, la misa se celebraba, entonces, más tarde el rey se instalaba en el gabinete del Consejo, pieza contigua al salón del rey Luis 14. Presidía el Consejo. Cada día los ministros se sentaban alrededor de la mesa y tomaban la palabra por turnos para dar su opinión sobre los distintos puntos de la orden del día. El rey hablaba en último lugar para arbitrar y tomar las decisiones a partir de 1686.

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El rey solía almorzar en su habitación. Comía en una mesa cuadrada, según el ritual denominado del pequeño cubierto. La comida incluía sólo tres servicios de seis platos cada uno. Pero se tomaba en público con las puertas de la habitación abiertas. Si el consejo no se reanudaba por la tarde. El rey tenía entonces libertad para pasear por sus jardines. Donde podía admirar las creaciones de su jardinero real denoto y de su arquitecto ardua en mansa. Luis Catorce redactó de su puño y letra la manera de mostrar los jardines de Versalles.

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Un itinerario de visita que permitía recorrerlo esencial parterres, senderos, perspectivas y bosquecillos. También admiraba las innumerables esculturas que él mismo hacía colocar y cambiar según sus caprichos. Al final de su reinado había casi doscientas en los jardines de Versalles. El soberano también podía ir a cazar dentro del espacio del gran parque y a veces en los bosques colindantes. Estos momentos de diversión a los que el rey invitaba a los cortesanos que gozaban de su favor eran muy solicitados. No en vano, en la corte todo se vendía en función de la proximidad que cada uno mantenía con el soberano.

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Si el rey no estaba de humor para salir al exterior, o si el tiempo o la salud no se lo permitían, podía refugiarse en su apartamento interior o apartamento de coleccionista ampliado de nuevo en 1693. Este espacio privado, situado más allá del gabinete del Consejo, ocupaba quince habitaciones. Albergaba innumerables obras de arte que formaban parte de las colecciones reales, pero que se dedicaban al deleite personal del soberano. Allí se encontraban numerosos cuadros, entre ellos la famosa Gioconda de Leonardo da Vinci.

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Pero también piedras preciosas. Pequeñas esculturas de plata y de bronce. Manuscritos ilustrados. Medallas. A partir de 1683, por las tardes, el rey iba a ver a su esposa secreta, Madame Demente nón, en el reducido espacio del aposento de ésta recibía los ministros para sesiones de trabajo dedicadas a preparar el Consejo. Por entonces el rey empezó a recibir regularmente, varias veces por semana, a los miembros de su corte, en unas fiestas que tenían como escenario las salas del gran apartamento de Versalles, que estaba formado por seis salones dedicados a la guerra Apolo, Mercurio, Marte, Diana y Venus.

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Esta era la parte del palacio más accesible al público que durante el día podía ser recorrida con libertad por los visitantes de Versalles, deseosos de descubrir las condiciones de vida del monarca francés y la riqueza de las colecciones reales de obras de arte. Durante estas veladas llamadas o Ágreda Bachmann, el gran apartamento quedaba reservado al Rey y a sus invitados, que compartían con él de manera relativamente informal, momentos de diversión que se consideraban privilegios en el salón de Apolo. Las damas y princesas bailaban delante del rey, mientras que el Salón de Marte era el escenario donde se celebraban timbas de cartas.

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El juego, de hecho, estaba prohibido en París, pero se autorizaba en Versalles, donde podían apostarse sumas de dinero colosales. En el salón de Diana los cortesanos jugaban al billar y si les apetecía picar algo, debían ir hasta el salón de Venus, donde los sirvientes colocaban mesas llenas de pilas de pasteles, pirÃmides de frutas y confites en copas de cristal, así como refrescos. Estas fiestas instituyeron para manifestar la nueva posición que ocupaba Versalles como residencia habitual del soberano y sede del poder, permitían al Rey estrechar sus vínculos con la élite aristocrática, superando la desconfianza que provocó la revuelta nobiliaria de la fronda a inicios de su reinado.

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Las otras noches de la semana se dedicaban a la comedia o a la tragedia. Durante el carnaval se organizaban también numerosos bailes de disfraces en el gran apartamento o en las habitaciones de algún miembro de la familia real, siempre que fueran lo bastante espaciosas para recibir a una numerosa compañía. A partir de 1683, hacia las diez de la noche, el rey se dirigía a la primera antecámara de sus aposentos para la cena. El supe que se solía servir según el protocolo del gran cubierto, esto es, con cinco servicios sucesivos.

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Algunos miembros de la familia real podían tomar asiento en la mesa del rey. La abundancia de los platos indicaba la opulencia real y la buena salud del reino como la mesa del rey. Este acto cortesano era público, pero a causa del tamaño de la habitación no siempre estaba garantizado poder asistir a él y ver comer al rey. La ceremonia que se celebraba con acompañamiento musical podía durar tres cuartos de hora. La jornada Versalles CA de Luis 14 terminaba siempre con la ceremonia del cuché Uruguay.

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El acto de irse a la cama que se desarrollaba del mismo modo que la de la mañana en la habitación del soberano más sencilla que el debe. No implica entrada sucesivas, sino que permitía que el rey distinguiera a algún cortesano y le concediera un honor ocasional. Por ejemplo. El privilegio de sostener el candelabro mientras él se desvestía. De esta manera, el Versales de Luis 14 se impuso como un universo moldeado por el soberano, alrededor del cual y en función del cual se organizaba la vida de la corte.

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Lejos de ser sólo un sistema político formado por cortesanos sometidos, Versalles era el teatro de una brillante civilización cortesana destinada a destacar en Francia. Pero también gracias a los numerosos visitantes extranjeros y a los embajadores en toda Europa. Las tragáis de pasmó constituían un símbolo de este nuevo arte de vivir. Representaban sin duda un momento privilegiado de la cortesía y la política francesas desplegadas en toda su plenitud en un escenario concebido y realizado por los mejores artistas del reino. Si te ha gustado este podcast, puedes suscribirte a nuestro canal, en el que iremos publicando nuevos contenidos cada semana.

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